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"En mi interior, sigo siendo una campesina"

Pese al empeño de reducirla a la definición de modelo de los años 90, ha ido haciendo camino en el cine. Acaba de estrenar en Cannes ‘La Croisade’, una película sobre la revolución juvenil por el clima junto a su marido, el actor y director Louis Garrel.

Laetitia Casta, en el pasado festival de Cannes. SHANA BESSON

A los 15 años captó la atención de un fotógrafo profesional mientras paseaba por una playa de Córcega, y no tardó en convertirse en una de las modelos más cotizadas de los 90 y musa de diseñadores como Yves Saint Laurent, Jean-Paul Gaultier y Karl Lagerfeld. Con 21 años, Laetitia Casta (Pont-Audemer, 1978) debutó en el cine, y desde entonces ha aparecido en una treintena de ficciones. La que presentó en el Festival de Cannes hace solo unos días, ‘La Croisade’, supone su segunda colaboración con su marido, el actor y director Louis Garrel. En ella, ambos vuelven a meterse en la piel de los personajes que ya encarnaron en ‘Un hombre fiel’ (2018) para reflexionar de forma desenfadada sobre las amenazas medioambientales y sobre el papel de las nuevas generaciones en la lucha contra ellas.

’La Croisade’ es la segunda película que rueda al lado de su marido. ¿No se le hace raro?

Cuando rodamos la primera, Un hombre fiel, sí sentí un poco de miedo ante la posibilidad de que nuestra relación se dañara. Sin embargo, esas dudas han desaparecido. Louis y yo somos un equipo. He formado parte de la película desde que no era más que un esbozo de guion, y eso significa que, cuando llegó la hora de rodar, me sentía preparada. Quizá por eso, además, me siento especialmente identificada con mi personaje. Como ella, me aseguro de tener muy presentes las opiniones de mis hijos y de los niños en general. Que tengan poca edad no significa que no merezcan ser escuchados y respetados. De hecho, las nuevas generaciones nunca habían sido tan conscientes del mundo que les rodea, y tan sensibles frente a él, como lo son ahora.

¿Cómo son las conversaciones que usted mantiene con sus hijos sobre ecología?

Azel, el menor, es solo un bebé. La mayor tiene casi 20 años, y suele rehuir el tema; no creo que esté realmente implicada ante los peligros que afronta el planeta. Y yo intento motivarla aunque, por otro lado, a menudo soy reprendida por su hermana de 12 años, que ya tiene una conciencia ecológica muy formada y no duda en echarme en cara lo que hago mal. A su edad yo era mucho más ingenua, y no sentía las ansiedades existenciales que su generación sufre a causa de nuestra irresponsabilidad. En cierto modo, les hemos robado la inocencia.

¿Cómo describiría su propia actitud frente al medio ambiente?

Siempre me he sentido muy cercana al mundo natural. Nací en el campo, en Normandía. Mis abuelos, que tenían un enorme jardín lleno de frutales, me hablaban constantemente de las plantas, de las estaciones y cosas así; él era guardabosques. Aunque, por otra parte, soy consciente de que mi actitud no es suficientemente activa, y a menudo me siento culpable por ello.

¿Cree que la pandemia hará que la gente empiece a relacionarse con el planeta de otra manera?

Eso quiero creer. El virus ha sido como un puñetazo de realidad. Nuestros antepasados vivieron guerras, hambrunas y epidemias, y todas esas dificultades los hicieron más fuertes. Pero nosotros hemos estado sobreprotegidos, y con el tiempo hemos dejado de escuchar la naturaleza. Nos hemos creído inmortales. La pandemia nos ha recordado nuestra propia fragilidad. Sí, realmente espero que salgamos transformados de este trauma. Quiero ser optimista al respecto.

’La Croisade’, decimos, también reflexiona sobre el rito de paso de la infancia a la adolescencia. ¿Recuerda cómo lo vivió usted?

En realidad, puede decirse que no tuve adolescencia. Empecé a trabajar como modelo a los 15 años, y eso significa que fui empujada de forma temprana al mundo de los adultos. Pero no me arrepiento, porque dar ese paso me dio muchas alegrías. Ahora, finalmente, puedo experimentar la adolescencia a través de mis hijos.

¿Cómo sobrellevó ese violento contraste entre su niñez en Normandía y el glamur, el lujo y el escrutinio público que la pasarela introdujo en su vida?

Supe mantener los pies en la tierra. Nací en una familia de campesinos, y siempre he tenido muy presentes esos orígenes. No dejo que el ruido que me rodea me distraiga de ellos. En mi interior, sigo siendo una campesina. Mis padres siempre vivieron con miedo a no llegar a final de mes y, aunque obviamente yo soy una persona privilegiada, creo que nunca he perdido la conexión con el mundo real ni mi sentido de solidaridad.

¿Cuándo fue consciente del poder de su aspecto físico?

De niña nunca me consideré guapa. Nadie me prestaba atención, y pasaba la mayor parte del tiempo sola, en el bosque, disfrutando del silencio. En el colegio, algunos me llamaban autista, y de hecho me sentí acosada, así que tuve que aprender a defenderme desde muy joven. Después de eso, de repente, me vi en el epicentro del mundo de la moda y, aunque me sirvió como una vía de escape del ambiente solitario de mi infancia, no me hizo sentirme particularmente bella. Después de todo, en el seno de la industria muchos me lo hicieron pasar mal porque, según su criterio, yo era demasiado bajita y tenía demasiadas curvas para ser una modelo. Me costó encontrar mi sitio en la profesión.

La belleza exterior y el ‘sex appeal’ han tenido mucho que ver en su éxito profesional. ¿Es difícil conciliar eso con un discurso progresista en términos de género?

El problema es que nuestra sociedad sigue considerando la sexualidad como algo sucio y degradante. Nunca, ni en el mundo de la moda ni en el del cine, he dejado que nadie me tratara como un objeto o un animal exótico.

¿Alguna vez fue víctima de abusos de poder?

Conocí a Harvey Weinstein y a otros muchos como él y en su día, hace mucho tiempo, experimenté mi #MeToo personal. Yo dije «no», y supongo que mi carrera se resintió por ello, pero no me siento una víctima porque elegí decir «no». Y aunque hubiera dicho «sí», no creo que me sintiera una víctima porque esa habría sido mi elección. Hablo exclusivamente de mí misma, no quiero generalizar, ni disculpar los abusos de poder. Tenemos que combatirlos caiga quien caiga.

Ha afirmado muchas veces que no se siente feminista.

La palabra feminismo me parece muy vaga. ¿Qué significa ser feminista? ¿Ser una revolucionaria? ¿Estar enfadada con el mundo? Nunca me han gustado las etiquetas. Por eso, prefiero definirme simplemente como una mujer. En mi opinión, ser una mujer equivale a ser femenina, feminista, frágil y fuerte a la vez. Ser mujer no es, eso sí, lo contrario de ser hombre. El discurso que el #MeToo legitima puede resumirse así: «Nosotras contra ellos». Yo creo que debemos trabajar todos juntos.

Hablando de etiquetas, es posible que haya quien la considere una modelo que hace películas de vez en cuando. ¿Le molesta?

Es comprensible. Pero no vivo mi vida de acuerdo a ese tipo de categorizaciones. Empecé a dedicarme a la interpretación a los 21 años porque sentí la necesidad de hacerlo’. Por eso mismo, en 2016 escribí y dirigí el corto ‘En moi. Voy haciendo mi camino. No creo tener mucho talento para nada, pero no dejo que eso me cierre ninguna puerta.

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