«La única manera de comprobar si eres bueno es aprender en la derrota», reflexionaba Gabriel Paulista tras la batalla perdida en el Coliseum. Se podrá debatir de un Getafe con los tacos y colmillos afilados como aquel Wimbledon salvaje de Vinnie Jones.

También del césped, un pasto duro y helado, impropio de la élite, que favoreció la trinchera de un rival cuyo técnico, Pepe Bordalás, acabó afónico de tanta arenga agonista. La lección que desprende la primera derrota de la temporada, la que humaniza las expectativas del Valencia de Marcelino García Toral (que vio la primera parte desde un televisor del vestuario), es la gestión de una frustración que se creía olvidada.

Al Valencia, un grupo joven y muy unido, le aguarda un test de madurez. Justo ahora que las lesiones empiezan a descascarar la pintura inmaculada, y en la que encara un invierno que definirá las aspiraciones de la temporada. La derrota de ayer en Getafe no tiene excusas, después de jugar durante más de una hora con superioridad numérica, pero tampoco convendría dramatizar sus consecuencias.

El terreno conquistado en un arranque notable de campeonato no es el de luchar por la Liga, como se aventuraba después de los pinchazos del sábado de Barcelona y Real Madrid, sino la confirmación de que se ha recuperado una filosofía de juego en la que se identifica el entero equipo.

Ayer, sin ir más lejos, en un encuentro particularísimo, con un contrincante al borde del reglamento, y desplegando un fútbol espeso, intimidados por la propuesta hostil del Getafe, el Valencia cayó compitiendo. Son los intangibles que no muestran las estadísticas.

El temperamento de chavales como Carlos Soler, rebelándose ante cada mordisco reiterado en sus tobillos. La salida en tromba de los jugadores cuando el Getafe convocaba amagos de tangana. Sin acierto y justo de alardes, también se acabó el encuentro mereciendo haber puntuado, colgado en el área del rival. Esa convicción es la que ahora se pondrá a prueba, una vez que la fortuna no se ha aliado como pasó en los primeros goles que desatascaron partidos con aspecto de encerrona como en Cornellà o Mendizorroza.

El partido de ayer deja otra lectura. La de que al Valencia ya se le espera como un equipo grande, con un prestigio rehabilitado que empuja a los rivales a actuar al límite y llena estadios, como pasó ayer en el Coliseum, que presentó una mejor entrada que cuando lo visitó esta misma campaña el Madrid.

El siguiente mes de competición será decisivo para calibrar la vida sin Gonçalo Guedes. La expansión clasificatoria del Valencia coincidió con la explosión competitiva del futbolista portugués, iniciada con posterioridad al empate contra el Levante UD.

Con todo su solidez grupal, el Valencia se acostumbró a decantar los encuentros a partir de las jugadas, asistencias y goles propiciadas por el jugador propiedad del PSG. Sin esa referencia tan clara, ayer Andreas Pereira, su sustituto, se diluyó en un encuentro sin margen para las florituras. La bandera del Valencia la sostuvo Dani Parejo, que se echó a todo el equipo en la espalda y contó con las mejores ocasiones de un equipo que, en la derrota, también tiene identidad.