El Valencia dejó escapar anoche en Mestalla su victoria más triste ante el Barça. La tenía en la mano cuando irrumpieron dos críos azulgrana (centró Cámara y remató Kaptoum) para negársela. Ni siquiera eso. El equipo de Neville, con casi todos los jóvenes en el campo más algunos del filial, se había soltado en la segunda parte, a rebufo de la ventaja de Negredo en el primer tiempo, pero cedió al final. Ya no estaba en el campo Fran Villalba, un gota de creatividad en el desierto valencianista. Una avispa entre líneas con ojo clínico para el pase final que ayer mostró una parte de su repertorio, una brizna de esperanza dentro de un equipo tan deprimido como este. El Barça sin sus grandes estrellas, sobre todo el trío de ataque, es mucho menos Barça: toca casi lo mismo, pero apenas remata.

Un control espectacular (pinchó con la zurda un balón muy llovido) y una ruleta posterior nos recordó a ese Negredo capaz de codearse en su día entre los mejores delanteros de Europa. Era al filo del descanso y justo sobre la raya del medio del campo. El público reaccionó con un suspiro. Pero la grada, al igual que el jugador, no podía escapar a la amargura de sentir que esa finura llegaba fuera de tiempo. Pocos minutos después de haber superado a Ter Stegen en un gol que concentró toda la fortuna ausente en los dos partidos precedentes, ante el Sporting y el Betis. Santos había despejado con un zurdazo convertido, milagrosamente, en pase perfecto a la espalda de la adelantada zaga azulgrana. Negredo encaró al meta alemán y se hizo el silencio. Erró en el primer intento de picarle el balón, pero este le volvió a caer a sus pies y ya sin la presencia del portero, que había quedado atrás. Negredo marcó a puerta vacía. Un gol de una tristeza insuperable. Aunque de alguna manera le sirviera para el control y la ruleta posterior. Nada es baladí en la confianza de un jugador.

El impresentable recibimiento de los hinchas radicales a los jugadores antes del encuentro precedió una noche fantasmagórica en Mestalla. Los insultos a los futbolistas no están nunca justificados. Conviene desdramatizar y recordar que el fútbol es, en esencia, un juego. Y claro que los aficionados se sienten decepcionados e incluso estafados pues no ha habido un retorno a su inversión económica (el abono o las entradas) y sentimental del pasado verano. Los actores han estado mal seleccionados y mal dirigidos tanto desde el banquillo como desde los despachos. Pero eso no justifica el insulto, además de que debilita al grupo y al futbolista, la peor manera de afrontar el crucial partido del sábado en Liga ante el Espanyol en Mestalla.

Ausentes los radicales, Mestalla estaba lleno de niños, muchos niños con los chándals del Valencia CF, que aprovecharon la amenaza retirada de los dirigentes de la escuela de Paterna para tomarse una noche libre y escaparse de la rutina. Una excusa perfecta para acostarse a las tantas.

Fran Villalba comenzó la segunda parte con un pase interior delicioso a Santi Mina. Neville probó a Mina de delantero tras retirar a Negredo. No le dio tiempo a nada, sustitudo por André Gomes poco después. Los jóvenes valencianistas se sintieron liberados. Diallo, expeditivo en defensa. Danilo, más consistente de lo habitual. Y Fran Villalba, entusiasmado cada vez que entraba en contacto con el balón. El Valencia parecía estar disfrutando, sin la tensión de un partido serio, cuando los técnicos movieron las últimas piezas. Las azulgranas estuvieron más afiladas. Y el cuadro de Gary Neville se quedó así: sin una mísera alegría para lavar la humillante derrota del equipo en el Camp Nou (7-0).