El fútbol europeo se ha vuelto batalla entre equipos campechanos, humildes, levantados sobre el peso del esfuerzo, contra los equipos hormonados por la pasta de los emiratos, dopaje financiero y ventajas a cascoporro.
La cruzada. Una dimensión desconocida entre los clubes de toda la vida, hechos con método obrero, versus aquellos que basan su construcción en apilar galácticos.
La victoria del Real Madrid, con el cigarrillo entre las manos, echado a la bartola de París, rascándose el ombligo y los cataplines, fue un triunfo obrero. El Madrid, científicamente, es el equipo con mayor gen competitivo en fases finales. Los motivos son intangibles, aunque intuyo que van asociados a un sentimiento de obligación casi religioso. Nunca tienen bastante y eso les impulsa a querer todavía más.
No les bastaba tampoco con vencer al PSG con solvencia rutinaria. Necesitaban revestirlo de la épica rebelde. Narradores y opinadores lubricaron el pase con la algarabía de quien se carga a Goliat.
En el argumentario blandían méritos como la supremacía de los valores normales. El jeque tumbado. A la porra los equipos que se construyen a base de talonario.
El cosmos del Madrid se creyó un grupo la mar de campechano. Porque no les bastaba con pasar a cuartos. Tenían que hacerlo con más prodigio, todavía más.
La honrosa victoria no tenía suficiente con su propio crédito y tuvo que tirar del orgullo engolado. Utilizaban lanzas contra el PSG que -disculpe, usted- justo ayer eran emblemas de la saga Florentino. Los galácticos. El gasto expansivo como palanca de avance. Los créditos ventajosos. El gran empresario oligopólico.
Quienes fabrican la cruzada contra PSG o City no terminan de percatarse que, ups, el germen comenzó a inocularse con F.Pérez cuando la virtud galáctica justificó gastarse más y más, utilizar el talonario como impulso letal, como una manera de vender camisetas, reponerse de los fracasos y avanzar en la jungla.
Obreros y humildes todos. La penúltima parodia.
