Bernardo España (València, 1938), el mítico Españeta, el verdadero murciélago del escudo, ha cumplido 80 años. Jugadores emblemáticos del club de Mestalla, como Mario Alberto Kempes, que le define como un padre, han querido felicitar por las redes sociales al histórico jefe de material del club, uno de los personajes más carismáticos del valencianismo, jubilado desde hace dos veranos.

No se entiende el Valencia sin Españeta. Fue el mítico Mundo quien le puso el apodo que hoy le agranda. «La historia del Valencia se resume a la vida de Españeta», dijo en su día el exfutbolista y exentrenador del equipo Quique Sánchez Flores. "Un especialista en seres humanos", lo catalogó otro extécnico del Valencia, como Jorge Valdano.

Españeta estuvo 62 años al servicio del Valencia, 55 de ellos en el primer equipo como utillero. Una experiencia larga, pero intensa, repleta de anécdotas de todos los colores. Un tipo especial, por su carisma entre los futbolistas. «Es como mi padre», ha dicho Mario Kempes más de una vez. Y especial por sus extraordinarias y variadas habilidades. Su exquisita técnica con el balón y la extraordinaria capacidad caligráfica que le permitía imitar las firmas de los futbolistas.

Españeta ha estado ligado al Valencia desde 1954. Empezó a jugar en el Huracán de Russafa, su barrio. Un accidente de tráfico le impidió seguir en acción, después, en el equipo La Colmena de la Finca Roja. Tenía 16 años y se cayó de la moto que conducía su hermano. Se rompió el tendón de Aquiles y arrastró una cojera durante años. Poco amigo de los libros, ese año se aficionó a a ejercer de de recogepelotas en los entrenamientos del Valencia de los Badenes, Seguí, Puchades y Pasieguito. Como si se tratara de un futbolista, tuvo que curtirse en el filial antes de dar el salto al primer equipo de la mano del entonces secretario general del club, Vicente Peris, en 1969.

Su carácter servicial le ha convertido en imprescindible para los futbolistas que año tras año han ido pasando por el vestuario. Ha sido testigo mudo de sus andanzas y de muchas anécdotas. Por ejemplo, la del Rólex de dos millones de pesetas que llevaba Pedja Mijatovic y que él se encargaba de cuidar durante los partidos y entrenamientos. Una noche, el montenegrino se fue deprisa del estadio y se lo quedó hasta el otro día. Durmió con él en la muñeca para que no lo robaran.

A Romario le bajaba, cada día antes del entrenamiento, un café solo sin azúcar. A pesar de los numerosos personajes que han pasado por su vida, para el utillero valenciano hay varios a los que profesa un gran afecto y admiración. Uno es Kempes. Otro es Alfredo Di Stéfano. «Era un tipo extraordinario, un pedazo de pan. En los entrenamientos, dominaba el balón de maravilla, hasta tal punto que le hacía pasar apuros a algún profesional con el toque de pelota», recordó en una de sus últimas entrevistas. Sólo algunos compromisos deportivos le impidieron ser su padrino de boda. Un día, el astro argentino le recomendó que no hiciese tantos malabarismos en los entrenamientos. No era bueno, bromeaba, para la autoestima de los futbolistas. Españeta llegó a dar 725 toques seguidos con el balón en sus desafíos con los mejores jugadores, de los que raras veces no salía triunfador. Y destaca su destreza con la caligrafía. Es el único utillero del mundo que firma autógrafos, los suyos y los que imita de los jugadores para la firmas de los balones. En una ocasión, firmó un cheque a nombre de Kempes y lo cobró. «Él me esperaba en la puerta del banco y salí con el dinero. La firma era perfecta», contó en una entrevista a este periódico.

No hay un sólo testimonio más nutrido que el de Españeta. Tiene mil cosas que contar. Como el día que se quedó encerrado en el estadio del Oviedo (Carlos Tartiere) sin poder salir del vestuario por miedo a que le agrediera un perro guardián. O la que sucedió en la década de los ochenta con el argelino Rabah Madjer, el fichaje más mediático de la era Tuzón. De camino a Murcia a jugar un partido de Liga, el chófer tuvo que detener el autocar para que el futbolista se bajase a rezar, arrodillado en el arcén, en dirección a la Meca. Tampoco olvidará nunca el día que ganó el Valencia la última Liga en Málaga. De vuelta, los jugadores quisieron tirarlo a la piscina, pero logró evitarlo. No sabe nadar.

Españeta dijo de Cañizares que era uno de los futbolistas más profesionales que ha visto pasar por el Valencia y que iba a su aire en el vestuario. De Fabio Aurelio contó que le gustaba leer unos pasajes de la Biblia antes de saltar al campo. Y nunca ha escatimado elogios cuando se ha referido a Carboni: «Un líder en el vestuario y un señor dentro y fuera de la cancha. Una vez me regaló un jamón y un sobre con 80.000 pesetas. A fin de año le hace regalos a todos los empleados del campo», contó en su momento. O como al Kily González le gustaba separarse del resto para vestirse él solo en una silla, una costumbre que aprendió del Piojo López.

Hombre de lágrima fácil, Españeta ha derramado muchas lágrimas durante su largo recorrido en el Valencia. Malos y buenos momentos concentrados en el descenso del club a Segunda, en 1986, y en las ligas ganadas en 2002 y en 2004. El descalabro del equipo a mediados de los 80, confirmado con una derrota en Barcelona (3-0) en la penúltima jornada, le hizo pensar que era el final del Valencia. Con el ascenso, al curso siguiente, sintió que todo empezaba de nuevo. Poco después, aseguraría que no podía morirse sin ver ganar la Liga otra vez a su equipo. Lo pudo cumplir.