La media docena de aficionados del Valencia presentes en el estadio Gran Canaria, engalanados con senyeres, no encontraron respuestas ni consuelo para digerir el inexplicable «hara-kiri» al que se sometió anoche el equipo blanquinegro y que tiene como imagen la autoexpulsión de Gabriel Paulista para resumir los pecados, desde la relajación a la falta de oficio, que en el fútbol dan vida incluso a equipos sentenciados como Las Palmas, que empezó el partido como un colistas con reservas muy justitas de fe. «¡¿Qué has hecho, Gabriel?! ¡¿Qué has hecho?!», gritaron perplejos Marcelino García Toral, y su hijo Sergio, al central brasileño de camino a los vestuarios tras acometer su acción, toda una voladura incontrolada del partido. El Valencia acabó con nueve, al son del baile de los locales. Los hinchas amarillos empezaron el partido en silencio y lo acabaron celebrándolo como una fiesta. Una fiesta regalada.

«Este escudo se respeta», rezaba una gigantesca pancarta situada detrás de una de las porterías. Las Palmas llegaba al encuentro emitiendo señales de autocombustión. Con taxistas desvelando hazañas nocturnas de los jugadores, con futbolistas apartados por llegar cinco minutos tarde a una cena y un técnico que con apenas un mes en el cargo ya es silbado cuando su nombre se anuncia por megafonía. Ese estado de descomposición tuvo como metáfora el gol de Santi Mina. El delantero gallego pudo rematar, por dos veces en el primer palo, sendos saques de esquina que Nacho Gil le envió calcados. Al Valencia se le veía con menos pulcritud de la habitual, sin la dirección de Parejo, y con un doble pivote de cemento armado, pero sin intuir que la mínima renta corriese peligro. Rodrigo dibujaba superioridades con simples controles orientados, pero a Mina le faltó la pizca de suerte para sentenciar.

Solo quedaba un elemento mínimo de rebeldía en los canarios. Con ese orgullo desesperado que dicta la supervivencia, Jonathan Viera agarró una bandera hecha girones. El exvalencianista, él solo, representa la frase que define a la Unión Deportiva en el himno que sonó en la salida al campo de los equipos: «Amarillo como la arena, azul como el ancho mar». Por calidad, y más narices, se fabricó el tanto del empate, en medio de la laxitud defensiva visitante. Cinco tantos ha marcado «el mago» a los valencianistas desde que regresó a la isla, hace tres temporadas. «Sí se puede» gritaba la renacida grada amarilla, creando un precioso tifo improvisado con las linternas de los móviles. El Valencia reaccionó con soltura antes del descanso, con carreras de Lato, ocasiones de Maksimovic y Rodrigo...

Pocos espectadores imaginaban el insospechado rumbo que esperaba en la segunda parte. Antes del decisivo penalti, Las Palmas zarandeó a un Valencia que se escurría entre constantes resbalones. La ausencia de la voz autorizada de un capitán como Parejo se echó en falta para apartar, a gritos o empujones, a Gabriel Paulista en su ataque de locura en las reiteradas protestas a Munera Montero. Una autoexpulsión indigna de un profesional.

La roja sacó del partido al Valencia, por más que entrara en el campo el recurso milagroso de Guedes. Jémez ordenó más madera y Las Palmas acariciaba el tercero, salvado siempre por Neto. «Yo te quiero dar», de la Mosca Tsé-Tsé, coreaban los aficionados de Las Palmas.

Una muestra del partido que lanzó por la borda el Valencia es que, con nueve jugadores tras la expulsión de Vezo, Zaza estuvo a punto de marcar ¡Se necesitaba tan poco! Qué se lo expliquen a los seis aficionados blanquinegros que fueron testigos del esperpento.