Hay amores que matan. Y lo sabes. Son amores mal interpretados, peor gestionados, pésimamente proyectados. Hace unas semanas, mi buen amigo JJ Martínez Jambrina, psiquiatra de Avilés, me lo susurro vía sms: «Rafael, estáis asfixiando al club con vuestra melancolía». Llevaba razón. La melancolía no es sólo un bucle literario. Es fundamentalmente la certeza de haberse extraviado en una fantasía que impide afrontar la realidad. Y es ese pánico a la realidad el que lleva años condicionando la agenda del Valencia y su entorno. Estábamos arruinados pero seguíamos instalados en la fanfarronería. El chino lo arreglará, decían los más ingenuos. Como si Berlanga no lo hubiera explicado hace más de 60 años en «Bienvenido Mister Marshall». Por desgracia, lo que ha sucedido con este sainete moderno era bastante previsible. Layhoon ni siquiera es Peter Lim. Layhoon es lo de siempre. El rostro amable de una maquinaria perversa. Una de tantas. Mestalla les ha venido muy grande. En la actualidad, estamos tan desasistidos que sólo cabe acogerse a la mística del fútbol de siempre para salvar la temporada y posiblemente la supervivencia del club. Para lo primero tiene que haber una fórmula más sencilla que para lo segundo. Lo segundo se me escapa. Lo segundo es ingeniería mercantil. No me da ni la inteligencia ni la cartera. Lo primero es lo evidente.

En lo primero juega un papel decisivo Voro y la grada. Voro para inocular algo de compromiso y normalidad a una plantilla que no es tan mala como parece, y la grada para aceptar que la liga por la salvación no es la liga de competir por Europa. En este nuevo escenario, el fútbol es lo que sucede en el marcador y poco más. Hay que sumar más puntos que los tres últimos clasificados. Así de simple. Suena demoledor y triste pero tampoco es un milagro. Para ese menester, Voro es un activo indispensable. Ni siquiera es necesario que sea un gran entrenador. Basta con que rescate la meritocracia y algunos principios básicos de autoridad. Que detecte donde está el compromiso y que haga una raya. Su suerte es la nuestra. A partir de ahora lo prioritario es saber leer los partidos que tenemos por delante. Rebajar la tensión ambiental de la crispación es un primer paso. Hay que eliminar el colchón de las excusas. Que ningún jugador del VCF pueda decir que tiene miedo a Mestalla. Humanicemos el circo. No vayamos con la pistola cargada. Salgamos de las trincheras. Hemos hablado mucho de humildad pero la hemos practicado muy poco. Seamos ejemplares. Seamos el escudo. Hemos hablado mucho de amor al club pero nos hemos respetado muy poco entre nosotros. Ese error nos ha penalizado en exceso. El VCF somos sus irreductibles, todos. El club no existe sin el rostro humano que encarnamos cada uno de nosotros. Sacralizar lo invisible demonizando lo tangible es un error descomunal. Esa dinámica ha convertido la plaza pública en un lodazal de egos enfrentados. Y nada más lejos del compromiso colectivo que la vanidad individual. Un valencianista nunca es mi enemigo. Siempre hay una conjunción de mínimos que nos unen. Tiremos de ese hilo. También el amor al Valencia es un aprendizaje. Y nunca se ama lo suficiente. La excepcionalidad del momento exige amplitud de miras, exigencia responsable, apoyo sin fisuras. Tampoco hay carta blanca. Hacer la ola por mantenerse en Primera sería no haber entendido nada. También entonces habrá que insistir en lo elemental: quizás de todo esto salga algo bueno. Un club menos autodestructivo, más sensato, infinitamente más consciente de su lugar en el mundo.