Supongo que en el fondo cada vez que loamos a Españeta -y podemos hacerlo hasta la extenuación, a ver quién con su bonhomía entrañable- no dejamos de ver en él más que una anécdota, maravillosa y emocionante, pero una anécdota, solo eso, el utillero que dedica toda su vida a un club de fútbol hasta ser testigo muy directo de más de medio siglo en la existencia del Valencia, observador callado de millares de pasajes que acabarán sin revelarse.

Y un falsificador, claro, de tantísimos autógrafos hechos pasar por futbolistas en tránsito. Aquella leyenda urbana, toda verdad, de Españeta encargado de reproducir las firmas de los astros sobre balones y camisetas, un trabajo extra con el que descargarles de tareas plomizas. Puro símbolo: aquellos pasarán, tendrán momentos álgidos y caídas, puede que traicionen, puede que se comprometan, en cualquier caso están un momento; el Valencia permanece, resistente a los vaivenes. Facilitaba las cosas que alguien vivo encarnara una esencia tan inmaterial. Ese alguien ha estado siendo Españeta. Un utillero, no sólo un utillero. Definitivamente algo más que una anécdota.

Estos días unos cuantos jugadores, los más permeables al contexto, han coincidido en señalar que este tipo ovalado bañado de carisma les enseñó a entender el Valencia y en el mejor de los casos a quererlo. Que un club haya podido conservar tanto tiempo a alguien capaz de representar esa función tiene un valor incalculable, tanto que apenas se le confiere importancia.

Recuerdo visitar las primeras veces la ciudad deportiva con el colegio y al encontrar a Españeta producirse una sensación colectiva de extrañeza al reparar un señor que ni marcaba goles, ni corría por la banda, ni tenía millones? y al que en cambio, qué insólito, le rodeaba un aura seductora difícil de explicar. No sabíamos que ante nosotros se presentaba una reliquia guardando las esencias mejores del valencianismo; un depositario de la memoria y los valores (!) del VCF.

El valencianismo, tantas veces repudiado por sí mismo, ha sido capaz de elevar a la categoría de icono a un utillero. Tiene un fuerte mérito que es justo reconocernos. Y por eso, porque es nuestro como ninguno, porque no es importado, nada imitación, su figura debería difundirse con fuerza. Si nos seduce el fútbol inglés a base de relatos ancestrales, éste lo es. Si hablamos de alma, esto es alma. Más cuando el Valencia sufre una progresiva desconexión con su realidad. Gustaría ser más optimista y alegrías, pero es lo que hay; un club al que se le ha extraviado por completo su memoria requiere recordar cuánto más mejor a un tipo como él, que servirá de brújula. Ante el riesgo de despersonalizarse, Españeta como escudo. Si el Valencia consigue alcanzar un día de estos la modernidad, sólo lo hará a partir del recuerdo vivo de personalidades como la suya.

Seguramente solo parezca una anécdota, pero es mucho más que eso. El aplauso eterno a Españeta es la mejor manera de apreciarnos, de reivindicarnos, de recordar que no es éste un club recién llegado al que manosear sin miramiento, sino uno lleno de cicatrices que pese a todo acaba plantando cara a sus adversidades.