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Entrevista

Jaime Hernández Perpiñá: "No se pueden tolerar estos dos años de espantosos ridículos"

«He cumplido mis primeros 90. Voy a por los siguientes», avisa Jaime Hernández Perpiñá, excolaborador de Levante-EMV y autor de forma altruista de la primera gran historia del Valencia

Jaime Hernández Perpiñá: "No se pueden tolerar estos dos años de espantosos ridículos"

¿Cuál es el primer momento periodístico que recuerda, maestro?

Fue un España-Suiza en Mestalla, el primer partido internacional que se jugó después de la guerra civil. Mi hermano, periodista, once años mayor, por la mañana me encargó que fuese a Mestalla para comprobar si jugaba Acuña o Martorell de portero. Pero no volví a la emisora para avisarle, sino que preferí quedarme en Mestalla. Salgo en una foto de Finezas, justo cuando los dos equipos saltaban al campo. Era un niño y aparezco con una carita de asombro...

A partir de ese momento, siempre periodista.

Mi hermano me mandaba a los campos de la provincia. Anotaba alineaciones y escribía una crónica que entregaba en la emisora, para ser leída por un locutor. Hasta que un día quise leer la crónica ante el micrófono. En Radio Mediterraneo. Tenía 16 años y sentí una inmensa felicidad, el famoso gusanillo. Ya no se iría. Daba igual que estuviese en Budapest a 10 bajo cero y con una gabardina prestada de Zamora para protegerme del frío. Me venía grande y el público húngaro se burlaba.

¿Le gusta la narración actual de partidos?

Le sobran números. Fulanito de tal tiene nosecuántas estadísticas. El periodismo no es analizar las cosas con una máquina de calcular. Por no hablar de los que narran partidos por televisión. ¿Cómo es posible que no dejen de hablar ni una décima de segundo? ¡Pero quién les han enseñado! Usted no sabe que lo que debe hacer es reforzar, con la descripción y palabra, lo que el espectador ya ve en la imagen! A mí lo que me interesa es lo que está pasando en el campo. Que se callen de vez en cuando tres segundos. Y si sigo va a explotar su grabadora, señor Chilet.

Usted empieza en esto siguiendo al Mestalla, ¿no?

Sí, el Mestalla que sube en el 52 a Primera división. Fue el primer filial que asciende a la máxima categoría. Esos chavales jugaban con el libro abierto, con Iturraspe de entrenador, que sabía el latín futbolístico. Luis Casanova prohibió que el Mestalleta jugase en Primera. «Ni quiero, ni puedo, ni debo permitirlo. Eso es jugar sucio, un fraude con nuestros rivales», dijo, porque garantizaba cuatro puntos al año al Valencia. Se armó la marimorena. Para los jugadores fue un shock y dimitió el presidente del Mestalla. Yo pillé un disgusto tremendo. Había visto a ese equipo jugar en infinidad de campos. Vi el debut de Puchades en el Mestalla. En Vall d'Uixó. Fuimos en un autobús tan pequeño que los jugadores debían poner las piernas de lado para aprovechar el espacio. Unos años después el Barcelona no puso objeciones a que su filial, el Condal, subiese.

¿Cómo era aquel fútbol de gruesas camisetas de algodón?

Muy distinto. Era pura fuerza, apenas técnica. La mayor parte de los futbolistas del Valencia, aparte de jugar, también trabajaban. Las relaciones eran distintas. Luis Colina, secretario técnico, veía el fútbol como nadie. Se quedó medio batallón de Recuperación de Levante, y de ahí nació la «delantera eléctrica».

El Valencia sería, junto al Torino de Mazzola, el mejor equipo de Europa en la época.

Entonces no pensábamos ni en el Torino ni en el Arsenal, que también era muy fuerte. Eran años de posguerra, ni imaginábamos que pudiese haber competición europea. Pensábamos en el Sevilla, el Atlético, el Bilbao... El Valencia destacó poderosamente porque, además, tenía un entrenador intransigente.

¿Ramón Encinas?

Don Ramón Encinas. Si el Valencia ganaba se quedaba igual, pero si perdía se tiraba las manos atrás y empezaba a pasear por el vestuario. Cuanto más rodeos daba, los jugadores más lo temían. «Hui està més cabrejat que el diumenge passat», decía Asensi. [risas]. Don Luis Casanova saludaba al árbitro antes de cada partido y también se pasaba por el vestuario, se ganase o se perdiese.

Hablamos de un fútbol casi familiar.

Sí. Colina fichó, o mejor dicho empleó, a un mozalbete llamado Vicente Peris Lozar. Era el chico de los recados. Y tras 40 años acabó siendo el gerente del club, el alma del Valencia. El Valencia. Era el Valencia. Tenía tal autoridad que se hacía respetar por todos. Los jugadores firmaban sus contratos sin leerlos. Esa confianza transmitía.

¿Cómo cambió la historia del Valencia la repentina muerte de Peris en 1972? (fallecido por un infarto en Mestalla tras una victoria contra el Atlético).

Peris representaba la lealtad inquebrantable al servicio del club, en un mundo del que no te puedes fiar «ni de la camiseta del bateig». Defendía al Valencia con ardor y discutía con todos, dentro y fuera del club. Un dirigente innovador, moderno, que se emocionaba a menudo con el Valencia, era de lágrima fácil. No ha habido nadie como él. Y no me hagas hablar de Tuzón y de su «milagro alemán», no quiero discutir. Cuando falleció Vicente, todavía allí en el estadio, a Di Stéfano solo le salía decir «qué desgracia, qué desgracia...», muy bajito, entre lágrimas. Sabía por qué lo decía, porque el club perdía su alma. El Atlético lo quiso por activa y pasiva. No se movió. Para mí era como un hermano mayor. Vi nacer a su hija Merchina. La desaparición de Peris, con 48 años, fue lo peor que le ha pasado al Valencia.

¿Es posible encontrar ese factor, tan humano y leal, hoy en el fútbol?

El fútbol está despersonalizado. Cuesta conocer y reconocer a sus protagonistas y su implicación. Antes era habitual llorar por perder un partido. Ahora...

¿Cómo ve al Valencia en la actualidad?

Me entra tristeza cuando veo, oigo y leo más de cuatro cosas. No puede ser que estén vilipendiando el Valencia, no dejan de darle bofetadas por todas partes ¡Cómo se puede tolerar que hayamos asistido en dos años a los ridículos más espantosos! Se ha deshonrado la historia. ¿¡Cómo es posible que este equipo no haya sabido jugar al fútbol?! Que hablamos del Valencia, oiga. Tres, cuatro goles por partido... Por no hablar de la gestión administrativa y económica. El campo diez años parado. La decadencia viene de lejos. Todo empezó con el borde de Paco Roig. Ese señor fue un gángster ¿Y Soler firmando a Joaquín por 27 millones? Pero a pesar de todo me queda amor por el club. Por encima de lo que ha pasado, no puedo olvidar que mi padre me llevó al campo de Mestalla por primera vez en 1934. Pero, desde el descenso, que no veía algo igual. La mujer de Di Stéfano se hizo con mi teléfono y llamaba a mi mujer para quejarse de mis críticas.

¿Cómo se recupera esa histórica identificación?

Con goles. «Con oro nadie hay que falle», decían en el Tenorio. Hay que trabajar, ser humildes y marcarle 4 goles a la Real Sociedad. Y defender al club y dar la cara y no hacer el ridículo. No lo puedo tolerar. No hagamos más el ridículo.

¿Qué mensaje de futuro le inspiran Carlos Soler

Todavía no ha habido ningún científico que haya averiguado cómo es el día de mañana. Pero con este chico sí sé que tiene un día de mañana maravilloso, con un presente envidiable. Este chico ve el fútbol. Un buen sastre, con una tela, ve el traje hecho. Carlos Soler ve el fútbol ¿Y qué me dice usted de Toni Lato? En el Bernabéu no dejó tocar balón a Cristiano Ronaldo, y eso que tenía tarjeta desde la primera parte. Se va a comer a quién le pongan por delante. Jaume es un porterazo, pero con Alves le ha pasado como a esos buenos porteritos que se cruzaban con Ignacio Eizaguirre.

Puchades decía de Eizaguirre que, cuando se subía el «camalet», las espectadoras rompían en suspiros.

Y con Puchades también. Se acercaban muchas aficionadas tras los entrenamientos a echarle el lazo. Una de ellas, una novieta que tenía de Carcaixent, con muchos campos de naranjos, venía con frecuencia. Toni le decía que no podía visitarla porque no tenía coche. Ella tomó nota y otro día se acercó con un descapotable y le dio las llaves. «Ale, ja pots vindre a vore'm». Le tomó tal miedo que ya no quiso saber nada más del asunto.

Era muy suyo, Tonico.

Qué me vas a decir. Vino el Barça a ficharle. Quedaron a comer en el Ateneo. Luis Casanova, el secretario, el entrenador, el presidente del Barça con sus directivos y Puchades. Empezaron a comer y, antes de entrar en materia, Toni se levantó y anunció: «Cavallers, perdonen vostés, però falta un quart d'hora per a que isca el tren cap a Sueca». Y se los dejó allí comiendo. Siempre que le preguntaba por aquel almuerzo, me decía «jo vull vore tots els dies el Micalet, quan vaig a Mestalla». Tengo muchas más de Puchades...

Siga, no tengo ninguna prisa.

La Peña Deportiva Valencianista le organizó un homenaje. Me mandaron a Sueca para que le dijese a Puchades que no faltase. Fui en tren y en casa de Tonico, su madre me dijo que estaba en el chalet del Perellonet. Me prestó su madre una bicicleta. Allá que me fui. Llego, me saluda. Quiso enseñarme lo que se había comprado con el dinero que había ganado esa temporada. Fuimos a un establo y allí había dos rossins que pesaban dos mil kilos cada uno, perfectos para labrar los campos de arroz. Finalmente le pude decir a qué había venido. Al inicio se negó, porque no quería hablar en público. Nos fuimos a Sueca, los dos en bici, para que se cambiara. Por el camino, un coche por detrás me golpeó, toqué la rueda de detrás de Puchades y salimos los dos despedidos volando [risas] No nos hicimos nada. «Oblida't del homenatge», me decía, mirándose los rasguños. «Quan arribem a Sueca, que ma mare ens faça un bon plat d'all i pebre per a sopar». [carcajadas]

¿Pero fue o no fue?

Pues claro que fue. Si el homenaje era en Viveros y estaban todos los tíquets vendidos... Un amigo suyo nos llevó en coche. Dijo en el homenaje «solo quiero que la gente diga que he cumplido con mi deber». Y llorando se fue. No era de muchas palabras. Pero dijo las que tocaban. Ay, Toni... Era grandioso. Fuertes le decía a veces que parase de correr en partidos que tenían perdidos. Y se negaba. Se metían con él de mala manera cuando vomitaba toda la comida en el vestuario antes de cada partido. «Agafa la barca i rema», se burlaba Asensi. Llegó a verle un especialista en París. Eran solo nervios. Después de devolver, se tiraba agua en la cara, se peinaba bien peinado, y a jugar con Pasieguito. El jugador perfecto habría nacido de la garra de Toni y la seda pura de Bernardo. No habría dinero en el mundo para pagarlo.

¿Cuál ha sido la final más bonita que ha visto en su vida?

La Copa de 1954. Todos de la casa. Aquel equipo que le ganó 3-0 al Barcelona jugó la final perfecta. Puchades le susurró a Luis Suárez «te vaig a matar, fill de puta» cuando éste le dio dos patadas al poco de empezar. Ya no tocó balón. Lo mismo que Lato con Cristiano. La historia se repite siempre. Qué final aquella. Mañó se dejó a Segarra 40 veces. Fuertes marcó dos goles, era el cerebro. Seguí causó terror. No ha habido final igual.

¿Ni la del 99 con Mendieta y el Piojo?

Ni esa. Ni la de los dos goles de Mario Alberto Kempes. Ninguna.

¿Con qué gran ídolo se queda?

Puchades fue un ídolo, también lo fue Kempes. Claramunt jugaba al fútbol como la madre que lo parió, pero tenía un carácter agrio, nunca estaba contento. Waldo, Mundo, el gran Pasieguito, Wilkes. Un mundo aparte, Wilkes. Él solo llenaba Mestalla. Cuando de más mayor estaba en el Levante UD, una vez llegó a regatearse a un equipo completo, para llegar al poste y volver hacia atrás, y empezar de nuevo. Al final le dio la pelota a huevos a Pepe Paredes, el forner d'Albal, que estaba una hora pidiéndole el balón. Según como le llegó, Pepe le dio tal bofetada a la pelota que la mandó al Danone [a la valla publicitaria]. Wilkes no entendía nada. «Cabrón, me has puesto de los nervios, has podido marcar tres veces», le soltó Pepe.

A usted el club, el periodismo, el valencianismo, le debe ser el responsable de escribir la primera gran historia del Valencia.

No había nada recopilado. Me enfrenté a la nada... y a mi mujer y mis hijos. Revistas, periódicos, fotos... convertí el comedor de casa en un gran archivo por inventariar. Aprovechaba los sillones para acumular material. Dejamos de hacer vida en el comedor. No dejaba ni que se limpiase. «Esto es territorio indio, aquí solo puede tocar cosas el gran jefe, que soy yo, ¿estamos?». [risas] No había ordenadores. Todo lo iba clasificando en sobres-bolsa. El club me premió con cero céntimos por escribirle la historia. Ni para comprarle un perfume a mi mujer. Esos detalles no pasaban en los tiempos de don Vicente Peris.

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