Un abrazo. Esa es la primera imagen que conserva Fernando Gómez Colomer de Rommel Fernández, el delantero que goleó en todos sus equipos, pero a quien no acompañó la suerte en su año en el Valencia. Este fin de semana Panamá se ha volcado en el 25 aniversario del fallecimiento del atacante, héroe nacional del país, que murió con 27 años el 6 de mayo de 1993 de un accidente de tráfico cerca de Albacete, donde jugaba cedido por el Valencia. «Fue el primer jugador que vino a abrazarme cuando marcamos el empate en la remontada contra el Madrid. Recuerdo los brazos extendidos, esa sonrisa», rememora el mítico excentrocampista a Levante-EMV. El Valencia de Guus Hiddink levantó en tres minutos un 0-1 en una remontada que marcó a toda una generación, y que fue tan celebrada como un título. Un triunfo al que Rommel, todo pundonor, contribuyó saliendo al campo en el minuto 82, fajándose con Rocha y Sanchis para liberar a Fernando y Robert en sus cabezazos milagrosos.

Esa honradez profesional que le llevaba a perder hasta cuatro kilos en los entrenamientos, de tanta implicación, fue el legado de un delantero fichado con la aureola de estrella por 275 millones de pesetas tras sus 48 goles en cuatro temporadas en Tenerife. Había logrado prosperar desde unas raíces humildes y dejando atrás una Panamá asolada por la intervención militar norteamericana. La incompatibilidad táctica con Lubo Penev, su estilo de ariete físico en un equipo de toque preciosista, redujo su participación a solo dos goles, frente al Deportivo y el Tenerife.

El compañero con quien más congenió Rommel fue el centrocampista Carlos Arroyo. «Éramos vecinos, vivíamos en la misma finca, él unos pisos más abajo». Rommel, bautizado con el nombre de un mariscal nazi al que adoraba su abuelo, no tenía carné de conducir y el «Chato» Arroyo era quien se encargaba de llevarlo a Paterna y traerlo a casa. De alguna manera apadrinó a un chico «tímido y muy noble» al que le tenía que «sacar las palabras» para mantener una conversación. «Me pedía si podía dejarle mi coche para hacer prácticas por el aparcamiento de la ciudad deportiva. Teníamos un buen vínculo», recuerda con un poso de tristeza Arroyo. Conductor inexperto, se le acabó convalidando una licencia procedente de su país, y que la leyenda atribuye a un regalo personal del gobierno de Panamá.

Fernando destaca la naturalidad con la que asumió su papel secundario en el Valencia Rommel, apodado «Panzer» como los carros blindados alemanes de la Segunda Guerra Mundial. «Pensábamos que aportaría mucho por su pasado en el Tenerife, pero asimiló su rol de delantero de segundas partes y su dedicación en los entrenamientos fue íntegra. Lo dio todo». «Era una persona reservada, sin las necesidades ostentosas de los futbolistas. Se marchó cedido al Albacete y las cosas le marchaban bien», añade Arroyo para evocar a un futbolista que presentaba como rasgos más peculiares un fino bigote de galán de telenovela, y una gran afición al baile de salsa.

En el Albacete rehabilitó su figura de goleador con 7 tantos y se rumoreaba con su posible regreso a Mestalla. De regreso de una comida con compañeros del Albacete, un cambio de rasante le hizo perder el control de su Toyota Celica, con su primo Rolando de copiloto, a la altura de Tinajeros, estrellándose contra un árbol. «Fue un palo terrible», confiesa su buen amigo Arroyo. Panamá, Tenerife y Albacete no han olvidado sus goles. Ni Mestalla tampoco aquel abrazo.