El único festejo que se vivió en Mestalla fue para Peter Lim. Los videomarcadores y la publicidad a pie de campo lucieron en los momentos previos y durante el desarrollo del partido con un mensaje de felicitación referente a una de las corporaciones del magnate singapurés: «Congratulations Peter on the listing of Thomson Medical. Singapore AX 50». Un anuncio difícilmente comprensible para los 40.328 espectadores presentes en Mestalla. Un acto de propaganda, de autoproclamación napoleónica, entre dos empresas controladas por Lim, que presenció tal ejercicio reverencial desde su palco privado de Mestalla.

Decisiones estratégicas o las consecuencias del llamado fútbol moderno, que lleva a obviar una efeméride como el 99 aniversario del club, pistoletazo de salida del centenario, que convierte las propuestas del Fórum Algirós en defensa de la cultura de club en actos de aire clandestino; pero a cambio se moviliza a la primera plantilla para la celebración del año nuevo chino. La cohabitación entre la imagen cosmopolita del club y el cuidado mimo respetuoso a la historia y raigambre de la institución tienen un punto de equilibrio en la Premier League, campeonato admirado por Lim.

El máximo accionista ha aterrizado en Europa para sentar las bases de la próxima temporada y disfrutar de un regreso a la Liga de Campeones que todavía no ha tenido lugar, con tres bolas de partido desperdiciadas ante rivales de mediana entidad. Ayer Mestalla lució sus mejores galas, rebasando la barrera de los 40.000 aficionados, para saludar la vuelta a una competición que ha definido la iconografía moderna de la entidad, para cerrar de un portazo el bienio ominoso de dos años de pesadillas.

El ansia, la acumulación de expectativas, el anuncio anticipado de la consecución del objetivo desde aquella liberadora victoria en el Sánchez Pizjuán, está evitando que el Valencia disfrute del premio. El de Marcelino es un equipo con las virtudes y los vicios propios de la juventud. Una escuadra dominada por los impulsos. Torrencial cuando los estímulos son positivos, pero sin el punto de pausa necesario para calmar las pulsaciones y ordenar las ideas. Un ejemplo claro son las dos jornadas sin apurar los tres cambios. Un signo de nerviosismo apreciable en las carreras de Gonçalo Guedes, que oscilan entre las exhibiciones plásticas y los reiterados intentos ofuscados de buscar un ángulo precipitado para reencontrarse con el gol que se le niega desde el 13 de enero, cuando marcó en Riazor.

Una escena dibujaba la impaciencia colectiva cuando Rodrigo Moreno, mediada la primera mitad, se dirigió a la grada criticando con gestos los silbidos que empezaban a escucharse, con el inmutable 0-0 en el marcador y con el Valencia con pocas opciones de disparo. «¿Silbáis? Lo que hay que hacer es aplaudir», parecía adivinarse en la expresión del hispano-brasileño. En medio de la inquietud, Rodrigo sacaba su carácter sosegado y cerebral para que el viento de Mestalla cambiase de dirección. Desde ese momento, el estadio ejercería toda su intimidación ambiental.

Mestalla digirió el empate con tranquilidad, con aplausos de agradecimiento. Sabedor de que la Liga de Campeones, un milagro con la perspectiva de dos decimosegundas posiciones consecutivas, es un fruta madura, por mucho que se resista a caer. El valencianismo tiene otras tres oportunidades para paladear el mérito superlativo del año del regreso. Y el club, otra oportunidad para felicitar al propietario por el éxito de otra de sus empresas.