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Entrevista

Sergio Manzanera: "Tuve que dormir junto a una escopeta por desafiar al franquismo"

En 1975, en el Racing, se la jugó al protestar contra los últimos fusilamientos de Franco luciendo un brazalete negro

Sergio Manzanera: "Tuve que dormir junto a una escopeta por desafiar al franquismo" j. l. bort

Usted fue una apuesta personal de Di Stéfano y lo ficha del Levante UD, en el verano de 1970.

Sí, con 19 años, la misma temporada que quedamos campeones de Liga. Alfredo vino a verme en un partido del Levante UD y fui una petición suya. Lo gracioso es que jugué fatal ese día.

Y aún así le fichan.

A los pocos días. Creo porque les interesaba mi perfil. Di Stéfano buscaba un perfil de jugador rápido, joven, bregador. Con eso ya les valía y ya dependía de mí que progresase.

Llega a un Valencia en transición. Se dio la baja a Guillot y Waldo, Roberto Gil y Paquito eran muy veteranos. No parecía un escenario propicio para ganar una Liga que se resistía desde 1947.

Nadie se lo imaginaba. A excepción de Claramunt, Sol, Abelardo, Antón... Pero yo era joven y venía del Levante UD, el hermano de Claramunt, Forment venía del Mestalla, Poli estaba mayor. Parecía un equipo de temporada digna y esperar a ver. Y resulta que ganamos la Liga y casi ganamos la Copa, en la final estuvimos 2-0 por delante.

¿Y cómo era ser entrenado por Di Stéfano, con 45 años y ese recuerdo cercano de haber sido el mejor jugador del mundo?

Alfredo recordaba su época como jugador del Madrid, con Miguel Muñoz de entrenador. Nos contaba que no hacían absolutamente nada de táctica. «Gento, por la banda. Puskas, le pegas al borde del área. Alfredo, ya sabes, tú por allí y por allá». Nos ordenaba tácticamente, pero poco más.

Dejaba margen a la improvisación.

Muchísimo. No era un entrenador académico, o de una preparación teórica de sistemas de juego, alimentación... Él basaba su estilo en la experiencia, en la intuición, en crear un grupo humano bueno. Pero así eran él y también la inmensa mayoría de técnicos. Los entrenadores no se formaban observando durante dos años el método de técnicos que admiraban. Ahora alucinaría uno con el desconocimiento que rodeaba a gran parte de la preparación de un equipo. No se pesaba nadie. En la semana de un partido importante, no podíamos ni ver a nuestras novias. Hasta que salió Cruyff y tumbó ese mito.

Tengo entendido que después de los entrenes, almorzaban con tanques de cerveza en el bar de Tomás, al lado de Mestalla.

Era un ritual. No había estudios de hidratación después de un entrenamiento, y nos hidratábamos a base de cerveza, que al final también es agua. La cuestión médica era tremebunda. Si te operaban de menisco había un 50% de probabilidades de no volver a jugar. Del ligamento cruzado, con articulación abierta, olvídate de jugar y a ver cómo quedabas. En Santander me rompí la pierna y aún estoy esperando que alguien me diga qué ejercicios había de hacer para recuperarme. Levantaba saquitos de arena en la playa del Sardinero. Cada uno comía lo que le daba la gana.

¿Y cómo se viajaba en aquella época?

Cogíamos un autobús en València, nos íbamos a Madrid, cogíamos el coche-cama y llegabas el sábado al sitio en el que tocase jugar. En el autocar parábamos en Motilla del Palancar. El utillero Ricardito de la Virgen nos llevaba a bares con sopa cubierta, huevos fritos. Iba él solo como representante del club. Llevaba el dinero para pagar la comida y nuestras fichas federativas. A veces se sumaba Vicente Peris o algún corredor de jugadores.

La dieta era de batalla, vamos.

A mi Di Stéfano me puso un detective privado.

¿Le gustaba la fiesta?

No, para ver dónde comía. Había veces que no iba cara al aire. Yo venía de una familia muy humilde, me gustaba ir a comer a un barecito cerca de mi casa en las torres de Quart, almorzaba allí. El detective lo vio y se lo sopló a Di Stéfano. ¿Cómo vas a aguantar si te dedicas a comer esto? me decía Alfredo. Cómo sabe lo que como, me preguntaba yo...

¿Le ordenó otro tipo de alimentación?

Sí, me dijo «A comer al Gure Etxea» (histórico restaurante de comida vasca en València). Allí comían Sol, Pellicer, Adorno. Todos los solteros, al Gure Etxea. Éramos una familia con los cocineros del restaurante.

El VCF se convierte en aspirante siendo una roca en defensa.

Era muy difícil hacernos gol e inventamos la táctica del falso 9. Pellicer y Forment, que eran más delanteros, bajaban mucho a ofrecerse y presionar, no dejábamos una referencia definida. Lo motivó las características del equipo. Solo Ansola era un 9 estilo «a mí Sabino, que los arrollo». Alfredo no quería pelotazos.

Ni Claramunt sabía jugar a pelotazos.

Si un partido se te iba y estabas apurado, se la dabas a Claramunt. Con 19 años, yo lo tenía claro. A Claramunt.

Era muy joven, pero se hizo con la titularidad en ese año, 70/71.

Ese año sí, era fijo, fue a partir de la tercera o cuarta temporada en la que empecé a dejar de ser titular indiscutible. Yo era muy rápido, no tenía una gran técnica, pero si me ponían un chisme de esos para calcular kilómetros, sería el que más. Una vez Hernández Perpiñá escribió que era el jugador «de los mil kilómetros». Cubría mucho campo y era muy solidario con el equipo. En una eliminatoria de Copa de Europa frente al Luxemburgo me encontré tan pletórico, que a Paquito que lo vi en apuros le dije que ya corría por él. Mi gran defecto era el gol.

¡Pero si le marcó un gol de córner al mítico Iribar!

Eso fue una casualidad. Cardeñosa pasó a la historia por el gol que falló en Argentina 78, con todos los que marcó. Yo marqué pocos y se me recuerda por ese. Paco Lloret me dijo que justo en ese partido habían colocado porterías nuevas. Metí otros que solucionaron partidos. Pero para todo lo que llegaba al área por rapidez, marqué poquísimos. Solo con marcar el 30% de disparos, habría promediado 10 goles por año. Pero delante del portero, me entraba el ansia de los que no son grandes jugadores. Es tan estresante esa situación, que quieres acabar cuanto antes... El área es la zona de la mercromina, decía un periodista de Mundo Deportivo. Antes de los partidos vomitaba la comida, de los nervios. Otros se comían medio solomillo, una merluza, dormían la siesta y jugaban. No me lo explicaba

¿En qué momento ven que pueden luchar por la Liga del 71?

En los últimos cinco partidos. Con el gol de Antón en Sabadell, con el de Forment al Celta. Estuvimos agazapados todo el año. No tuvimos suerte al ganar la Liga perdiendo en la última jornada en Sarrià. La ganamos porque teníamos ventaja. Ninguno de los compañeros había sido antes campeón de Liga y nos lanzamos a por ello. A Di Stéfano no le gustaba perder y creo que cargó en Paquito la responsabilidad de la derrota en Sarrià, pese a ser campeones. Le hizo la cruz de forma injusta. Era veterano, grandote, pagó el pato.

¿Están en contacto los miembros de aquella quinta?

Bueno, solo con los dos o tres que hice más amistad. Pero eso pasa en todos los colectivos humanos y de trabajo.

¿Y pasa lo mismo con la pasión por el fútbol? Usted estudió, se hizo odontólogo, ¿se ha desencantado del balompié?

A mi me apasiona el fútbol. Veo todos los partidos que puedo. Soy del Valencia y de Leo Messi.

¿Y qué le inspira Messi?

Me encanta que haya jugadores de los que todavía puedas aprender. Nadie sabía que podías chutar a gol desde el centro del campo hasta que lo hizo Pelé. ¿Cuántos lo han intentado desde entonces? Son genios. Todo el mundo pintaba y a nadie se le ocurrió hacer la Capilla Sixtina o la Gioconda. Hay gente que está en otra división. Con Messi me pasa. O con Leonardo, el que jugaba aquí. En carrera te picaba el balón hacia adentro, daba la vuelta por detrás y se iba del defensa.

¿Cómo ve al Valencia?

El fútbol son goles y el Valencia está empezando a marcarlos. Espero que llegue a estar entre los cuatro primeros. Y Mestalla es una buena afición, pero suele ir con el viento a favor. Si la cosa va bien es una caldera. Si se tuerce, se complica todo. Hay ahora más tensión societaria. En mis tiempos la identificación era mayor, con De Miguel, Peris, Tuzón...

En septiembre de 1975, en el Racing, usted pasó a la historia por desafiar al régimen franquista solidarizándose con los cinco últimos fusilados del franquismo. Aute compuso Al Alba. Usted, junto a su compañero Aitor Aguirre, se ató un cordón negro, como simbólica protesta, para jugar frente al Elche.

Son momentos viscerales. Si alguien se para a razonar, no hace esos actos, porque si reflexionas sabes que te arriesgas a que te echen del trabajo o te maten.

¿Sufrieron represalias?

Sufrimos amenazas de muerte de Fuerza Nueva, de los seguidores de Blas Piñar... Aitor envió a su familia a Bilbao. Yo estaba solo en Santander y me tocaba dormir junto a una escopeta, detrás de la puerta. Tampoco la habría sabido usar llegado el caso. Estaba muy expuesto si venían cuatro tíos...

¿Y cómo se gestó la idea?

Dos días antes habían sido los fusilamientos de Burgos. (Se ejecutó a Jon Paredes (21 años) y Ángel Otaegi (33), miembros de ETA, a José Luis Sánchez Bravo (22), Ramón García Sanz (27) y José Baena (24), militantes de la FRAP). Entonces había un clamor en toda Europa. Franco se estaba muriendo, teníamos claro que la sociedad debía aspirar a un cambio político, que llegara la democracia... Hicimos el gesto porque queríamos que hubiese más libertad. La noche antes de jugar frente al Elche, oímos la noticia sintonizando Radio Pirenaica en la habitación del hotel de concentración. Contra Humberto Baena, el gallego, se comprobó que no había pruebas, pero eran tribunales militares sumarísimos. La hermana tenía el pasaporte cuñado que probaba que no era culpable. Entonces junto a Aitor y a Errandonea, que fue suplente y no se le vio el lazo, decidimos actuar.

¿Cómo transcurre ese día?

Aitor y yo nos levantamos muy nerviosos. Nos preguntamos si seguíamos adelante. Y lo hicimos. La gente se fue dando cuenta conforme avanzó la primera parte y en el descanso el vestuario estaba lleno de policías. Nos obligaron a quitarnos los cordones. Fuimos a comisaría, no sabíamos si acabaríamos en la cárcel por alteración del orden público. No lo hicimos por estar a favor de los delitos que se imputaban a los acusados, sino por estar en contra de la pena de muerte, a favor de la democracia, de los partidos.

¿Se solidarizaron los compañeros de equipo con ustedes?

Nadie se enteró de nada. Si hubiéramos preguntado, el 90 % no nos habría apoyado. No había conciencia social de lo que pasaba, cada uno iba a lo suyo.

El fútbol actual tampoco parece tener conciencia de clase.

Ahora con 19 años los futbolistas son millonarios y viven en palacios de cristal, la mayoría no acabó estudios y su cultura se basa en lo que ha vivido a través del fútbol. Para llegar a ser un buen futbolista, con 15 años ya tienes expectativas.

No se aprovecha la influencia del fútbol para abrir conciencias

Si Messi se manifestase a favor de la sanidad, o si Ramos dijese que el tema de las pateras es un drama, que los emigrantes tienen derechos... la influencia sería grandísima. No es la misión de los clubes, pero ayudaría. Juan Mata lo ha hecho. Son ídolos para lo bueno y lo malo. Al final, hay que intentar dejar una sociedad mejor que la que nos encontramos.

44 años después, ¿el gesto de Santander contribuyó a tener una sociedad mejor?

Seguro que afectó positivamente. Otros lo vieron como una traición. Iba a un sitio a lavar coches en Santander, me llevaba bien con el dueño. Después de aquello me dijo que tendría que salir al campo de rodillas y con los brazos en cruz y pedir perdón a la gente. Ya no volví a lavar allí más el coche (ríe).

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