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Mucho frío

Al coronel no le sale nada según planeó, pues no hay maquillaje que esconda tantas imperfecciones

Mucho frío

Ya ha llegado el frío, que no el invierno. El calendario así lo dice; también la cabeza. Porque en la mente de los valencianistas, la vida es, desde el mes de mayo, una guerra fría permanente. Atrás quedó el volcánico verano, especialmente caliente en Mestalla. Ahora es otoño, aunque el termómetro marque lo contrario. Y en plena estación de la nostalgia, el valencianismo no encuentra consuelo. Hace frío, ese tan mediterráneo que actúa como el desamor: calando en los huesos, congelando el corazón.

Existe un problema de fondo, seguramente por culpa de las formas. El Valencia CF, como club, no ha sabido proteger su tesoro más preciado y a su vez denostado: la ilusión de la gente. La fricción, como consecuencia de un desgaste acelerado, ha despojado a la entidad del aliento de los suyos. Ese sobre el que se cimentan las gestas a base de empuje, casta y arrebato. Ese que abriga bajo su regazo y proporciona vida con su latir. Ese que grita hasta perder la voz. El que, sobre todo en las malas, acompaña y arropa. El sentimiento, en mayúsculas, que marca diferencias y te hace especial. Lejos de cuidarlo, le ha ido dando la espalda. Sin quererlo, como sucede en estos casos, ha terminado por colmar su paciencia. Ocurre siempre igual. Primero se empieza por no darle importancia a los pequeños detalles y terminas por hablar de menos y cobrar de más. Por el camino, hinchas el pecho dejando caer algún reproche autoritario («no ha sido agradable escuchar los cánticos contra el entrenador») y niegas la mayor: está todo bajo control. Renuncias a lo que había, dejándote ver con nuevas compañías. Las mismas que te asesoran sin conocer qué pasa en el día a día. Estás lejos; así se siente. Y por supuesto todo el que cuestiona tu criterio, está contra ti. Incapaz de salvaguardar tu patrimonio más valioso, hasta le has ido privando a la grada de futbolistas con los que identificarse.

Por encima del escudo, no hay clavo ardiendo al que agarrarse. Del mismo modo con el que se comporta la propiedad, lo hace su principal ejecutivo a ras de césped. A Nuno no hay ser quien lo gobierne y todo cuanto le rodea forma parte del atrezo. Su discurso en público, su silencio en privado, su mirada sobre el escenario. Una buena temporada le bastó para sentirse incuestionable y desde entonces centra sus esfuerzos en luchar€ contra molinos de viento. Sombrío y obcecado, todos son el enemigo. Victimizado, ha olvidado su principal cometido. Ni rastro del entrenador. El que variaba el sistema, priorizando la velocidad y el ataque. El que cerraba los puños y apretaba los dientes con cada esfuerzo. El tipo discreto y humilde, consciente de tan solo desembarcar con el aval, de dirigir al Rio Ave. Aquello quedó en el olvido. Ahora concede entrevistas con mensajes vacíos, comparece en vano y se muestra en las redes sociales donde, siguiendo con el estigma, todavía no ha dicho esta boca es mía. Al coronel no le sale nada según planeó, pues no hay maquillaje que esconda tantas imperfecciones. Se ha vuelto preso de su terca soledad. Abandonado a su suerte, el equipo anda descreído y sin amparo. Previsible y conservador, el miedo a perder coarta y resigna a los futbolistas. No quedan carrileros que desdoblen y los violinistas desafinan. No hay presión; tampoco mordiscos. Vulgar y desalmado, se le han agotado los abrazos.

Todavía estamos en otoño, pero la grada ya tirita de frío. Dice el estribillo de una canción, por si a Nuno (y a la propiedad) les diera por recordar, el sentimiento que diferencia y te hace especial. «Dile que la echo de menos, cuando aprieta el frío, cuando nada es mío, cuando el mundo es sórdido y ajeno. Que no se te olvide: es de esas que da siempre un poco más que todo€ y nada piden». Es bueno recordar que, cuando todo pase, siempre quedará Mestalla. Y Sabina.

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