Irina Márquez tenía claro que quería, en su versión de «La Gaviota» de Antón Chéjov, resaltar y celebrar la importancia de lo cotidiano. Y para ello, porqué no, transformar la pieza. Así, en el Taller de Teatro Clásico de la Sala Russafa, la autora ha reducido a la mitad su duración, ha creado un nuevo personaje, añadido parlamentos y eliminado parte de las escenas originales. Toda una reinterpretación.

La trama transcurre en una casa de campo donde una famosa actriz ha acudido a descansar acompañada de su hijo, un joven que desea dedicarse a la literatura, y de su pareja, un célebre dramaturgo. Allí se encontrarán con una muchacha, enamorada del escritor, que sueña con dedicarse a la interpretación. Estos cuatro personajes representan las tensiones que siempre ha vivido el mundo del arte. Por un lado, están los más conservadores, que se cierran ante nuevas corrientes. Y por otro, están los renovadores, quienes desean romper las fórmulas clásicas. Este ambiente era el que vivía Chéjov, uno de los máximos representantes del teatro naturalista, que abandonó las declamaciones e interpretaciones afectadas sobre temas grandilocuentes para hablar desde la naturalidad y de las cosas cotidianas.

Otra de las grandes bazas de «La Gaviota» es su carácter divulgativo. «A parte de ser una pieza con monólogos preciosos, que permite trabajar muy bien las habilidades dramáticas del elenco, consigue meter a los actores y al público de lleno en el mundo de las artes escénicas. Se reflexiona sobre la creatividad, la puesta en escena, lo que unos y otros piensan que debería de ser el teatro», explica Márquez, quien también valora la capacidad del texto de Chéjov para trasmitir un mensaje vitalista. «La obra invita a vivir el presente, a dejar de anticiparse, de soñar cómo serán las cosas, para disfrutar de lo que tenemos delante, al alcance de la mano», comenta la directora de la pieza, para quien este espíritu encaja perfectamente con el contexto pandémico. Mediante detalles de mobiliario se recrea tanto el interior como el exterior de esa casa donde conflictos aparentemente insignificantes y amores no correspondidos hacen avanzar una historia deliciosa, para la que Márquez ha escogido el acompañamiento de partituras de Yann Tiersen o Max Richter en un espectáculo que invita a redescubrir y a valorar las pequeñas cosas.