­El cabezazo de Shkodran Mustafi espanta el pánico de Mestalla. La ajustada victoria anoche sobre el Granada da un respiro a Nuno Espirito Santo y a todo el valencianismo en mitad de la tormenta. Un triunfo con margen de mejora, con altibajos todavía evidentes, propios de un equipo aún en plena convalecencia. Con prácticamente todo por solucionar, los blanquinegros exhibieron una intensidad y una concentración dignas de mención, que describen las ganas de este equipo por salir del bache y encontrar su mejor versión. La afición aguantó el sufrimiento y abroncó al entrenador. Sumar de tres en tres es un buen comienzo, pero la reconciliación parece lejana.

El delicado estado del Valencia no preveía un partido para alardes. De hecho, a los locales les costaría entrar mucho en el duelo. A los nervios propios se sumó la presencia de un Granada con personalidad que buscó sin preámbulos la portería de Jaume, guiado por un centro del campo consistente con Javi Márquez a los mandos. La carta de Nuno de salir desde el principio con Paco Alcácer y Negredo „una reivindicación de la grada que ha chocado con la religiosa defensa del técnico del 4-3-3„, parecía una invitación a una salida arrolladora. A la esperanza de un rival encerrado, fútbol directo y segundas jugadas. Pero la realidad dictó un juego con imprecisiones y sin dominio diáfano, en el que las primeras aproximaciones fueron de unos visitantes que no renunciaban a la posesión y que buscaban con la velocidad de Success y El Arabi la espalda de los laterales blanquinegros.

Las únicas chispas surgían con el pundonor de Cancelo, con la brega de Negredo recibiendo de espaldas, o desde la izquierda con Zakaria Bakkali. El Valencia se agarraba a los regates y acrobacias del extremo belga, bien acogidas por Mestalla, pero que sin embargo no acababan de conectar con la línea de remate. Javi Márquez avisó con una volea desde dentro del área, fuerte pero afortunadamente centrada, que hizo reaccionar al Valencia. Vezo entró al choque con Andrés Fernández antes de la llegada del balsámico gol de Mustafi. Una acción en la que hay que apuntar el mérito de Cancelo al abrir a la banda, de primeras, el rechace de un esquina. La pelota acabó en los pies de Bakkali, que midió el envío al segundo palo para el cabezazo en plancha de Mustafi. El central alemán, que gana en carisma y galones, celebró el gol con furia.

Parecía que el Valencia se quitaba un peso de encima, que la noche rebajaba su dramatismo ambiental, pero el Granada no había dicho su última palabra. Success, que disputó uno de los duelos de la noche con Orban, mandó un centro que El Arabi estrelló en el larguero. Antes del descanso, el saguntino Rochina amenazaría a Jaume, con un disparo algo desviado desde 50 metros y con un golpe franco lleno de intención que el de Almenara desvió volando y a una mano, con ovación de Mestalla.

Sin sentencia

A falta de plasticidad, al Valencia se le vio más entonado. El gol de la tranquilidad se olía en los recortes hasta la línea de fondo de Cancelo, o en el tanto bien anulado por fuera de juego de Alcácer. Pese a las buenas sensaciones, el marcador era corto y dejaba al rival con aire. El mismo aire que le faltaba a Bakkali, efervescencia de 60 minutos, que entregó exhausto y entre aplausos su sitio a Piatti. El partido se encaminó a un final abierto, liberado de ataduras tácticas y librándose en las dos áreas, con un Granada que aguantó de pie hasta el final, con un suspense que no se diluyó hasta el silbido final.