Unos buenos ibéricos, el marisco, algo de carne al horno, la sopa de Navidad... Probablemente a estas alturas tengamos ya decidido que serviremos en nuestras mesas estos días navideños. La cena de esta noche y la comida de mañana son dos claros ejemplos de la importancia que le damos a los platos que degustaremos en familia. Pero, ¿le damos la misma importancia al vino? Una mala elección, un servicio incorrecto o incluso la temperatura a la que lo vayamos a servir condiciona el disfrute de estos entrañables momentos y puede arruinar el esfuerzo realizado para preparar una buena mesa navideña. Estas son algunas de las claves para que el vino enfatice nuestros suculentos platos.

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Blanco, rosado, tinto... o mejor un cava. Cada plato y cada sabor tiene su vino adecuado, si bien la mejor armonía es la que se adapte mejor a nuestros gustos. Los tópicos hablan de vinos blancos afrutados para mariscos y pescados, rosados frescos para aperitivos más elaborados, ibéricos e incluso ahumados, tintos jóvenes para carnes blancas como el pavo y tintos con crianza para quesos, carnes al horno y guisos potentes. En el caso de los cavas, su fino carbónico y su tacto graso y cremoso en boca son aliados perfectos para armonizar un ágape navideño de principio a fin.

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Con la vajilla que emplearemos para el servicio pasa algo parecido a la elección del vino. Habitualmente, las copas de vino de menor capacidad se reservan para blancos y rosados, mientras que los tintos precisan una vajilla de mayor volumen. A la hora de servir en las copas procuraremos verter una cantidad que no sobrepase un tercio de su capacidad a fin de que la propia forma de la copa permita que los aromas no se volatilicen. Las copas de flauta y de tulipa específicas para cavas y espumosos resultan perfectas para los espumosos, si bien también los disfrutaremos en su plenitud empleando una copa de vino convencional.

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Del mismo modo que a la hora de preparar la comida estaremos pendientes de los tiempos de cocción de cada plato, es importante que le dediquemos algo de atención a la temperatura a la que serviremos cada vino. El defecto, pero sobre todo el exceso de grados, pueden estropear la personalidad de un vino. Los cavas, blancos jóvenes y las manzanillas se han de consumir entre los 5 y 8 grados, mientras que los rosados y blancos más dulces los tomaremos a una temperatura de 8 a 10 grados. Algo más de temperatura (alrededor de 12 grados) requieren los vinos blancos con crianza y los oportos, mientras que los tintos deben de oscilar entre los 12 grados de los más jóvenes y los 15/16 de los crianzas y reservas.

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En alguna ocasión hemos encontrado el clásico anfitrión que de manera habitual vierte el contenido de una botella en un decantador para su posterior servicio. En realidad, los vinos jóvenes o de poca crianza no requieren de este ritual, reservado a aquellas etiquetas con años de crianza y afinado en botella que precisan de un aireado previo para abrirse y mostrar su complejidad aromática y estructura.

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¿Quién no ha querido sentirse como un piloto de Fórmula 1 con una botella de cava en la mano? Aunque no lo parezca, abrir una botella de cava puede tornarse en deporte de riesgo y alguien puede salir dañado por la presión que el carbónico ejerce al abrirse. La manera correcta para su apertura pasa por desbloquear el morrión (ese alambre que recubre el tapón de corcho), y, sin retirarlo, sujetarlo con fuerza y girar lentamente la botella hasta lograr desprender el tapón sin que salga despedido.