Huerfanitos todos, por fin con la aparición mariana del presidente Amadeo Salvo hemos adquirido la clarividencia para saber qué pasa. Además de atestiguar que no hay responsabilidad que se le pueda atribuir a él (bien, eso ya lo sabíamos: presidente sin mácula, cero culpa), podemos detectar la raíz del problema. Es que Peter Lim no se entera, no le llega el descontento popular, se cree que las protestas son cosa unilateral de la Curva Nord. Como no le toma el teléfono a Salvo, Lim vive sin vivir las dolencias del valencianismo. Se cree que ser goleado, juguetear con el descenso, tener que estar cambiando de entrenador a cada estación, es un síntoma guay y todo el mundo alrededor de Mestalla está happy con él. Por eso hay que incrementar el ingenio con el que transmitirle el descontento. Por lo que le leí al presidente Salvo, es una misión comparable a la de la NASA con los intentos de contacto con población alienígena. O, en el mejor de los casos, una reproducción de las llamadas de Gila. ¿Está Lim? Que se ponga. Hay que llamar a Singapur, hacer una asamblea colectiva con cartulinas rojas, dejar patente que no es una curva sino todo Mestalla, dejar claro que no tenemos vocación sádica y que ser hinchas de un proyecto a la deriva no nos procura la felicidad. Infantilizar las intenciones del inversor Lim ya es un vicio mainstream. Admiro la capacidad para creer en el viraje ajeno y en la transformación total. «Peter va a cambiar» «no queremos que se vaya, sino que cambie», «hay más probabilidades de que esto salga bien si Lim se queda y cambia que si Lim vende», escucho. Uno siempre necesita creer que lo que luce mal se puede revertir; facilita el trance. Más todavía en la cultura del mindfulness recién instalada por la que si quieres, puedes (y si no puedes es que no te da la gana). Lim en Cámbiame. Qué ternura. Si todos le decimos que va por mal camino, él va a cambiar. Lim no viene porque está enfadado con la falta de pleitesía. Más ternura. Si Lim se entera, a buen seguro cambia. Ay. Supongo que es preferible todo eso antes que enfrentarse a la realidad punzante en la que Lim ni cambia ni da señal alguna de cambiar, más bien todo lo contrario: sigue bien enhiesto su deseo de manejar el club como una inversión secundaria en la que enchufar a socios cercanos y adyacentes, buscando un poco de liquidez directa o indirectamente. Mundo cruel, una semana más.