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Contracrónica

La plomiza rutina cae sobre Mestalla

Instalada en las emociones fuertes de las últimas eliminatorias, la grada se resigna al regreso de los empates dominicales

Carlos Soler, en un lance del encuentro de ayer, intenta marcharse de Theo. j. m. lópez

En un mes dominado por las emociones fuertes y por la adrenalina de las eliminatorias, la rutina de la Liga cayó sobre Mestalla con todo su peso plomizo y la amenaza finalmente cumplida del 0-0. La petición de matrimonio de una pareja venida adrede desde Hong Kong, con la mascota del rat penat como maestro de ceremonias, fue uno de los escasos picos de emoción que manifestó la grada, que tras semanas viviendo en el límite de los goles en el minuto 90, ayer bostezaba resignada. La vida es eso que pasa mientras se empatan partidos de Liga.

El duelo contra la Real Sociedad tenía todos los ingredientes de un compromiso trampa. Tal vez por ese motivo, Marcelino apenas retocó piezas de su alineación titular, como un mensaje contra toda tentación de relax. Sin embargo, el efecto de mantener a gran parte de los titulares fue el contrario. El Valencia se movió como una maquinaria lenta y pesada, con el óxido en las piernas que notó también el Betis en su derrota frente al Leganés. El partido era un desierto en el que sobresalían las ayudas defensivas del debutante Roncaglia, fresco y motivado.

Los siguientes aplausos fuertes fueron para Gonçalo Guedes, cuando saltó a calentar a la banda. El Valencia ha sobrevivido a tres largos meses sin el extremo portugués. Primero desbordado, hasta que supo reinventarse al cambiar su centro gravitacional. De las galopadas salvajes del extremo luso a la singular dirección de Dani Parejo, que hizo mejorar a otros actores, hasta ese momento secundarios, como Rodrigo Moreno.

Acostumbrado a despertar en la última media hora, el Valencia encontró un camino limpio de maleza por la banda izquierda. Gayà comandaba los intentos, con su habitual coraje. Encontró un socio en Denis Cheryshev, que a base de perseverancia ha acabado por ser desequilibrante. Sus combinaciones acababan en remates de cabeza de Gameiro, vencedor ante un Rulli tembloroso en cada centro lateral. La Real no podía taponar esa fuga y Mestalla empezaba a adoptar su banda sonora de caldera.

La entrada de Guedes pretendía explotar ese final alocado. Pero ni el jugador sustituido fue el adecuado (el juego fluía con Cheryshev), ni el portugués aportó su recordada electricidad. El resultado fue que un final de partido que volvió al trote lento e impreciso del inicio del choque. La gestión del partido de Marcelino, ajustada al orden inmaculado de las previsiones y jerarquías calculadas durante la semana, no se aclimató al oleaje cambiante que fue ofreciendo el partido durante su evolución. La grada, a la que también se notó más apagada, digirió con naturalidad el empate. Ya habrá más ocasiones de taquicardia y proeza.

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