El Valencia ya va tomando el color de la primavera. Las jornadas de sol se alargan por la acequia de Mestalla. La señal se produjo en el minuto 18, cuando Gayà vio el hueco para lanzar un pase a la carrera de Gonçalo Guedes. Algo se desbloqueó en el ánimo del valencianismo, con el esprint ganador del portugués, con el que se recuperaban las constantes eléctricas del equipo de Marcelino García Toral.

La tortura de un invierno demasiado frío, entre lesiones, malos resultados y rivales con la lección bien aprendida, parecía tocar fin. El Valencia volvía a correr, a sonreír.

El Betis, equipo generoso hasta el extremo, tanto a la hora de tocar el balón como para ofrecer metros a su rival, facilitó el regreso de la versión más vertical del Valencia. El gol de Rodrigo se festejó tanto por abrir el marcador como por su vertiginosa definición.

Latigazo de Guedes a la contra, con Rodrigo Moreno al galope. El hispano-brasileño avanzó entre recortes y vacunó a Adán con un derechazo a la escuadra. Rodrigo se desató a partir de ese momento, muy hambriento, con controles orientados de espaldas.

La mayor convicción valencianista se vio en la furia añadida para disputar balones divididos. Un fino estilista como Carlos Soler se fajó con un futbolista de cuajo más físico como Junior. Hasta futbolistas con la etiqueta de fríos, como Montoya, se ganaban el aplauso de la grada con entradas expeditivas.

Sin necesidad de intimidar, Geoffrey Kondogbia se movía con el aplomo de un «sheriff». Suya era la consideración de la ley. Con el inoportuno pinchazo que sintió Santi Mina, Zaza salió para hacer de Zaza, del jugador que se lanza al suelo para presionar a un central en la esquina más alejada. Un gesto, tal vez sobreactuado, pero que le valió el reconocimiento de la Tribuna.

En realidad es la manera con la que Simo entraba en calor. El de Metaponto, tras el paso por vestuarios, rompería su maleficio de tres meses al marcar el segundo tanto, en una jugada en la que Kondogbia llevó pico, pala y frac al mismo tiempo.

Luchó poderosamente para ganar un rechace y después regalar un pase picado para que Zaza, previo control, batiera a Adán. El exjuventino, un tipo sentimental, hizo un amago con las manos, parecido a «ahora hablad». Un gesto equivocado, y más aún porque recibió la ovación de un estadio que añoraba corear su nombre. «No he querido decir nada», argumentó en declaraciones a pie de campo. Luego se acercó al banquillo para recibir besos de Jaume, el líder invisible que renunciar a todo ápice de ego para mantener la moral de la tropa.

El recuerdo loco del partido en la primera vuelta mantenía activada la vigilancia. El de anoche era también un choque de estilos. El gusto por el riesgo y la aventura del Betis, el equipo que se divierte cantando el «tic, tic, tic», contra el ordenado y preciso dispositivo de un Valencia con las fronteras del 4-4-2 bien delimitadas en las tiras elásticas con las que Marcelino impartió su método en la pretemporada de la reconstrucción. La prosa venció a la poesía.

El Valencia celebró dejar la portería a cero por primera vez en Liga desde el 19 de noviembre (0-2 al Espanyol). Y Rodrigo y Soler fueron ovacionados en su retirada. Ya hace tiempo de Champions.