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Contracrónica

El placer de jugar en "The paradise"

El Valencia se divierte y vence en el estadio del Celtic, el campo que más anima, canta y ruge de toda Europa

Los partidos en Celtic Park no se tendrían que acabar nunca. Desde que los veteranos empleados de los tornos de entrada te dan la bienvenida a «The Paradise» y en un estadio aún vacío suenan los clásicos de The Pogues, hasta que el partido acaba con una ovación a los 22 jugadores, con independencia del resultado, de las polémicas, de los colores de las camisetas. Entre medias, el placer de jugar a fútbol con 60.000 espectadores animando, cantando y rugiendo como no se hace en ningún otro estadio de Europa. Qué espectáculo, cuánta belleza.

Marcelino avisaba que los aficionados del Celtic creen en lo imposible cuando juegan en casa. La convicción es una virtud característica de los habitantes de Glasgow. Desde mediados de los años 80, la ciudad asiste a una particular guerra entre el Ayuntamiento y su pueblo. La historia empezó cuando un estudiante universitario, algo ebrio, decidió que era una buena idea escalar los cinco metros de la estatua levantada en honor al duque de Wellington y colocarle un cono de tráfico como sombrero. La policía procedió a retirarlo de inmediato, pero los «glasgweians» continuaron reponiendo la pieza a la madrugada siguiente. Las autoridades locales destinan 12.000 euros anuales en las grúas que acuden a retirar el cono, siempre restituido a las pocas horas por una mano anónima. Lo que nació como un exceso etílico se convirtió en una tradición popular, en una defensa de la espontaneidad en un tiempo en el que el centro de tantas ciudades son cada vez más impersonales, a golpe de negocios franquiciados. Si los habitantes de Glasgow se atreven con la majestuosidad de Wellington, símbolo del poder militar británico que derrotó a Napoleón en Waterloo, cómo no lo iba a intentar también el Celtic con el Valencia.

Mientras la coral católica de Celtic Park recitaba con tremenda estridencia la letra del «You'll never walk alone», desde uno de los fondos, entre banderas irlandesas, palestinas y alguna española (republicana), se desplegaba el mosaico que había motivado las quejas a la UEFA del Valencia. «¿Quién teme al gran murciélago negro?», con una imagen del Joker de Batman sobre el escudo de Mestalla. ¿Dónde estaba la ofensa? Sorprende la piel fina de los dirigentes cuando un día antes la cuenta oficial en inglés del Valencia en Twitter había «troleado» y menospreciado a Scott Brown, capitán y guía espiritual del Celtic. Hablamos de un mediocentro de los clásicos, una mezcla entre Neil Lennon y Gravesen, un tipo duro, que saca codo, pero de códigos nobles, cortito de técnica pero capaz de lanzar a sus compañeros hacia arriba solo con una mirada. Futbolistas que siempre merecen respeto.

A diferencia de otros estadios que intimidan hasta empequeñecer a su rival, en Celtic Park el contrincante no siente sobre su nuca ningún aliento hostil. La atmósfera es tan festiva que invita a divertirse, a recordar, como en los días del colegio, que esto es un juego.

En escenarios así sale lo mejor de cada futbolista. Toni Lato iba al choque en los balones divididos con James Forrest. Parejo avanzaba en conducciones largas entre varias camisas verdiblancas confundidas con sus giros. Wass sacó un potentísimo remate de cabeza, su especialidad oculta, que Bain desvió con la punta de los guantes. Cuando el Valencia adormecía la posesión, Celtic Park pasaba a ser un volcán latente, aunque siempre humeante, esperando el más mínimo chispazo (un saque de banda, un amago de contra), para volver a estallar.

El Celtic pegaba y Marcelino pedía tarjetas a gritos, hasta que Parejo vio como nadie el pase a la espalda de Sobrino, que con varias patadas previas en los tobillos por fin pudo encarar con metros y ceder a Cheryshev, que marcó a placer. A los tres minutos de la reanudación, los mismos protagonistas intercambian papeles, pero con la misma generosidad. Cheryshev centraba y Sobrino remachaba, para felicidad de 500 valencianistas. Por mucho que el partido y la eliminatoria estuviesen ya sentenciadas, ningún socio del Celtic se fue a casa, nadie silbó a sus jugadores. Habría sido impropio de un estadio que ennoblece al fútbol, del que siempre tendremos algo que aprender.

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