Jaume Doménech, de 25 años, ya no es solo el mejor futbolista del Valencia en lo que va de temporada, sino una de las sensaciones de la Liga. «Porterito» lo bautizaron algunos aquella noche de Champions en la que Hulk sometió a Mestalla a un bombardeo. «Porterazo» debemos convenir a estas alturas después haber defendido 22 partidos al equipo con una personalidad arrebatadora e impropia de un recién llegado a la élite. Ipurua fue una muesca más en este chico etiquetado como cuarto portero al arrancar la campaña. Y Diego Alves, coronado rey tras su fabuloso curso anterior, debe estar tentándose la ropa ante la perspectiva en unos meses de su reaparición. En un proyecto tan mercantilizado como el del Valencia ya es curioso que la figura sea un portero de la casa, curtido a golpes de cesiones y surgido del infortunio de dos compañeros: las lesiones de Diego Alves y Ryan.

La mano de Jaume al remate a bocajarro de Sergi Enrich, a tres metros de la línea de gol, representa una de esas paradas para el álbum del guardameta castellonense. Reflejos y velocidad puros. Parecida a cuando, en la jugada más aciaga para el Valencia (expulsión de Orban y penalti injusto tras un salto limpio con Dani García), el meta de Almenara voló hacia su lado derecho para detener el disparo de Saúl Berjón. Justicia poética.

Sabía Jaume que ese penalti habría representado la sentencia para el Eibar, con un 2-0, y un jugador más a falta de media hora para el final. Por eso se estiró con la fe de un fanático. A partir de esa inercia de su portero, el Valencia comenzó a creer en sí mismo.

Ayudó la entrada de Negredo mediada la segunda parte. Todo el mundo sabe que el estado físico de Negredo no es óptimo y nadie sabe si lo volverá a ser algún día. Pero aun así es capital para este Valencia. El equipo necesita su calidad técnica y su poder de intimidación. Y lo necesita sobre todo porque es la única manera, a corto plazo, de que Alcácer deje de ser un náufrago en medio del océano. Hace muy bien Gary Neville en recuperar a Negredo.

Porque el cuadro valenciano debe de ser de los conjuntos de la Liga que menos pisa a línea rival de tres cuartos, un territorio inexplorado. Uno de los retos de Neville es revertir eso: que se incorporen los interiores al ataque y los laterales alcancen la línea de fondo, y que los medias punta tiren paredes con Alcácer en la frontal del área... El trabajo de Neville es infinito. El erial de Nuno, también.

Los jugadores se dejan la piel

En lo futbolístico, el Valencia se pareció al de otras jornadas precedentes con Nuno (no disparó ni una sola vez entre los tres palos y el empate llegó con un desvío en propia puerta del lateral izquierdo Juncà). Pero en lo anímico el equipo es completamente diferente. Los jugadores se dejan la piel y juegan con una motivación ausente hasta el cambio de entrenador. Sin líderes en el vestuario por la juventud de muchos y por la dejadez de otros, surge la figura de Mustafi. Fue quien se comió al linier cuando este se inventó una agresión de Orban a Dani Garcia que acabó con la roja del lateral izquierdo argentino. Le costó a su vez la amarilla al central alemán por las protestas. Pero el árbitro se quedó con la mosca detrás de la oreja y acribilló a tarjetas al Eibar en el resto del encuentro. El propio Orban, en su vuelta a la titularidad tras la marginación de Nuno, sufrió un calvario en el primer tiempo. Capa y Keko convirtieron el extremo derecho local en una autopista hacia Jaume. Capa llegó a la línea de fondo, limpió a Orban con facilidad y su centro lo embocó Sergi Enrich en la misma raya de gol. Sucedió justo antes del descanso.

Gary Neville anduvo muy activo desde la zona de los entrenadores. Retiró a Rodrigo de Paul en el descanso, señalándolo por no haber ayudado lo suficiente a Orban ante la invasión Capa-Keko. Piatti no mejoró la actuación de De Paul. Negredo, en lugar de Barragán, sí se notó. Se revolvió en la frontal del área y sirvió con la diestra a la entrada de André Gomes, entre una nube de defensores. Uno de ellos, Juncà, envió a su propia puerta al sentir la presión de André Gomes en el cogote. El Valencia, con uno menos un buen tramo, había sobrevivido e incluso pensó merecer algo más en esa carrera de Alcácer superando a Ramis, que lo cazó por detrás. La expulsión del central, ya en el descuento, llegó tarde para el Valencia. Y la falta lanzada por Alcácer, se escoró demasiado a la izquierda de Asier Riesgo. El árbitro pitó el final tras esa acción, pero el Valencia, aun sin chutar a puerta, se fue con la sensación de haber ido creciendo. Y de haber superado una situación muy adversa. El tipo de partidos para madurar a un conjunto tan tierno. A pesar de que el Celta, cuarto, ya está a siete puntos, el cuadro de Neville aun está a tiempo. El día en que el juego se corresponda con el estado de ánimo, el Valencia volverá donde le corresponde. Mientras tanto, el equipo valenciano se agarra a Jaume y a ese clavo ardiendo.