En muchas artes se aplica el concepto «back to basics» (el regreso a lo básico, a las esencias), cuando las tendencias se vuelven demasiado recargadas, con detalles complicados, con novedosas teorías para explicar verdades ya conocidas. Llegados a ese punto, conviene fijar la concentración en en lo simple, en las ideas primordiales. Se aplica a la música, a la gastronomía, a la propia vida y también resulta conveniente en el fútbol. Perdido en la ciénaga de empates con pocos goles, Marcelino ha apostado en los dos últimos partidos por una alineación, que a excepción de Wass (por la herida eterna del lateral derecho), desprovista de fichajes. Con Batman y Robin -Batshuayi y Gameiro- el equipo trató de afilar su evolución de la pasada temporada, pero la apuesta ha fallado hasta el momento y ha llegado a colocar las expectativas en el precipicio. Sin aditivos, con los protagonistas que levantaron el proyecto, «once» blanquinegro tenía la textura de una vieja receta, la robusta sobriedad de una iglesia románica.

Así fue como Mestalla vio un equipo más reconocible y sin desconexiones. Y así se detectó que el partido podría suponer el reencuentro con la victoria, desde el primer disparo a los 50 segundos de Santi Mina. Y desde esa base se comprobó que la llegada tan ansiada del gol no se iba a producir desde la testarudez de chocar y chocar hasta romper el muro, sino a base de recuperar ingredientes caídos en el olvido. Como el regate de espaldas y sin balón con el que Rodrigo Moreno fabricó el primero. El delantero es uno de los futbolistas que mejor se gira de LaLiga, y para salir de su bucle solo debía recurrir a su mejor repertorio. Los goles en el VCF, de tan escasos, se celebran con la felicidad de los partidos de la calle. Se comprobó con el primero de Mina. El gallego daba puntapiés a las vallas de publicidad y por el resto del campo se sucedían los abrazos. Kondogbia con Coquelin, gritándose con puños cerrados, y Gabriel y Garay buscaban a Neto.

El arbitraje del rumano István Kovács, que se instaló en en ese eufemístico código «europeo», traducible en barra libre de permisividad, acabó siendo un factor favorable para el Valencia. Las patadas sin mesura del Young Boys (con 37 entradas y 25 faltas contabilizadas) reforzaron el sentimiento de solidaridad y cohesión. Del equipo y de la grada, que resistió los estragos del horario mandado por la UEFA.

Pero en la áspera batalla propuesta por el equipo suizo y encabezadas por su jugador Ngalameu, el fútbol siempre iba a salir vencedor. Con el oportunismo de Santi Mina, con la música de violines que emana de los pies de Carlos Soler. El «back to basics» imponía el reencuentro de Soler con el gol, que le ha acompañado desde que con 6 años golease al Valencia (que lo fichó de inmediato) en el campo de tierra del Bonrepós. El poste evitó el primero, en el segundo de Mina regaló un centro de seda. Y después de resistir a mil patadas, sentenció con un golazo de factura colectiva. Es el segundo que Soler marca en Mestalla, y en la misma portería, su favorita, en la que se estrenó con aquella vaselina ante el Celta.