Si no te has pronunciado bien decidido sobre la continuidad o no de Voro, el hombre que comía tornillos, es, básicamente, porque eres un melifluo, un mingafría. Tienes que tenerlo muy claro lo de Voro. Tanto como para aventurar que Voro es la mejor de la soluciones y, testarudo, adivinar que su actuación solvente como telonero en este curso se intensificará la próxima temporada. O tanto como, así que un cuñadito, decir a los cuatro vientos que lo de Voro será un ayestarismo más, con un problema añadido: ¿si se destituye a Voro sería razonable poner transitoriamente a Voro como revulsivo? Es más, ¿sería legal contratar a Voro para reemplazarse a sí mismo? Pongamos orden. Yo, por supuesto, tengo muy claro cuál debe ser el futuro de Salvador Voro (así le llaman, y me encanta, en los medios centrípetos).

La semana pasada estaba muy seguro de homenajear a Salvador Voro, darle el pin ése que se le da a cualquiera, y buscarle un acomodo tranquilo pero cercano, no vaya a ser que hubiera que volverlo a contratar? Tenía mis razones, eh. Parte de su éxito, digo, se ha basado en la levedad de sus relaciones con la plantilla, cierta mano izquierda y comprensión ante la autogestora, aplazando decisiones vitales sobre el vestuario. Dejar hacer. Esta semana, con igual decisión, tan seguro en mí mismo, a veces me pregunto si no es quizá la de Salvador Voro la fórmula más oportuna.

Ese hombre que aparentemente no toma decisiones pero va transformando silenciosamente. Que ya bastante drama tenemos como para tensionarnos más y seguir con probaturas. Es todo un lío lo de Salvador Voro. Esa suerte de estación provisional Joaquín Sorolla con tendencia a la permanencia. ¿Es que todo lo provisional no tiende a ser definitivo? Qué singularidad la de todos aquellos que le quieren hacer una estatua y un homenaje pero no quieren que siga. Es como esas cenas que los despedidos de una empresa hacen con sus compañeros y sus verdugos. Qué calamidad. Y luego viene lo más raro todavía. Eso de que Salvador Voro no quiere ser entrenador. ¿Entonces estos meses qué ha estado siendo?, ¿es que ha sido entrenador en propia puerta?, ¿es que se ha caído en el banquillo por accidente? Por favor... Mientras escribía esta columna he visto la luz y ahora sí de verdad lo tengo claro. A Salvador Voro, poniendo en marcha las puertas giratorias, hay que nombrarlo entrenador delegado. Esto es, que esté permanentemente preparado para sustituir al entrenador que lo releve.

Fíchese a Marcelino pero con Salvador Voro de entrenador delegado para acceder al banquillo cuando la plantilla le haga la cama al hooligan del Sporting de Gijón. Sistematicemos lo previsible y así evitaremos experimentos. Después queréis que Peter Lim, digo Anil, digo Alemany acierte. Con lo complicado que es esto.