La rabia de Enzo Pérez al celebrar la victoria, en ese abrazo violento con Parejo, reflejaba toda la tensión del Valencia tras ganar su primer partido en tres meses y pico. Desde el 7 de noviembre. El Valencia remontó, ganó y mereció llevarse los tres puntos ante un Espanyol muy conservador. Neville, por fin, acertó tanto en la apuesta como en la lectura del encuentro. Y un cambio suyo contribuyó a enderezar el rumbo: la entrada de Negredo, junto a Alcácer, le dio aire al ataque. La remontada llegó por la derecha: tanto Cancelo como Feghouli, apagados en el primer tiempo, irrumpieron en el segundo, cuando el agua llegaba al cuello, para fraguar las dos jugadas de gol. La primera fue una acción individual de Cancelo rematada con fortuna por la derecha de Negredo. La segunda un centro precioso de Feghouli desde la línea de fondo cabeceado en plancha por el otro interior, como mandan los cánones, Cheryshev, que desató la catarsis en Mestalla. El público estuvo magnífico, alentando con pasión, y sufrió muchísimo porque cada córner en contra se sintió como una sentencia a muerte. Diego Alves volvía a la portería nueve meses después y notó la falta de práctica en el dominio de los espacios.

La atmósfera en Mestalla para los jugadores era perfecta. La ola de positivismo lanzada por los veteranos del club había prendido en la grada. Y la puesta en escena del equipo también resultó la deseada, con mucha presencia en campo contrario y el entusiasmo de quien quiere ganar desde el primer suspiro. Pero la realidad es otra. El equipo de Gary Neville no mantiene un ritmo constante más de 10 minutos. El Espanyol quería vivir de las contras. Y a punto estuvo en el minuto 4, cuando Caicedo remató a bocajarro ante la respuesta felina de Diego Alves.

Siqueira y Cheryshev percutieron con intensidad y tenacidad por el extremo izquierdo. Los dos recién llegados sí le han dado al equipo un salto de calidad. Neville optó por una novedad táctica, con Rodrigo en la mediapunta, por detrás de Alcácer, aunque el hispano-brasileño tampoco logró afinar esa conexión.

Cada córner en contra era un suplicio. Y pese a saberlo, el Valencia concedió tres seguidos en el arranque de la segunda parte. En uno se durmió Alves y Duarte entró como un tren de mercancías. El gol provocó el pánico en la hinchada y, poco después, Alves volvió a fallar: se le escapó un tirito y dejó la pelota a los pies de Caicedo. Su disparo golpeó milagrosamente la cara del portero.

La reacción de Neville fue retirar a Rodrigo y apostar por dos delanteros: Negredo y Alcácer. A la desesperada. El oxígeno tenía que llegar por una jugada individual. Se encargó Cancelo. El lateral portugués, si se lo propone, es uno de los más desequilibrantes de la Liga. Lo demostró cuando se decidió a encarar a la poblada zaga blanquiazul, que lo esperaba al borde del área. Un regate por aquí, otro por allá y ya había espacios por donde entrar. Estaba solo Negredo. El delantero disparó con la derecha y la pelota, tras un rebote, entró llorando. Neville, que tenía previsto el cambio de Bakkali, lo retiró tras el gol. Cancelo y Feghouli se lo tomaron como algo personal. Y volvieron a insistir. Triangularon por el extremo y, apurando la línea de fondo, Feghouli centró al segundo palo. Cheryshev, cuya sustitución había sido pospuesta, se lanzó en plancha para marcar con el corazón. El desgaste del extremo ruso había sido bestial. Los últimos minutos fueron de infarto. Entró Barragán para ayudar a defender. Con el equipo tiritando y dejándose hasta el último aliento, Mestalla conquistó ese alivio monumental. El partido, en efecto, lo ganaron los aficionados.