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Nos quedan dos meses de aguantarnos

Señales en Viena

Del muy grave asunto (bueno, no exageremos) de las pancartas de Viena, lo que más me indignó no fueron los mensajes, ni la tipografía tan ensamblada, ni los lemas enunciados como por un vecino valenciano, ni la certera sintaxis „en lugar de vieneses parecían de Requena„, ni el profundo conocimiento del refranero de trinchera, ni que la Europa de Infantino no tuviera reacción o atrevimiento para retirarlas, ni la identificación infalible de Vidagany y Suescun, ni tan siquiera la alegría que sintieron algunos al leer aquellos nombres en público. Lo más indignante es tener a un equipo pagado para brillar un jueves de febrero a las siete de la tarde jugando un partido intrascendente de una ronda lejana de la Europa League.

Las pancartas, en general, son un sistema de comunicación que precedió a Twitter. Quien escribió la primera pancarta de la historia era un pionero de una red basada en el microblogging, solo que con una tecnología rudimentaria. Luego llegó Florentino Pérez y embelleció el sistema, haciendo que todas las pancartas que se introdujesen en el Bernabéu tuvieran la misma factura, y a poder ser algún recadito con loa para el presidente. Las pancartas son una encomiable resistencia al tiempo.

Como un tuit, pero con pretensiones de alcanzar el cielo, las pancartas pueden ser muy buenas o muy malas. Las de Gol Gran, el mejor tuitero de Mestalla antes de Twitter, o las de los rapiditos austriacos, tan escabrosas que inhabilitan a sus autores como posibles concejales de Viena. Qué desacato.

Me gusta imaginar el proceso mental que les llevó a confeccionar aquellos pancartones desplegados con disciplina castrense. Los sospecho cruzándose mensajes cifrados de Austria a España, aguardando expectantes. «Se van a enterar», rumiarían. «¿Choto se escribe con ´ch´ o con ´x´?». Alguien debió advertirles a tiempo: «os metieron seis goles y parecíais entrenados por un Gary Neville recién llegado; tapaos». Una rabieta de esas características tras un 6-0 al único que humilla, preveo, es al emisor.

La realidad es que aquellos mensajes centroeuropeos poco tenían que ver con el partido. Se estaban comunicando entre grupúsculos. Eran mensajes codificados, tanto que la UEFA ni pareció verlos. Señales enviadas. Un habitual en algunas gradas cuyo enfrentamiento es otro diferente al que se disputa. Para aficionados que juegan por separado. Estaban meando en su rincón, reivindicando su territorio, defendiendo su dominio. Pareció patético, pero en su enfermizo contexto tenía una intención clara. Es probable que tras sufrir un 10-0 global aquellos ultras del Rapid se fueran a celebrar su extraña machada.

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