Toda elección, en el fútbol y en la vida, implica oportunidad, pero también renuncia y riesgo. La baja de Gayà deparaba para Cesare Prandelli el primer rompecabezas de consideración desde que había logrado dotar al Valencia de un experimental sentido defensivo. De frente a su pizarra, el técnico italiano entendió que era mejor no colocar a Montoya de lateral izquierdo, para no verse en la obligación de bajar a Cancelo y desaprovechar su eléctrico desborde como extremo. Una apuesta con el caro arancel de tener que introducir a Abdennour como lateral izquierdo. El tunecino era anoche el jugador equivocado en la posición más inoportuno. Durante 53 minutos salió cruz hasta que Prandelli, con todo en contra, retocó el dibujo hacia el «once» que más se apuntaba en la previa.

Ante el FC Barcelona, Abdennour había cumplido con bastante solvencia en un cometido que no es el suyo, hasta la zancadilla del penalti a Luis Suárez en tiempo de descuento. Un encuentro en el que, ante la abrumadora posesión barcelonista, el Valencia debía esperar replegado, con lo que concedía menos espacios y vigilaba mejor las espaldas. El de anoche no era uno de esos partidos. La iniciativa entraba en disputa y la labor, y el radio de césped ocupado por Abdennour era distinto. Sus defectos, que son tan visibles, quedaban más expuestos.

Y así sucedió, a sabiendas de que la única vía respiratoria de un Deportivo bloqueado se encontraba por la banda derecha, la ocupada por el habilidoso Bruno Gama. El interior portugués, bien apoyado por el díscolo Emre, no daba abasto ante toda la barra libre que disponía ante sí. Salvo por rachas intermitentes, en las que el Valencia apareció agresivo en la conexión entre Cancelo y Parejo, el encuentro era deportivista. Todas las señales contradecían que el equipo de Riazor era el menos goleador del campeonato y con solo un gol marcado por su entera línea delantera. Hubo que recurrir al manual de siempre, el de la parada milagrosa de rigor de Diego Alves, para aguantar el precario empate a cero. El castigo llegaba cuando más duele, en tiempo añadido. El centro de Bruno Gama llegó desde el consabido flanco diestro. Emre remató a placer. El efecto Prandelli parecía haber perdido su pureza.

Casi como una metáfora, el gol del empate llegó apenas dos minutos después de salir del campo Abdennour. Un gol accidentado pero que dejaba dos lecturas: la recuperada capacidad para presionar arriba y forzar el error del rival y la incipiente racha goleadora de Rodrigo. Además de ver puerta, el hispano-brasileño empieza a sentirse más seguro a la hora de tirar desmarques y creérselo.

Pese a aparentar mayor seguridad, con Mario Suárez y Nani tirando de galones, el Valencia no gobernaba aún el partido, como evidenciaban las tarjetas de Mangala, Garay o Enzo por desajustes. Proteccionista en sus primeras semanas, en las que entregó el «once» a los más veteranos, Prandelli acabaría dando la responsabilidad de buscar la remontada a los jóvenes, en los que se ha apoyado en cada uno de sus proyectos. Medrán (sustituto de un Enzo sin el temple propio de un capitán) tuvo tiempo de filtrar buenos pases, pero Fede parecía abrumado por la inactividad y sus lazos afectivos con el deportivismo. Sin Rodrigo en el césped, se perdió mordiente. El partido agonizó sin esa sensación de fresca rebeldía que había caracterizado al Valencia desde la llegada de Prandelli.