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El miedo al silbido

El miedo al silbido

La levedad de un silbido, el aleteo de un cántico. No sé cuántos años después sigue corriendo, como una verdad oficial, la leyenda de un estadio, Mestalla, vociferando el «Benítez vete ya». Hace unos días un programa de televisión, de los de tertulias centrípetas, analizaba el Valencia, su porvenir, el marcelinismo latente, y utilizaba como argumento de fuerza el grito contra Rafa Benítez para razonar la inconsistencia del aficionado local, lo complicado que lo tendría cualquiera para no acabar hervido en el caldero valenciano. La posverdad era esto.

Como en la búsqueda de documentos reservados, deberán distribuirse carteles con el «wanted» por bandera ofreciendo recompensa a quien encuentre un fragmento de aquella petición para cargarse a Benítez. Es solo un detalle, pero amplifica un relato, refuerza una mentira.

Apenas me molesta que se considere al valencianismo una sociedad futbolística complicada e inclemente. Lo molesto es esa necesidad de encontrar pretextos para dejar de ahondar en lo verdadero. Ese tic autoritario de querer dirigir a las gradas sin preocuparse del porqué opinan lo que opinan.

Apenas ha tenido repercusión porque todo aquello que no toca al Madrid, al Barça o al Wanda sucumbe al rodillo, pero resultó bien noticiable escuchar estos días a Fernando Roig, más páter que nunca, expresar su disgusto porque los aficionados del Madrigal, oh demonios, gritaban contra su propio entrenador. Roig no lo concibe. Sin embargo, es una prueba irrefutable de la madurez del entorno de su club.

Equivocadamente, o no, la grada quiere más, tiene voluntad de proyecto, no se conforma con transigir. ¿No consiste en eso la evolución?, ¿no es eso un éxito? El mundo feliz en el que un club se desarrolla en el interior de una cápsula, donde todo se controla y forma parte de un guión, se parece más a una distopía. El enfado de Fernando Roig es un disgusto ante la libertad que se ha tomado, sin consentimiento previo, una parte de la grada.

Cuando el Levante se había estabilizado en Primera, sus hinchas se desesperaban ante cierto juego improductivo y terminaban silbando. ´¿Cómo puede ser?, ¿no saben de dónde venimos?´, se escandalizaban sus dirigencias. Son esos dirigentes quienes tienen la responsabilidad de tomar decisiones evadiéndose del ruido. Están para eso y no para guiar el sonido.

Cuánto miedo al silbido de la grada, cuántas ganas de intervencionismo. Un club vive con el fervor de su entorno. Unas veces equivocado, otras no. Dejad que griten con libertad sus vete-ya, incluso dejad que nos los griten.

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