El pase en profundidad de José Gayà, la carrera y el preciso pase al punto de penalti de Toni Lato, la llegada libre de marca de Carlos Soler, burlando la vigilancia de Marcelo con esa facilidad innata para estar siempre en el lugar oportuno. Tres toques. Antes incluso de empujar a gol ya sonreía el «Chino». Gayà, Lato, Soler. Els xiquets de Pedreguer, la Pobla de Vallbona y Bonrepós. La pesadilla tricolor de la Senyera volvía a silenciar al madridismo, que en su reducida pero presente memoria del dolor tiene viva las cabalgadas de Mario Kempes, con las medias caídas, barba de tres días y una pesada Senyera de algodón, en la Copa del 79. Siempre valiente, siempre de pie, el Valencia llegó a acariciar la victoria con el tanto de Kondogbia para acabar sufriendo para aguantar el 2-2 final. Un empate con sabor a regreso para el murciélago.

El Real Madrid accionó toda la maquinaria ambiental del Bernabéu, con la celebración por triplicado de los títulos de Liga y las dos supercopas. En una isla, en el gallinero del estadio, en el cielo de la Castellana, rugía sin ser escuchada la pequeña Galia inexpugnable de medio millar de seguidores valencianistas. Era imposible escucharles, pero también callarles. En medio del griterío ensordecedor y los fastos de un madridismo que encara feliz el inicio de un periodo hegemónico, los jugadores del Valencia aguardaban serios, concentrados, sabedores de que la noche también les depararía su momento de protagonismo.

Un cuarto de hora antes del inicio del encuentro, se había asistido a una escena inédita. Los once titulares valencianistas, en pleno calentamiento, se reunieron en un corro en el que se arengaron durante un par de minutos.

Y no se vino abajo el Valencia con el gol de Asensio, originado con ese pase contraproducente de Rodrigo. Un tanto que recordó una de las confidencias que Marcelino trasladó a los periodistas trasladados a la concentración de Évian: "En mi equipo no veréis despejes de rabona, ni balones regalados en el centro del campo". La advertencia todavía en fase de aprendizaje, como se había visto en un previo taconazo trastabillado de Murillo.

Cuando la lógica apuntaba que el Valencia se desharía en la marea merengue, los jugadores blanquinegros se lamieron las heridas y empezaron a tocar con la cabeza levantada, a mostrar una mayor contundencia. Gareth Bale, todo un potro cuando inicia una carrera, cayó al suelo rebotado contra el cuerpo diminuto, pero duro de puro nervio, de Toni Lato. Cada viaje de Parejo para lanzar un saque de esquina era contestado con una sonora bronca que tenía mucho de temor. La expromesa madridista, la niña de los ojos de Di Stéfano en las matinales de fútbol de Valdebebas, casi había apeado cuatro meses antes al Real Madrid de la Liga con un golpe franco perfecto.

Y llegó entonces la jugada de tiralíneas del empate, con Lato, Gayà y Soler dejando claro que las acciones del club podrán residir en el sudeste asiático, pero que la esencia de la institución seguirá naciendo en el césped de Paterna.

"Fuera fuera"

Quedaba mucho partido en juego, y más en el Bernabéu, donde los minutos se ensanchan lánguidamente, como grabó Juanito para la eternidad. El Madrid, sin la habilidad acrobática con la que desarboló al Barcelona en la Supercopa, se movía incómodo pero parecía más cerca del gol, con Benzema cazando centros con la mira desviada y con un Neto con más reflejos para lanzarse abajo que valentía en la salida. El estadio pagaba la creciente frustración con el colegiado Fernández Borbalán, con varias oleadas de cánticos de "fuera, fuera" (sí, en el Bernabéu). La realidad es que, entre todas las peticiones de tarjeta, el colegiado andaluz también perdonó la segunda amarilla a Kroos.

El Valencia, con la zancada imperial de Kondogbia, empezó a dominar la escena, a acercarse con cabezazos de Zaza al marco de Keylor. En otra triangulación de un equipo que vuelve a saber a qué juega, el mediocentro francés redondeaba su soberbio debut con el gol del 1-2.

Faltaba un cuarto de hora, toda una Zona Cesarini para el madridismo, que parece levitar, en trance, en cada último tercio de partido, empujado por una leyenda indomable que asoma con independencia de las décadas, o de si juegan, o no, Cristiano y Ramos. Asensio empató de falta directa y hubo que sufrir el asedio final. El partido acabó, el Bernabéu se vació y los del gallinero continuaban cantando. Habían resistido.