Sin haber abandonado todavía el mes de agosto, el tiempo de las expectativas, el Valencia respira con la ansiedad de un equipo metido con problemas en mayo, arrastrando todos los tics de un conjunto atormentado. Los de Pako Ayestarán encadenaron ayer en Eibar su segunda derrota consecutiva, en dos comparecencias. De nuevo sucedió contra un rival teóricamente inferior, de nuevo acusando una alarmante falta de efectividad. En el tropiezo de ayer caben muchos matices. Como sucediera ante Las Palmas, la derrota podría interpretarse como un castigo excesivo. Es cierto que en Ipurua se acumularon méritos para haber cerrado la primera parte con un marcador holgado, y no con un incrédulo 0-0. Pero una vez tragada la frustración, el 1-0 también debe leerse como una desesperante evidencia de la errática planificación deportiva del club de Peter Lim.

Solo así se explica que, trenzando minutos potables de fútbol, no te llegue para vencer a rivales asequibles por la falta de contundencia en las dos áreas, así como que el contrincante precise de tan pocos argumentos para ganar. Quedan cuatro días de mercado para rectificar con prisas el rumbo de un proyecto plagado de pecados.

En la primera mitad los visitantes plasmaron todo el decálogo de buenas intenciones trabajadas por Ayestarán durante el verano, pero resistiéndose el factor diferencial que decanta la competitividad de un bloque: acierto y gol. Un Valencia que bien pudo haber goleado en los primeros 45 minutos saltó al césped sintiéndose protagonista, jugando desde el primer minuto en campo rival.

Señalado por comportarse como un equipo descompensado, partido por su ineficacia, el Valencia se desplegaba como un conjunto armónico, con buen toque y atento en la recuperación. Se notaba el equilibrio defensivo que Mario Suárez ofrecía a un Enzo Pérez más centrado en la creación. A los 11 minutos ya acumulaba tres saques de esquina y avanzaba con facilidad las líneas de un Eibar ausente, que tardó media hora en realizar su primera falta.

Con Alcácer en la grada, fue Santi Mina quién se encargaba de moverse como «nueve», un oficio que le es conocido desde los juveniles del Celta. Animado por sus dos goles en el estreno ante Las Palmas, el delantero gallego estaba en todos los caldos, con Gayà y sobre todo Nani como pasadores. El extremo portugués empezó ayer mismo a demostrar que la calidad, motivo por el que ha sido fichado, no la ha perdido. En el 17 mandó un centro diagonal, templadito y con rosca, al desmarque de Mina, que trató de darle de espuela. De nuevo el exceltiña, dos minutos después, se lucía con un acrobático remate de chilena. Ambas acciones fueron invalidadas por fueras de juego.

La frustración de Mina aumentaría en el tramo final del primer acto, en otras sendas acciones también consecutivas, en el 39 y el 40, en las que erró la definición a puerta vacía. Esas oportunidades inmejorables se sumaban a las ya erradas por Rodrigo, por dos veces, y a un testarazo picado de Abdennour en un centro, esta vez desde la derecha, de Nani.

Con toda una primera parte a su merced, el Valencia aún acabaría sufriendo antes de irse al descanso. El Eibar, que solo había probado muy tímidamente a Ryan desde la media distancia, rozó el gol con dos córners seguidos en tiempo de descuento. El drama de Abdennour y Santos no se limita a sus deficiencias técnicas con el balón ni a sus despistes tácticos, es que tampoco se imponen a sus marcadores a balón parado, pese a su envergadura.

Mendilibar, un tipo discreto y flemático, se había pasado la primera mitad desgañitándose desde el área técnica, desesperado por la tibieza de su Eibar. La realidad es que los locales salieron tras la reanudación con una marcha añadida, encerrando a un Valencia que había perdido contacto con el balón. Eran minutos en los que a Abdennour se le multiplicaban sus tormentos y que sirvieron para que Ryan, necesitado de autoestima después de no blocar ningún disparo ante Las Palmas, calentase guantes, con estéticas estiradas a lanzamientos de falta de Pedro León. El colmo de Abdennour llegaría en el penalti que desniveló el partido, una mano involuntaria con el brazo despegado. Ryan adivinó el primer disparo pero no pudo hacer nada con la irritante apatía de la zaga para pelear el rechace. El gol en contra reprodujo todos los miedos blanquinegros. Quedaba media hora de cronómetro, que se consumió como un nuevo desengaño. El de ver a Santos lanzar un libre directo desde 35 metros.