El señor Peter Lim se compró un juguete en verano de 2014 y él mismo lo manoseó hasta romperlo el pasado verano, alimentado por su torpeza y por la codicia de un representante, Jorge Mendes. Pero no aprendió el millonario de Singapur y le dio el invento a otro socio y amigo, Gary Neville, para que lo acabara de destrozar. Ese juguete roto se llama Valencia CF y va a cumplir 97 años. Ayer sufrió una de las mayores humillaciones de su historia, comparable al «Karlsruhazo» de 1993.

Ya no le quedan excusas ni razones al señor Gary Neville para seguir al frente del Valencia. Ha fracasado en todos los frentes: ocho jornadas si ganar en la Liga y el ridículo de ayer en la Copa. Todas sus decisiones invitaron anoche al desastre. Si el valencianismo se había ilusionado con la presencia totémica de Cheryshev, él prefirió la nada de Siqueira como interior izquierda. Si Abdennour había mejorado en las últimas citas, le dio la vez a Aderlan Santos, camino del matadero al tratarse de un central tan pesado frente a la electricidad del ataque azulgrana. La vuelta, el miércoles próximo en Mestalla, será un tormento para los jugadores. Seguramente habrá un nuevo inquilino en el banquillo.

El partido no había roto a sudar siquiera cuando el Valencia ya tenía dos goles en contra. Una pérdida de balón de André Gomes en el centro del campo a manos de Neymar originó el huracán azulgrana. El eje de Gary Neville, tanto su centro del campo (Danilo, Parejo y André Gomes) como la parte central de su defensa (Mustafi y, sobre todo, Santos), es el agujero negro del Valencia, que, sorprendentemente, ha preferido reforzar el carril izquierdo. El Barça jugó a sus anchas en la medular y dos de sus primeros goles llegaron por el corazón del área valencianista. Tenían pista libre. Entre medias, el segundo tanto fue la jugada de toda la vida del Barça, advertida en este periódico por Javier Subirats: el pase en diagonal de Busquets al lateral (Aleix Vidal), el toque atrás de este y el disparo de Suárez.

El Valencia se dedicó a flotar como un zombi sin saber dónde ni cómo ni cuándo presionar. Justo lo que quería el Barcelona. Gary Neville, como gran novedad táctica, había sorprendido al alinear a cuatro laterales, dos por cada banda (Barragán y Cancelo por la derecha; Gayà y Siqueira por la izquierda). Sin ningún resultado ni en ataque ni en defensa.

Siqueira, tras apenas un entrenamiento con sus nuevos compañeros y un solo partido con el Atlético en la Liga, se sintió un pez fuera del agua, obligado a una posición además, la de interior izquierda, para la que no está habituado.

La improvisación fue total en el Valencia. Rodrigo, si haber disputado con Neville ni un solo minuto como delantero, se plantó en esa pocisión para aprovechar supuestamente su velocidad.

Además de la sideral diferencia del juego azulgrana, el árbitro, Iglesias Villanueva, también se equivocó a su favor: no pitó ni falta cuando Mathieu clavó sus tacos sobre el empeine de Danilo (retirado dolorido minutos después); y señaló penalti y expulsión de Mustafi por derribar supuestamente a Messi. El penalti lo envió al palo Neymar.

Aderlan Santos, calamitoso

Neville trató de recomponer el equipo con la entrada de Vezo en lugar del fantasmal Siqueira. El Barça atacó y descubrió cómo Aderlan Santos se iba al suelo al primer engaño de Mesi antes de anotar el cuarto. Entró Cheryshev en el Camp Nou y fue recibido con una ovación: había tiempo para la mofa del jugador que eliminó por alineación indebida a su anterior equipo, el Real Madrid. El extremo zurdo dejó la única jugada digna del Valencia en todo el encuentro: un centro medido rematado a gol por Rodrigo, anulado por fuera de juego.

El colmo fue ver a Parejo al intentar un caño a Messi dentro del área valencianista. El disparo de La Pulga acabó también en las redes. Ryan no paró ni una. El Valencia fue una vergüenza y su entrenador, por dignidad, debe marcharse.