En noviembre de 2010, en un amistoso en Klagenfurt (Austria) entre Italia y Rumanía, el seleccionador italiano, Cesare Prandelli, se enfrenta a los ultras de su propio país por los gritos racistas de estos contra el delantero negro de la Azzurra Balotelli. En mayo de 2012, la selección italiana se desplaza a entrenarse en el modesto campo del Rizziconi, en la región de Reggio-Calabria, para mostrar su apoyo en la lucha contra el crimen organizado: ese campo había sido confiscado por el Estado a la Mafia local, la Ndrangheta, que lo quemó varias veces como venganza. Y en junio de 2012, Italia, concentrada en Varsovia para la Eurocopa de Polonia y Ucrania, visita el campo de concentración de Auschwitz, donde la estrella azzurra Balotelli, cuya madre de adopción es judía, llora desconsoladamente junto a Cassano, el otro delantero díscolo de la Nazionale.

Cesare Prandelli, de 59 años, siempre fue un técnico comprometido socialmente, con fuertes convicciones dentro y fuera del campo. Después de triunfar en la Fiorentina, con un fútbol atractivo que alcanzó la clasificación para la Champions y siendo un maestro para los jóvenes, trasladó sus ideas revolucionarias a la selección. En el país del catenaccio y el contragolpe, le dio importancia a la posesión y a los centrocampistas. Le fue bien en la Eurocopa de Polonia y Ucrania, subcampeona tras la paliza de España (0-4), pero patinó en el Mundial de Río 2014. Tal vez porque se le había lesionado Giuseppe Rossi, su delantero preferido; tal vez porque el árbitro no vio el mordisco de Suárez a Chiellini...

En cualquier caso, Prandelli es un aperturista desde el punto de vista táctico, pero también en muchas más facetas. Abrió también la selección, siempre tan cerrada, a los medios de comunicación; e incluso dejó, en Río 2014, que los jugadores fueran acompañados por sus parejas y amigos (a Balotelli se le fue la mano e invitó a toda su troupe).

Cesare mira directamente a los ojos -una mirada tierna-, y pide permiso para levantarse e ir a saludar a un viejo amigo, Carlo Ancellotti, un rival tantas veces como jugador o como entrenador. La entrevista está concertada en el pomposo hotel Alfonso XII de Madrid, en marzo de 2014, poco antes del Mundial de Brasil, siendo Cesare seleccionador de Italia. «El entrenador es por naturaleza un educador. Si entrenas representas una manera de ser», dispara Prandelli, en referencia a su relación con los jugadores y con los muchachos, pues él procede del fútbol de cantera, donde empezó a entrenar en el Atalanta y el Brescia. En esos años primigenios, Prandelli tuvo enfrentamientos casi violentos con algunos padres, según cuenta en su libro autobiográfico «Il calcio fa bene». «Queríamos que vinieran al campo los chicos, los padres no. Estos, que se queden en casa. Meten demasiada presión a sus hijos y les crean demasiadas expectativas». «Si tú vas a entrenar a niños y les dices que quieres ganar, no puedes entrenar a chiquillos, debes irte a otro sitio».

Prandelli quiere trasladar al fútbol unos valores. «Si haces el bien, se te devolverá. Si eres generoso, serás recompensado. Esto vale también para el fútbol. Nunca he dejado de creer que el juego sano y limpio, generoso, al final rinde. Lo digo siempre a los chicos que llegan al fútbol profesional: recordad quiénes sois y de dónde venís». Así reza en la contraportada del libro Il calcio fa bene.

Lejos de la ortodoxia

El técnico toscano se alejó hace muchos años de la ortodoxia italian del catenaccio. «Somos una nación que especulaba con el resultado. Eso lo tenemos y no queremos cambiarlo. Pero podemos cambiar cosas: buscar la posesión de balón porque tenemos medios de gran calidad. Queremos obtener resultados a través del juego».

¿El juego? «El juego es determinante», responde, «he sido varios años entrenador juvenil y ya entonces comprendí que si juegas bien por el gusto de jugar mejor que el adversario, vences a la larga. El fútbol que piensa solo en especular es demasiado viejo. El juego es la base de todo. Después puedes jugar de muchas maneras: a la contra, con posesión, con transiciones intermedias, pero lo que me gusta cuando veo a un equipo es observar su organización».