La de ayer en Mestalla fue la noche más hermosa. No había en disputa ningún título, enfrente no concurría aquel Arsenal de Brady y Rix que claudicó hace ocho años en Bruselas, ni el Madrid tumbado en el Manzanares con derechazos de Kempes. El paso del tiempo resaltará el valor trascendental del emocionante triunfo con goles de Fenoll y, casi con el tiempo cumplido, de Quique Flores, frente al Recreativo de Huelva. El Valencia CF vuelve a estar en Primera división, reduciendo a una simple cicatriz en el recorrido de su historia el amargo descenso de hace un año. El presidente, Arturo Tuzón, gran artífice, sonreía con discreción, con la satisfacción del deber cumplido. El equipo de Alfredo Di Séfano fue recibido y despedido con tracas, carcasas y cohetes. «Es un día glorioso», afirmaba el Pelao, en plena invasión de campo de aficionados. «Nos llena de orgullo, teníamos una espina clavada y nos la hemos sacado a base de unión, armonía, buen ambiente. Tengo que darle a la moviola mental para digerir todo lo que estamos viviendo», añadía nervioso el técnico. Con 60 años, esta es la tercera gran obra de la Saeta al servicio del club. En la primera etapa logró la Liga del 71, dos subcampeonatos de Copa y otro de Liga. En la segunda, conquistó la Recopa. Ayer cerró el círculo, con un título «invisible».

Un puñado de futbolistas jóvenes y comprometidos, en los mejores años de sus carreras y que han accedido a rebajar a la mitad su sueldo a pesar de contar con mareantes ofertas, se han encargado de restituir el relato. Los Quique, Voro, Fernando, Fenoll, Arroyo, Subirats (¡torero!), Sixto, Sempere, Revert y Alcañiz... han bajado al barro de Las Llanas, en Sestao, han sufrido contra los filiales de Athletic y Barça, y también han hecho vibrar a Mestalla con un juego vistoso y arrollador. Nadie se rindió cuando en la jornada 11 todavía se era sexto, al caer en la encerrona del Marquina frente al Castellón. O ayer, con el cabezazo de Merallo y el balón al poste de Julio, que Sempere desvió con su silenciosa mirada. Hasta un pato se coló en el césped, pero nada iba a evitar el desenlace, el feliz regreso a Ítaca tras 41 partidos. Es un triunfo de ellos, de la afición que ha llenado Mestalla, de Ricardo de la Virgen, encargado del material y con 41 años de pertenencia al club, de los caminos de piedra que ha recorrido el chófer Cristóbal Jericó. Las lágrimas hace un año y dos meses en Barcelona han sido un paso atrás, desde el que tomar impulso.

A esta generación experta en prodigios le queda mecha.