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Reportaje

Celtic Park, latido irlandés al este de Glasgow

El Celtic nació en 1887 como sostén de la oprimida comunidad católica irlandesa que llegó a Glasgow huyendo de la Gran Hambruna de la patata de 1845 - Más de 130 años después, los aficionados preservan sus orígenes como el gran éxito del club

A la izquierda, homenaje en Celtic Park a Jock Stein, el técnico que ganó la Copa de Europa en el 67. A la derecha, Jimmy Johnstone, héroe de la generación de los Lisbon Lions.

David y Helen son un matrimonio nordirlandés de mediana edad, que cada quince días repite un ritual. Desde el puerto industrial de Larne, cercano a Belfast, embarcan con su coche en el ferri que dos horas y media después les dejará en la orilla escocesa de Cairnryan. De allí, quedan otras dos horas de carretera hasta llegar a Glasgow, a Celtic Park, que se parece mucho a su lugar ideal en el mundo. La visita intersemanal del Valencia CF no ha variado la costumbre: «Todos son ferris arriba, ferris abajo. Es más rápido el avión, pero pierde encanto», describe sonriente David, con su camiseta XXL dedicada a Neil Lennon, norirlandés como ellos y santo y seña del club en la pasada década. Los hoteles del centro y los pubs de Gallowgate, a 24 horas del partido, ya eran ayer un hervidero de ininteligibles acentos irlandeses. «Los del Rangers tienen el poder y a su reina», afirma William, taxista, «nosotros el Celtic y cuatro días en Benidorm tras el partido de vuelta en València», bromea.

Una imagen choca en el seguidor rival que visita el estadio en el que esta noche jugará el Valencia, ante 60.000 enfervorizados hinchas locales: la afición tapiza la grada con bufandas blanquiverdes, los conocidos colores del club, pero también con miles de banderas irlandesas. La explicación se remonta a la propia fundación del club. El Celtic es un club escocés con alma y sangre irlandesas. La entidad nació en 1887 como una iniciativa del religioso marista irlandés Andrew Kerins, popularmente conocido como el hermano Walfrid, para recaudar fondos que dignificasen las insalubres condiciones de los irlandeses que vivían marginados en el East End de Glasgow, rechazados y aislados por la comunidad protestante, mayoritaria y mejor posicionada. Habían llegado hasta Escocia huyendo de la Gran Hambruna de la patata que asoló Irlanda a mediados del siglo XIX, entre 1845 y 1852. El Celtic se convertía en una referencia de identidad y orgullo y cada duelo con el Rangers era una oportunidad de saldar cuentas, tanto futbolísticas como sociales. Más de 130 años después, ese arraigo increíblemente persiste y ha resistido al paso de los tiempos, a las modas y a la furiosa mutación mercantilista del fútbol.

«La histórica exclusión hace que la irlandeidad de esa comunidad arraigue y se refuerce. Desde Glasgow, los hijos de esos emigrantes cultivarán una imagen idealizada de Irlanda, de sus raíces. Aunque hayas huido de tu país porque te mueres de hambre, proyectas esa mirada nostálgica», afirma Carles Viñas, doctor en Historia Contemporanea de la Universidad de Barcelona y experto en sociología de las gradas de animación europeas. El fútbol anglosajón tiene muy presente la protección del legado histórico de sus clubes y la militancia no queda tan expuesta, como en los países mediterráneos, a la fluctuación de rachas y resultados. Pero eso no basta para explicar el inmaculado legado sentimental del Celtic. Además de que el 10 % de la población de Glasgow desciende de la comunidad católica que desembarcó tras la Gran Hambruna, «se ha mantenido la voluntad de crear alrededor del club una marca, en el buen sentido de la palabra, para reivindicar la esencia, la tradición». La simple pertenencia a unos colores ya supone el mayor éxito: «Como los títulos, más allá de los logrados en Escocia, son escasos, el éxito del Celtic está en la vigencia de sus orígenes. El orgullo es ser del Celtic, con eso es suficiente», afirma Viñas. David y Helen, de Belfast, lo tienen claro. Y así millones de hinchas de la diáspora irlandesa repartidos por todo el mundo, especialmente en Estados Unidos y Canadá.

El aislamiento de jugar en un campeonato como el escocés, de escasa potencia competitiva, ha ayudado a proteger el legado del club. De alguna manera, el Celtic no se vio tan expuesto a la mezcla sociológica y cultural de llegar de forma continuada a finales europeas, como le pasó a clubes de orígenes parecidos, como el Liverpool: «Es un ejemplo de evolución distinta», apunta Viñas. «En una ciudad portuaria y obrera como Liverpool, su club se transformó con el intercambio de experiencias con el fútbol europeo, la celebridad y la fama de las copas de Europa. Sus aficionados se desplazaban en masa, estalló el fenómeno hooligan... la fisonomía de la entidad cambió». El eterno debate no cerrado de la inclusión del Celtic y del Rangers en la Premier League ha sido, en ese sentido, una bendición para mantener esa particularidad romántica.

La estrecha vinculación del equipo y de los jugadores con su comunidad tiene en 1967 un ejemplo insuperable. El Celtic, con una plantilla enteramente nacida en Glasgow o a no más de 50 kilómetros del centro de la ciudad, ganó la Copa de Europa imponiéndose en Lisboa al célebre Inter de Milán de Helenio Herrera por 2-1. Los bhoys, comandados por Jimmy Johnstone, un extremo bajito y acróbata convertido en leyenda, desarbolaron con un juego de influencia holandesa al conservador «catenaccio» de los interistas. Ese Celtic se convirtió en el primer conjunto británico en conquistar el máximo torneo continental. Ya no se acercaron a una proeza similar en las décadas siguientes, pero la gesta de los Lisbon Lions quedó grabada para la eternidad. Eran los suyos, los que habían visto crecer en sus calles. Y además eran los mejores.

Del IRA a Palestina

El peor golpe que ha recibido el Celtic llegó en 2012. El Rangers, el histórico enemigo, el club que guarda obediencia al Reino Unido y que tiene colgado el retrato de la reina Isabel en el vestuario, descendía hasta la cuarta división por impagos. El histórico castigo fue muy celebrado en el este de la ciudad, pero resultó ser una envenenada paradoja para el Celtic. Sin el Old Firm, sin su histórico derbi, los bhoys perdieron músculo: «La rivalidad menguó en trascendencia. Siempre se necesita de un enemigo fuerte para poder reafirmarte en tu propio sentimiento. El descenso y la casi desaparición del Rangers fue muy aplaudida por los seguidores del Celtic, pero acabó afectando también a la fortaleza del club».

Con un relato tan íntimamente ligado a Irlanda, la masa social del Celtic se ha empapado de los distintos episodios históricos que han afectado al país de sus orígenes, como fue el conflicto armado en Irlanda del Norte. El afecto a las causas republicanistas ha sido elevado en Celtic Park y durante años se escucharon en la grada cánticos que empatizaban con el IRA. «When being just a lad like you I joined the IRA» («Cuando era un muchacho como tú, me uní al IRA»). Los acuerdos de paz del Viernes Santo en 1998, así como las políticas implantadas desde el club, han hecho descender los coros sectaristas. El ambiente en Celtic Park se ha contagiado de tendencias europeas de animación, con la creación en la pasada década de la Green Brigade, que toma como referencia a los grupos organizados italianos, que responden a un nombre y a tifos, pero la atmósfera es festiva y familiar. Los cánticos que se imponen son el célebre «You'll never walk alone» o el «Just can't get enough», de Depeche Mode.

La amenazas de muerte por parte de radicales unionistas del Ulster que recibió el técnico norirlandés Neil Lennon, en 2011, fue la última brasa humeante de una vieja guerra. La globalización ha llevado a los aficionados más jóvenes del Celtic a simpatizar por la independencia escocesa y a sentir solidaridad internacionalista con causas que involucran a otros territorios, como Palestina. El Celtic ha sido ya varias veces sancionado por la UEFA por la aparición de banderas palestinas. Una postura que ha desatado polémicas incluso con jugadores del propio equipo. El centrocampista israelí del Celtic Nir Bitton fue duramente criticado por su afición en 2014 después de que apoyase en Instagram las operaciones militares de Israel en Gaza.

El rival del Valencia nació como un club pegado a su gente y no ha variado su identidad. Glasgow sigue psicológicamente partida en una frontera política y social.

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