Por un puñado de chocolatinas el fútbol acabó encontrando una de sus grandes inventos: el penalti a lo Panenka. Los bombones y las cervezas eran pequeños placeres en el paraíso comunista que los jugadores del Bohemians de Praga, allá por mediados de los 70, se disputaban al final de cada entrenamiento, en improvisados ensayos de penalti. Antonín Panenka no dominaba ese arte, fallaba muchos disparos y buscó otras técnicas para mejorar su índice de acierto. Así fue como se le ocurrió aguantar hasta que el portero se venciera hacia uno de los lados para, décimas después, definir con un disparo suave, ante la incredulidad de sus compañeros, por el centro de la portería. La efectividad mejoró tanto que Antonín, Tonda para los conocidos, dosificó los disparos porque comenzó a engordar.

¿Qué le habría pasado a Panenka, aquella noche de Belgrado de hace 40 años, en la tanda de penaltis definitiva, si el alemán Sepp Maier hubiese optado por quedarse quieto, en el centro de la portería, y recoger mansamente la pelota? Panenka tiene claro que, como mínimo, habría tenido que dejar el fútbol para volver a trabajar como tornero fresador. Pero lo más probable es que el régimen comunista checoslovaco lo hubiese acusado de alta traición a la patria. Aquel desenlace, imitado hasta la saciedad por decenas de jugadores, no ha cambiado en exceso la vida de Panenka. Retirado en un barrio residencial a unos 40 kilómetros de Praga, Tonda, con 67 años y una leve cojera por las molestias en la cadera, no ha alterado sus rutinas. En un país en el que el hockey y el balonmano tienen una popularidad mayor que el fútbol, sigue acudiendo como un espectador más a los partidos del Bohemians, club del que es presidente honorífico.

Maier nunca le perdonó aquella insolencia del 76. Sepp representaba como pocos ese orgullo arrogante típico de los porteros del Bayern, como sucedería también con los Schumacher y Kahn. Un desconocido centrocampista de una potencia menor había ofendido a todo un imperio futbolístico con un toque sutil, con una burla en toda regla.

Cuando se le pregunta por aquel instante, Panenka se refugia en la modestia de su carácter tímido, como restando mérito a una de las genialidades más recordadas de la historia del fútbol: «Era una cuestión estadística. Nadie había disparado jamás así. Ningún portero se lo podía esperar y la probabilidad de acabar en gol era muy alta. Mi penalti es como la bombilla de Edison. Un invento sencillo, pero que acaba siendo recordado», aseguró Panenka en su última visita a España, invitado por la homónima revista Panenka.

Panenka sigue manteniendo su bigote, un rasgo extinguido en el fútbol actual, dominado por las crestas, los tatuajes y las botas de colores. De España conserva un recuerdo idealizado por su paso por el Mundial 82, donde llegó a jugar en el Bernabéu pero no (y lo lamenta) en el Camp Nou. Mestalla no lo llegó a ver, por escasas semanas. Cuando el Bohemians se enfrentó al Valencia en la Copa de la UEFA de 1981, Tonda se había declarado en rebeldía para forzar su traspaso al Rapid. No se enfrentó a Kempes. Pero Mario, años después, acabaría sucediéndole como estrella del modesto St Polten, de la segunda austríaca. Así era la discreción de los mitos de antes.