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Tiempo de juego

La pelota no miente

La pelota no miente

Aquello que vislumbramos a comienzos de año, hoy ya es una realidad. El Valencia ha vuelto. Los números (también las sensaciones) así lo dicen. 53 puntos: el mejor Valencia a estas alturas de campeonato desde 1944, ganándose la admiración de los suyos y el reconocimiento de los otros. Ahí es nada. Cada jornada liguera en Mestalla, el rival se convierte en víctima. Con mayor o menor dignidad, el final que le espera es el mismo que a sus antecesores: kilómetros de vuelta a casa sin botín alguno en las alforjas. Ayer fue el turno de la Real Sociedad, quien olvidó su historia más reciente (seis victorias y un empate en sus últimas siete visitas) convirtiendo su presencia en el campo de batalla en fuego amigo. David Moyes pobló el centro del campo de promesas a las que cegaron los focos cuando perdieron el acné y les enfocó el protagonismo (Canales, Granero, Pardo) y su plan radicó en la correcta ocupación de los espacios. Lejos quedó Aguirretxe, condecorado francotirador en el pasado, paseando por el césped como un veterano de guerra. El resultado a lo propuesto fue un equipo ordenado que repartió de manera razonable el espacio y el esfuerzo, algo que le valdrá al escocés para presumir de hazaña, vino tinto de por medio: «al descanso sumábamos un punto». Melancolía y corrección británica.

Como las soluciones quedaron inventadas hace tiempo, lo único que nos quedó por hacer fue encontrarlas en su justo momento. Y resolviendo problemas, Nuno cada vez experimenta menos y acierta más. Manual del entrenador: página siete, párrafo dos. «Ante un equipo encerrado la opción es simple, abrirlo atacando por afuera». Así tomó el mando el Valencia, con Parejo una vez más asistiendo y corriendo. Como la vida no le da la espalda a quienes pelean, junto al capitán habrá que situar a dos compañeros de pitos, trabas y malos tragos. El primero, Feghouli, al que la ovación con la que le despidió Mestalla le trajo consigo un mensaje: el balón es el único medio para redimir los pecados. Explosivo, profundo y vertical, cada diagonal suya al espacio desarbola ejércitos y alista feligreses para su causa. No todo está perdido, Sosó. Para encontrar al otro asociado en el club del perdón, bastará con girar la vista hacia el otro costado. Piatti no se rinde y su persistencia es admirable. Honrado como pocos, ahora hasta la diosa fortuna le sonríe. En lo que llevamos de temporada suma siete tantos, exactamente los mismos, que los marcados en sus tres primeras temporadas; juntas. En el fútbol las estadísticas desnudan a los mártires. Reclamaba Nuno en la Costa del Sol, la recuperación de sus dos extremos puros («¿dónde están Piatti y Feghouli?»). Tal vez, al revisar el manual, recordando las palabras de César Luis Menotti: «a medida que vamos atacando, el terreno se va haciendo más corto, pero el ancho siempre es el mismo».

De menos a más fue avanzando Enzo Pérez en el partido. Nunca antes recuperó tanto y se permitió alguna conducción que eliminara líneas de presión y aliviara al departamento financiero. Progresa adecuadamente. Mustafi superó la ausencia de Otamedi recuperando el recuerdo fiable de su arranque y por último, está Rodrigo. Un tipo que nace en Río necesita sonreír y sospecho que su felicidad va ligada al gol. Sus (precisas) conducciones fuera-dentro sortean rivales, pero sus disparos no logran alejar los fantasmas. 'El síndrome de Robben', lo llaman. No teman. Talentoso y elegante, queda una fiesta pendiente para cuando le entren.

El valencianismo está de suerte. Ya no quema etapas; las saborea y luego las engulle. No importa el día ni la hora. Cada partido en casa se ha convertido en una exhibición de músculo, un reclamo para el festejo permanente. Faltan 13 jornadas por disputarse. Menos de tres meses para regresar entre los mejores. Y en Mestalla se ha decretado el estado de felicidad. Que lo disfruten.

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