El Valencia se parece a Pablo Piatti. El equipo de Nuno Espirito Santo se ha contagiado de la ambición y la testarudez con la que el extremo argentino entiende este juego, en el que toda teoría infalible se puede llegar a rebatir a base de una insistencia ciega. Así, zarandeando sin descanso a una Real Sociedad que dejó de ser la bestia negra, sin respuestas, deslumbrada por el sol del mediodía y por un rival cada vez más sólido, sin altibajos ni dudas estéticas esta vez. Los blanquinegros sentenciaron con dos goles del «Duende» en los inicios de la segunda parte un partido que siempre fue suyo. El valor de los tres puntos aumenta por las prestaciones y por el terreno comido a los rivales directos que ayer se enfrentaron entre sí. La lesión de Otamendi, que en otras circunstancias habría tenido una lectura casi trágica, fue el único lunar de un partido que dispara la cotización valencianista en el último tramo del campeonato.

Nuno optó de salida por la versión más desequilibrante de su equipo. A la que había recurrido últimamente en las segundas partes para abrir los partidos, con el refresco de Sofiane Feghouli, esta vez titular en detrimento de André Gomes. A la apuesta sólo le faltó el gol, en una primera parte en la que el Valencia manejó la situación con solvencia, con un dominio que fue constante y con criterio. Con las bandas abiertas, con apoyos de Negredo para atraer la llegada de más rematadores y con una efectiva presión para recuperar la pelota muy pronto y no dejar respirar a la Real Sociedad, con el silbado Canales „retirado al descanso„ y Xabi Prieto desactivados.

Fallaba sólo la pausa necesaria para afinar el último pase. En esa tarea Feghouli, hábil para desbordar en profundidad, se precipitó en un par de claras ocasiones, para desesperación de Negredo, que esperaba en centro completamente solo. El Valencia no volcó sólo el juego por la banda derecha. Conforme entró en calor con el paso de los minutos también hubo mucha actividad por la izquierda, rebosante de electricidad con las combinaciones de Gayà y Piatti. De sus centros se generaron un buen número de saques de esquina, defendidos por una Real Sociedad bien pertrechada para los balones por alto. Sólo una vez los valencianistas, en el primer acto, ganaron el duelo aéreo en un saque de esquina. El testarazo de Mustafi fue desviado por Rulli.

El orden de los locales se agrietaría únicamente en los últimos minutos, antes del descanso. Una ocasión aislada pero muy peligrosa de los blanquiazules, en la que Mustafi se cruzó oportunamente ante el disparo de Xabi Prieto, fue seguido por la lesión de Otamendi. Mientras el central argentino era atendido, ya en tiempo de descuento, los valencianistas se descompusieron, con dos tarjetas cobradas por Estrada Fernández a Enzo Pérez y Mustafi. Era necesario el paso por vestuarios.

Lucas Orban suplió a Otamendi en una segunda parte en la que el Valencia continuó asfixiando a la Real en su área. Feghouli, con puntos grapados en la cabeza tras un choque fortuito en la primera parte, continuaba ganando cada duelo a Yuri, en una vía de escape que el escocés Moyes no sabía taponar. La llegada del gol, en esas circunstancias, era como una fruta madura que iba a acabar cayendo al suelo, por la inevitable acción de la gravedad. Todo se resolvió en cuestión de tres minutos, en dos jugadas por la banda derecha en las que primero Parejo y después „esta vez sí„ Feghouli, sirvieron el gol a Piatti, que se coló como una pulga rebelde en la posición del nueve para marcar. El primero, con la afortunada colaboración de Ansotegi, que desvió el remate lo justo para engañar a Rulli. En el segundo, Piatti remachó a placer.

Con más de media hora por delante, todo era fiesta en la matinal de Mestalla. La afición festejaba no sólo el triunfo sino el presente feliz de su equipo. Se despidió con honores a Feghouli, sustituido por Rodrigo. El estado de relajación echó al Valencia un paso atrás y permitió que la Real Sociedad se acercase más a Diego Alves con disparos de media distancia, desviados. Sin nada ya en juego, Nuno entendió que en los minutos finales Feghouli y Piatti merecían el tributo de Mestalla. Los dos jugadores a los que había añorado públicamente en rueda de prensa, recibieron la ovación de un estadio entregado, expectante de cara a una primavera en la que, de nuevo, una década después, todo parece posible.