La victoria del Valencia en el Sánchez Pizjuán tiene un valor mucho mayor que el de los once puntos de distancia para encarrilar el regreso a la Liga de Campeones. El 0-2 ante el Sevilla simboliza el prestigio recobrado como institución futbolística. Justo en Nervión, donde el valencianismo se había sentido prisionero de la larga noche transcurrida desde la victoria que significaba la conquista de la última Liga, en 2004. Desde esa fecha, los blanquinegros no habían vuelto a vencer en este recinto, contra un equipo con el que ha mantenido una moderna rivalidad en la que había salido perdiendo en momentos claves que van forjando el historial de un club.

El Sevilla fue quien se llevó el gato al agua en la última jornada de la 2012-13, con la cuarta plaza en juego y los cuatro goles de Negredo que desbancaban al quinto puesto tras la gran segunda vuelta con Ernesto Valverde en el banquillo. Fresco está el trauma generacional que supuso el gol de M´Bia, el 1 de mayo de 2014, con un Mestalla embelesado tras levantar una remontada titánica, acariciando el regreso a una final continental. El desenlace de ese cruce de caminos disparó al Sevilla hacia la hegemonía de tres títulos consecutivos de la Liga Europa y aceleró el proceso de decadencia del Valencia, hasta el colapso que acabó en el proceso de venta.

Los goles de Vicente y Baraja no supuso la consolidación de una hegemonía, sino el punto final a una época gloriosa. A partir de ese instante, el Sevilla hizo suya la filosofía que llevó al Valencia al éxito. Proyectos coherentes y reciclables, en los que la excelencia deportiva iba acompañada de la económica, al renovar cada plantilla con ventas millonarias que no menguaban el potencial del equipo. Nada que no inventara el propio Valencia ganando ligas después de vender al Piojo, Mendieta, Gerard o Farinós. En diez años, entre 2006 y 2016, mientras que el Valencia se abocaba a fichajes lujosos y proyectos como el nuevo estadio, todavía inacabado, el Sevilla ganaba cinco títulos europeos.

El principio del final de esa década de mayor fama sevillista tuvo lugar ayer. El Valencia ganó, no sin padecer durante algunas fases, pero también resistiendo con un entramado defensivo solvente y exhibiendo las virtudes de un equipo con hechuras, al que le basta con contrarrestar los intentos locales con la puntería de los grandes. El global de los enfrentamientos contra el Sevilla esta campaña lleva aparejado un mensaje de autoridad: 6-0 en total y once puntos de ventaja. A falta de diez jornadas no hay nada sentenciado, pero la masa social reconoce el camino, la senda que se había perdido.

Es un triunfo que encumbra a Marcelino. El técnico asturiano fue silbado cuando su nombre sonó en megafonía, por el recuerdo de su paso poco afortunado por el club hispalense. La mencionada contundencia de los duelos directos demuestran que se tuvo impaciencia con él. El Valencia vuelve a pasear con garbo en estadios de máxima exigencia, con Rodrigo como estandarte. El delantero hacía una reflexión tras el partido que es extensible a la del valencianismo que despierta: «Para quien tiene fe y fortaleza mental, lo imposible solo es cuestión de opinión».