El entusiasmo no puede con todo. El fútbol requiere calidad, automatismos y experiencia. Nada de eso tuvo anoche el Valencia. Le faltó talento para abrir el encuentro de manera individual. Careció de los mecanismos de juego porque el equipo se encontró a medio camino entre la inanidad de Nuno y las intenciones más ofensivas de Gary Neville. Y echó de menos la madurez de unos futbolistas atropellados ayer por el tren de la ansiedad.

Tampoco contribuyó el árbitro, que le anuló un gol perfectamente legal de Mustafi en el arranque del partido. El equipo se le fue yendo de las manos a Neville poco a poco. Y no logró enderezarlo a pesar de los cambios: la chispa emocional del regreso de Negredo en el segundo tiempo resultó en vano, fuera de forma tras la lesión de apedicitis, sin química con Alcácer porque, entre otras cosas, no llegaron buenos centros desde los extremos. La entrada de Piatti llegó tarde, cuando el Lyon ya había afilado sus contragolpes.

El conjunto francés, mucho más curtido y alentado por el escaparate, asaltó Mestalla.

En un ambiente más gélido de lo esperado, nada que ver con el hervidero y el éxtasis del empate del pasado sábado ante el Barça, el Valencia regresó a los problemas domésticos. El día a día, aunque se trate de la Champions, no es tan magnético como las noches de visita del campeón de Europa. La puesta en escena de Gary Neville resultó atractiva. Gracias a Voro, al recordar una genialidad de Ernesto Valverde, Parejo comenzó de mediocentro defensivo, recuperando balones y distribuyéndolos con naturalidad. A la espera de algún desmarque definitivo de Rodrigo de Paul, como interior izquierdo, o, sobre todo, de los laterales, liberados para atacar a su antojo. Gayà tiró tantos desmarques que terminó extenuado el primer periodo. Cancelo también profundizaba con zigzagueos por el extremo derecho. La grada se frotaba las manos.

Pero entonces algo ocurrió que enfrió el ambiente. Hubo una bajada de tensión. El marcador reflejaba un gol del Gante en Bruselas después de que el árbitro, un esloveno de 35 años, profesor de Educación Física, hubiera invalidado sin razón un golazo de Mustafi. El central alemán marcó de plancha desde el punto de penalti. El balón entró como una exhalación, de abajo arriba, en la portería de Lopes. El árbitro lo suprimió por una falta inexistente. Mustafi ya había merecido el tanto en otro cabezazo anterior, este repelido por el palo. Y la gente entendió que se le había hurtado un inicio prometedor. A las malas noticias se unió otra: la lesión de Enzo Pérez. Sobre todo porque acarreó el adelanto unos metros de Parejo para que Javi Fuego ocupara su posición. La salida del cuero desde el eje se resintió.

El Lyon no pasa por sus mejores tiempos ni se jugaba nada, pero conserva futbolistas con buen pie. La escuela francesa siempre ha sido muy dotada técnicamente. Caso de Cornet, que envió un zurdazo colocado, desde el pico derecho del área, a la escuadra contraria. La única forma de batir a un Jaume pletórico, un muelle para desviar hasta cinco tiros anteriores.

La segunda parte irrumpió con la alegría de Mestalla al ver calentar a Negredo. Relegado por Nuno a una condena de meses, la gente agradeció el gesto de Neville de recuperarlo. No de manera testimonial, sino al poco de arrancar el segundo periodo, con todo por decidir. Gary retiró al mediocampista Danilo (irrelevante anoche) y dispuso a dos delanteros. El Valencia recuperó el pulso de la grada y comenzó a atacar con todo.

Parejo siguió robando balones y el Valencia acumulando efectivos en ataque, aunque de manera cada vez más embarullada, sin profundidad por las alas. Mestalla recibió con alborozo el empate del Zenit. Quedaba lo más importante: hacer bien el propio trabajo. El conjunto de Neville necesitaba un revulsivo. La ansiedad tomó cuerpo en el Valencia, completamente desordenado ante la necesidad de remontar. Mucha conducción del balón en carreras a ninguna parte, consecuencia de un conjunto sin oficio. Solo Jaume, sublime ante Darder, evitó en una primera instancia la sentencia del Lyon, que se produjo inevitablemente poco después. Lacazette ganó en carrera a Abdennour y cruzó de zurda ante la media salida de Jaume. Mestalla quedó muda y resignada. Pinchado el globo del entusiasmo, el fútbol impuso su ley en Mestalla.