Es muy fina la línea entre el éxito y el fracaso (esos dos impostores), en efecto, señor Neville, pero no hay entrenador en la historia del Valencia (97 años) que haya resistido nueve jornadas sin ganar en la Liga. A no ser que sea un amiguete y socio del dueño y que, además, domine el arte de la oratoria. En esas conversaciones semanales de Gary con Peter Lim puede hacerle creer que un burro vuela, así como es capaz en las ruedas de prensa de dibujar un panorama tan alejado de la realidad. El Valencia lleva tres meses sin ganar en la Liga (desde el 7 de noviembre en Balaídos, 1-5) y el valencianismo empieza a despertar del largo letargo: «Contigo empezó todo, Amadeo», rezaba una pancarta cargada de ironía esta semana en un puente de la capital en alusión al expresidente, Amadeo Salvo, que vendió el alma del club al millonario singapurense. «Aurelio, ahora vende el puerto», decía otra en referencia a la responsabilidad portuaria actual de Aurelio Martínez, el otro protagonista de «la mayor transacción del fútbol mundial», como la describió Salvo, para malvender la sociedad de Mestalla.

El director deportivo, Suso García Pitarch, sería partidario de destituir al entrenador, pero debe medir sus fuerzas y las del propio técnico antes de cualquier movimiento. Así están las cosas. El director deportivo no deja de ser un ejecutivo que hubo de pasar siete horas de examen para recibir el visto bueno del gran jefe Lim. Neville, en cambio, forma parte del círculo íntimo del propietario. A esto ha llegado el Valencia.

Neville solo ha ganado partidos en las ruedas de prensa. En el campo, cero. Al técnico inglés se le escapan los códigos del fútbol español y su equipo no compite sino que deambula. Es una escuadra totalmente afeitada, sin contundencia en ninguna de las dos áreas.

El Betis llevaba un siglo sin ganar en su casa y solo cuenta con un jugador dotado para el gol: Rubén Castro. Pues sí, fue él quien se filtró entre la defensa blanquinegra para marcar tras un disparo mordido de Wolfswinkle. El único que intuyó dónde iría el balón fue él (su décimo gol en el campeonato). En la otra área, Negredo volvió a fallar un gol clamoroso. Con toda la portería para él, cuando Cheryshev había llegado a línea de fondo y, generoso, había cedido atrás para que marcara su compañero, el delantero volvió a poner la pierna derecha como si fuera de palo y remató flojo.

El Valencia es un equipo sin alma y se vio al poco de empezar. Pezzella, el central argentino del Betis, tenía una tarjeta amarilla cuando soltó el brazo en un salto sobre un jugador valencianista y nadie fue a pedirle al árbitro la segunda amonestación. Nadie protestó tampoco cuando Gayà fue expulsado por una segunda amarilla tan insustancial como la primera. Y no hubo ni media queja cuando el árbitro anuló por fuera de juego el gol de cabeza de Mustafi, en el minuto 90, sin que estuviera en posición antirreglamentaria.

Entre unos y otros, han vuelto locos a todos. A Gayà, por ejempo. El lateral izquierdo valenciano había sido el mejor de su equipo en la vuelta de los cuartos de final de la Copa ante Las Palmas en el Gran Canaria. Venía de haber superado varios meses de lesión en el pubis y parecía el comienzo de un regreso triunfal cuando se enteró de que el club había fichado a un lateral izquierdo (Siqueira).

La expulsión de Gayà

Gayà ya no ha sido el mismo desde entonces. Participó del desastre colectivo del Camp Nou, partió ayer de suplente de un Siqueira fuera de forma y, cuando entró por la lesión del brasileño, los nervios se apoderaron de él en esa absurda expulsión.

La apuesta de Neville por recuperar a Negredo se ha visto torpedeada por la lesión de Alcácer. El delantero vallecano no está para aguantar la presión de ser la única referencia en ataque. No le acompaña ni el físico ni tampoco la mente, bloqueada por esos fallos garrafales de las últimas jornadas. La presencia de Alcácer, convalenciente de un esguince de tobillo, se antoja imprescindible para recuperar el amor propio extraviado y salvar la categoría.