El reciente cierre del Bar Líbano ha rescatado el recuerdo de una especie en peligro de extinción, como el de los bares asociados al fútbol. Un deporte que no se puede entender sin su íntima conexión tabernaria. En 1863, en el pub Freemason´s de Londres, cerca del mercado de Covent Garden, se acordaron las bases para codificar el juego. Décadas después, en 1919, fue en el Bar Torino, en la Bajada de San Francisco, donde un grupo de jóvenes estudiantes dieron forma al anhelado proyecto del Valencia Foot-ball Club. Y así, con debates entre pintas de cerveza, refrescos y bocadillos, la temperatura social del fútbol ha seguido inalterable hasta expandirse en los numerosos bares que hoy congregan a aficionados con el reclamo de ofrecer partidos de pago.

Hubo un tiempo en el que algunos bares se distinguían por su marcada personalidad futbolística. En Valencia ciudad hay unos cuantos ejemplos. El Líbano fue abierto en 1959 por el delantero brasileño Walter Marziano de Queiroz, fallecido dos años después en un accidente de tráfico en la carretera de El Saler.

La costumbre de tertuliar de fútbol en los bares cobró fuerza en los años 30. El balompié español había dejado atrás el amauterismo, una vez estructurado con el campeonato de Liga, se impulsó la Copa del Mundo. En la Cervecería París, en la actual Plaza del Ayuntamiento, acudía Luis Colina, entonces secretario técnico del Valencia FC, para departir con los aficionados después de los partidos. Muy cerca de allí, tras la guerra civil, cobró fama futbolística El Fénix, célebre por su cerveza de barril, así como el restaurante Gure Etxea. En sus mesas comían los futbolistas vascos que recalan en el Valencia procedentes del Recuperación de Levante, la base del eléctrico conjunto de los años 40, que también se hospedaban en el local.

Entrados en los años 50, El Trocadero es el lugar de encuentro de aficionados los domingos por la tarde. En su gran pizarra se iban escribiendo los resultados de la jornada que se iban conociendo por la radio. El fútbol ya es el principal espectáculo lúdico y el Valencia, con la escuadra que se corona campeona de Copa en 1954, arrastra masas. La ciudad rebosa de bares como la Cafetería Hungaria, en la calle Lauria, así como el Bar Aparicio, cercano a los Billares Ruzafa, muy frecuentados por los hinchas. En esos mismos años los aficionados levantinistas de los poblados marítimos acuden con entusiasmo al histórico Bar Polit. Pero el restaurante que acaba imponiendo su popularidad es Casa Mundo, la cervecería que Edmundo Suárez Trabanco, Mundo, el implacable goleador de la delantera eléctrica, compró en 1952 a la familia Bataller, en Don Juan de Austria, poco después de regresar del Alcoyano, club en el que acabó su carrera como jugador. Mundo compatibilizaba su trabajo como entrenador del Valencia con la atención de la barra, en la que los aficionados le trasladaban sugerencias sobre sus alineaciones, entre mordiscos a los célebres bocatas de calamares. Faas Wilkes, el holandés volador, encontró cobijo en el restaurante La Pepica, donde todavía se conservan fotos de su paso.

Muchos exjugadores encontraron en la hostelería una manera de invertir sus ahorros futbolísticos. El defensa de los años 40 Juan Ramón trabajó hasta pasados los años 80 en su cafetería en la Gran Vía Germanías. Roberto Gil y Héctor Núñez, históricos futbolistas de los años 60, se asociaron para inaugurar el Mesón del Conde.

El salvaje y sentimental Valencia de finales de los 70, comandado por Kempes, frecuentó el Bar Víctor, detrás de la antigua discoteca Woody. Ya en los 80, el Maipi se convirtió en el gran punto de encuentro entre futbolistas y periodistas. En su barra se han sentado clientes habituales, desde Eizaguirre a Luis Aragonés, pasando por Penev, Quique, Voro o Angulo, entre algunos ejemplos. En la primera década del siglo XX jugadores y directivos se citaban en los italianos Pavarotti y La Lambrusquería en el navarro Kailuze (ahora propiedad de Unai Emery), a escasa distancia de la cafetería Frankfurt, donde Arturo Tuzón y sus directivos tomaban café, recordando las peripecias del Valencia que lograron renacer. Los actuales jugadores se reúnen en los restaurantes de la Avenida Corts Valencianes, donde un nutrido grupo tiene su residencia.