­La imparable caída libre del Valencia en los últimos meses había sumido al equipo, y por extensión a la hinchada, en un apático estado de indefinición. Ni el mínimo poso exigible de club grande se intuía en los cero disparos contra el Sevilla, cuando se tocó del todo fondo, cuando ya quedó claro que no había otra opción que despertarse y gritar contra tanta mediocridad reinante. Faltaba un alarido liberador. Cuánto añoraba el valencianismo una indescriptible velada como la de ayer. El 1-1 ante un Barça de récord se festejó casi como un título.

Ese grito colectivo se escuchó muy nítido cuando, poco antes de acabar una primera mitad extenuante, Paco Alcácer presionaba hasta lo imposible para pelearle una pelota a Bravo y Santi Mina abortaba, en la misma jugada, la salida de pelota azulgrana cerca del córner.

Era la prueba palpable de una liberación rabiosa, que iba más allá de la decena de bajas en los locales y de un resultado que frágilmente se aguantaba empatado. Entre todas las reivindicaciones destacaba la de Rodrigo de Paul, uno de los damnificados más silenciados de la gestión de Nuno Espírito Santo, ensombrecido como estaba porque el ruido y los titulares los copaba el ostracismo de Negredo. El joven volante argentino, en el mejor de los escenarios, mostró una verdad necesaria de recordar: que a este equipo le quedaba garra y también fútbol. Asociándose con Gayà, con cambios de orientación y tocándola rasito de primeras, guiando con la cabeza levantada y libertad de movimientos los ataques del Valencia, De Paul parecía reencontrarse de nuevo con el pibe de Sarandí que, con 19 años, pidió llevar el número 10 de Racing Club de Avellaneda para jugar en un Cilindro lleno con 50.000 espectadores. Como anoche un Mestalla entregado.

Todo el Valencia parecía, en realidad, enfrentarse a un ajuste de cuentas personal. Alcácer recibía de espaldas y se sacrificaba por el colectivo, Enzo Pérez mostraba el arte canchero que no exhibía desde su debut, cuando se lució como 5 latino en la remontada ante el Madrid del curso pasado. Danilo ofrecía alguna filigrana estética en la medular, en Abdennour se veían algunos tímidos signos de autoridad del añorado Otamendi y Jaume era el salvador de siempre al que Nuno sentó con el alevoso agravante de saberse ya destituido.

En el voltaje del partido, el protagonismo de la grada fue fundamental. Hubo cánticos de todo tipo. Mestalla se enganchó con un «Hacienda somos todos, Messi paga ya». El astro de Rosario levantó el brazo, encajando de buen grado la sorna. Luis Suárez celebró el tanto con la furia de saber que era una noche incómoda. Lo continuó siendo. A De Paul le falló la definición tras gambetear a Piqué. Gary Neville resoplaba desde el palco. Bakkali chutó alto tras fintar a Alves. Y llegó el gol de Mina, otro de los que necesita creer en sí mismo, previa enorme dejada de Alcácer. Mestalla se despellejó las manos aplaudiendo a un Valencia que acabó exhausto y rebosante de dignidad.