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Terapia contra la frustración

Terapia contra la frustración

Pensándolo bien, el Valencia lleva en el verano del mercado la vida del imponente patrón inmobiliario que una vez colapsado su reino pasa el calor aventándose con un abanico, imaginando lo que podría ser, deleitándose con su propia frustración.

El Valencia de los 18 kilos de tarifa plana se nos escapó como agua entre las manos y ahí seguimos, igual, imaginando que una chequera casquivana hará lo que el club no puede.

La euforia mercader en la ópera de transacciones lanza cifras que ante nuestros ojos se hacen dinosaurios. 200, 120, 75, 45. Y de repente, a pesar de las expectativas renovadas, de los aires a cambio de ciclo, una lección recordatorio: no te confundas, no te engañes ni fantasees; el Valencia está inmerso en una creación deportiva de perfil bajo al punto que debe vender a su portero más cotizado por seis kilos y aspirar a cesión con cesión.

Son diferentes actores pero mismas circunstancias. Sin ventas, la austeridad. El club lo apuesta todo al acierto negociador del director general y de la capacidad exigente del entrenador para reconectar a los jugadores inservibles de hace unos meses. Un club tocado por sus burdos errores propios no puede levantarse de la noche a la mañana.

Le condena su propio círculo vicioso. Cuando tenía pujantes piezas que vender desaprovechó ese dinero con falsos refuerzos y tiros al aire, puramente sobrevalorados. Ahora que apenas le quedan futbolistas de los que sacar rédito necesita, oh demonios, dinero de ventas para reinvertir.

Ofrecer una reconstrucción silenciosa quizá es menos sexy que un fichaje de relumbrón, pero en este caso es mucho más verdadero. La urgencia del Valencia es hacer un equipo, tener una columna vertebral de la que carece (tan solo algunos nombres fijos: Soler, Zaza?).

Mientras los fichajes multimillonarios se suceden al otro lado del mundo, en el nuestro el trabajo discreto y ordenado debería lograr que el Valencia llevara las riendas del mercado en lugar de que, como ha venido siendo costumbre, sucediera a la inversa. Esto es, impusiera su plan sobre los planes ajenos. Si es posible sin injerencias caprichosas del propietario, entonces fiesta. Estamos de reconversión. Don't disturb.

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