Como un reloj, nada más cumplirse los 1o minutos, Mestalla descargaba una ráfaga de silbidos contra la adormecedora posesión que efectuaba el Celta. Fue la señal que rompió el partido, que dibujó otra noche. El Valencia había sido infeliz en las cinco primeras jornadas porque, básicamente, los rivales le habían negado correr. Es un equipo creado para trotar en libertad, con ese murmullo creciente que provocan las galopadas de Gonçalo Guedes. El Celta, tan generoso para irse al ataque como para conceder espacios, fue el primer conjunto que devolvió a los blanquinegros su don prohibido.

Corría Piccini, apurando la banda y luchando contra los sambenitos que cuelgan en su fútbol desde sus dos primeras discretas jornadas. Corría Wass, corría Gayà, pero sobre todo corría Guedes.El luso va afinando su forma física y, con ella, la electricidad del fútbol que da sentido a la identidad del Valencia.

Las diagonales del atacante portugués crearon las primeras ocasiones. Después, con las protestas de un posible penalti a Wass, Mestalla aplicó la presión necesaria para que metiera una velocidad añadida el Valencia, impulsado con Batshuayi y Rodrigo, que recibían de espaldas y descargaban a las bandas.

Y llegó la liberación, con el gol de Batshuayi. Un momento que se ha demorado demasiado y quizá por ello el delantero belga, un tipo simpático y extrovertido, no dudó en celebrarlo con furia, agitando los brazos, muy al estilo Didier Drogba.

La ventaja abrió más el apetito del Valencia, aunque con impaciencia en la definición, con Rodrigo enviando una volea, literalmente, al tercer anillo de grada. En todo caso, el partido estaba controlado, con una renovada seguridad defensiva ante un rival como el Celta, que promedia dos goles por partido. Iago Aspas pagaría la impaciencia visitante con el árbitro De Burgos Bengoetxea. Sus constantes protestas eran dignas de una canción de Pimpinela.

Con el Celta más decidido en ataque, la segunda mitad dejó el momento de la ovación a Coquelin. El francés derrochó 70 minutos pletóricos de esfuerzo defensivo, de equilibrio táctico, de picardía a la hora, por ejemplo, de sacar a compañeros de protestas estériles. Esa pizca de oficio que tanto se echaba en falta, en este primer mes sin brújula. Y casi sin aliento, Guedes (viendo de reojo que iba a entrar Cheryshev) se marcaba un esprint delicioso para levantar al público.

El Celta había avisado con disparos sobre todo desde la frontal, pero no se presagiaba excesivo riesgo de gol, hasta que Aspas le ganó el cabezazo en plancha a Murillo. Y aunque el Valencia vuelva a correr, Mestalla sigue sin sonreír.