El Valencia de Pako Ayestarán sigue su camino hacia ninguna parte, sin defensa y sin oficio, acumulando derrotas (siete seguidas contando el final de la pasada campaña) y frustraciones hasta no se sabe cuándo. El equipo no juega mal, pero no sabe competir. Y cuando se enfrenta a un rival de colmillo tan afilado como el Athletic, los dientes de leche todavía le están saliendo. El Valencia se adelantó ayer en San Mamés, tras un precioso gol de Medrán, pero dilapidó la ventaja por su inocencia defensiva, incapaz de marcar la raya ante unos jugadores tan experimentados como los rojiblancos. Beñat y Aduriz les ganaron la espalda con una facilidad insultante. Dispuso de toda la segunda parte el conjunto de Ayestarán para reaccionar, pero tampoco supo cómo. El atacante que más sensación de peligro creaba en la meta de Kepa (Rodrigo), fue sustituido por un Santi Mina inane. Y naufragó Mario Suárez en el arranque de las jugadas desde el eje central. Las buenas maneras de Munir (el mejor de largo del Valencia) junto a la personalidad de Medrán y Montoya quedaron en nada.

Llega la hora de ver el pulso del director deportivo, Suso García Pitarch, que debe decidir sobre si Ayestarán está capacitado para sacar adelante el proyecto (ante la visita el jueves a Mestalla del Alavés y el posterior desplazamiento a Butarque ante el Leganés). Reconocer el fracaso de Ayestarán serí admitir el suyo propio, pues fue su gran apuesta ante el dueño, Peter Lim, en la primaverda pasada. Y sería el cuarto entrenador liquidado por Lim en dos años. Es como para pensárselo.

Uno de lo secretos del fútbol consiste en dominar el oficio. Beñat y Aduriz lo saben. El primero mete el balón casi siempre con ventaja para el delantero. El segundo gana la espalda al defensa y busca los ángulos donde no llegue el portero. Entre los dos desactivaron el buen arranque del Valencia con dos chispazos.

Todo el mundo sabe del poderío del Athletic en las faltas laterales y los córners. Pero el Valencia hizo poco por evitarlo. El centro desde la esquina derecha de Beñat lo cabeceó Aduriz de manera espectacular al segundo palo. Completamente solo, apenas incomodado por Medrán, en un duelo claramente desequilibrado. Como el cuadro de Ayestarán defendía en zona, Aduriz se hacía el remolón y aparecía por el segundo palo. ¿Quién andaba por ahí? Medrán, presa fácil para el ariete vasco. El Athletic había impuesto un ritmo muy alto. Y, arrastrado por la inercia del empate, volvió a surgir Beñat. Esta vez recogió la pelota en el centro del campo y envió un centro perperdicular medido a la espalda de Mangala. Aduriz impulsó el balón, que le caía botando, por encima de la media salida de Diego Alves.

El Valencia estuvo muy descompensado entre su ataque (aceptable) y su defensa (penosa). Soprendió Ayestarán al ubicar a Munir como interior derecho y darle la punta de ataque a Rodrigo Moreno. El gol nació de una sutileza del atacante hispano-marroquí. Un pase suyo propició la cabalgada de Montoya, frenada por Laporte en falta al borde del área. El árbitro dio la ley de la ventaja y el balón le cayó a Nani, que cambió a la llegada al segundo palo de Medrán. Un gol muy coral. El Valencia contó con dos jugadores excelentes en la primera parte: Munir y Medrán. En cada jugada hicieron lo que debían.

Beñat siguió gobernando el partido a su antojo en la segunda parte, muy bien secundado por Laporte, cuyos pases largos desde la zaga facilitaban mucho las cosas al Athletic. El eje central del Valencia volvía a naufragar. Mario Suárez falló muchos servicios en el arranque de las jugadas y Medrán acusó el cansancio. En cuanto a Parejo, se ha acomodado: juega al pie, no da un cambio de orientación, todo muy previsible. Una arrancada de genio de Nani rozó la igualda después de que su centro lo rematase Rodrigo a bocajarro, a pocos centímetros de Kepa. El meta hizo una parada soberbia. Rodrigo era una amenaza para la zaga bilbaina hasta que lo sustituyó Ayestarán por Santi Mina. En el último cuarto de hora, el Athletic suministró esfuerzos: cambios, pérdidas de tiempo y marrullerías varias.

Solo Munir, en el cuadro de Ayestarán, mantuvo la cabeza fría hasta el final. Es muy sintomático que un chico recién llegado, de apenas 21 años, sea el más inteligente y el que mejor domine lo que faltó a sus compañeros: el oficio