Besó con determinación a su mujer en los morros y en la mejilla a su hija adolescente antes de enfilar los tres juntos la salida de Mestalla poco antes de la medianoche del sábado al domingo, con esa sensación de plenitud que solo da el fin de un trabajo bien hecho. Salvador González, Voro, (l´Alcúdia, 52 años) preguntó antes de marcharse al director de comunicación, Damià Vidagany, si le quedaba alguna obligación más con la prensa. «¿Me tiene que llamar alguien más?» «A ver si te llama Mendes para ficharte», bromeó con él alguien del club.

«Hoy va a dormir toda la noche, no como esta semana pasada», suspiró aliviada su esposa, en alusión a la felicidad en la familia González después de una semana durísima al frente del equipo (saldada con la victoria en Barakaldo en la Copa, 1-3, y el empate ante el Barça en Mestalla, 1-1), en este periodo de entreguerras que le ha tocado cubrir por tercera vez entre la salida por el fracaso de un entrenador (en este caso Nuno) y la llegada de otro (Gary Neville).

Hoy Voro vuelve ya a la rutina de delegado de campo del Valencia, puesto que ocupa con elegancia desde 2005, cuando llegó a la conclusión de que el cargo de entrenador le hacía sufrir demasiado: lo pasó fatal cuando descendió al filial valencianista. «Me gusta lo de delegado porque estás al lado del entrenador, ves sus decisones y el porqué las toma», declaró en mayo de 2008, justo cuando se había ocupado por primera vez del primer equipo, aprovechando su título de entrenador nacional, después de la crisis de Ronald Koeman al frente del Valencia con el descenso a Segunda a solo dos puntos y a falta de seis jornadas para el final. Ganó cinco partidos y alejó todos los miedos. Vivió un segundo capítulo en 2012, en una victoria de Champions ante el Lille, en el tránsito de Mauricio Pellegrino a Ernesto Valverde. Y sí, apredió de todos ellos, de Benítez (a quien seguía desde el banquillo del filial), de Quique Flores, de Unai Emery, de Ronald Koeman, de Pellegrino, de Valverde, de Djukic, de Pizzi e incluso de Nuno, aunque fuera para saber qué no se debe hacer.

En un mundo tan mercantilizado como el del fútbol y en una entidad tan marcada por la intervención financiera de un millonario asiático (Peter Lim), la figura tranquila y discreta de un hombre del club a la antigua usanza ha vuelto a apagar fuegos y a dotar de confianza a los distintos estamentos. Le ha bastado agitar unas dosis de sentido común y otras de sensibilidad para liberar a los jugadores.

Desde la atalaya de los dintintos estratos del juego (entrenador, delegado y antes jugador en el Tenerife, el Valencia, el Deportivo y el Logronés, además de nueve veces internacional con España), Voro sabe cuáles son las esencias. Y quizá por eso no respondió a la Curva Nord cuando esta coreó su nombre en la segunda parte del encuentro ante el Barça. Ni un gesto de populismo. Tampoco al final cuando los futbolistas fueron a saludar a las gradas. Se marchó raudo al vestuario. A recuperar su viejo oficio de delegado.