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Opinión

Nadie se atreve a expulsar a Suárez

Nadie se atreve a expulsar a Suárez

Zubizarreta fichó del Liverpool a un delantero de época, en un momento delicado para él, recién castigado con cuatro meses sin jugar por haber mordido a Chiellini en el Mundial de Brasil 2014, convertido en un apestado del fútbol internacional. Acertó el Barça y Luis Suárez ha devuelto con creces esa confianza en sus cuatro excelentes temporadas de azulgrana. Todos querríamos un Luis Suárez en nuestro equipo, como en su día hubiésemos querido un Stoichkov, pero las leyes del terreno de juego deben ser iguales para todos y eso no ha sucedido en el caso del carácter pendenciero del goleador uruguayo, cubierto por un manto de impunidad.

Luis Suárez es el futbolista más irrespetuoso con los árbitros, a quienes insulta reiteradamente en cada partido, y con los rivales, a quienes cocea al menor descuido, como el pasado domingo le hizo a Duarte en el duelo contra el Alavés.

Recibe, sin embargo, un trato extrañamente comprensivo por parte de los colegiados, que lo sancionan, como mucho, con una tarjeta amarilla. Solo ha recibido cuatro en toda la Liga y ninguna roja, una minucia si se compara con las seis amonestaciones y una expulsión de Zaza o, mucho más irritante todavía, con las 11 amarillas recibidas por Parejo.

No hay un jugador en el campeonato español de peor trato a los árbitros, pero estos no parecen atreverse a expulsarlo, probablemente intimidados por el aura del delantero uruguayo en el Barça, apuntalada por su amistad inquebrantable con el dios del fútbol moderno, Leo Messi.

Las reacciones de Suárez en el campo tienen mucho de instintivo, consecuencia de una infancia difícil, y quizá se arrepienta de ellas al abandonar el campo, siendo el jugador del Barça más presente ante la prensa después de los partidos: una manera de lavar su imagen.

El VCF ya sabe cómo se las gasta Luis Suárez (le pisó la pierna a Abdennour cuando el central tunecino estaba en el suelo, en diciembre de 2015) y también sabe que suele irse de rositas.

Además de enfrentarse al equipo más en forma del mundo, muy bien dirigido por Ernesto Valverde, el Valencia se mide en esta semifinal de la Copa del Rey, mañana en el Camp Nou, a un rival muy favorecido por las penas máximas: 32 a favor y ninguna en contra en las últimas 74 jornadas, casi dos años, dos Ligas enteras.

El Valencia de Marcelino deberá manejar todas estas circunstancias adversas para alcanzar, como ya hizo justo hace 10 años, la final de la Copa del Rey. Necesita dos partidos brillantes y tal vez un golpe de fortuna. Y ayudaría que los árbitros pitaran sin complejos en el Camp Nou, la misma valentía que exhiben en Mestalla.

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