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Mieditis frente al Betis

Mieditis frente al Betis

Si los equipos se parecen a las aficiones, del mismo modo que los perros se acaban pareciendo a sus amos, me temo entonces que lo tendríamos complicado este jueves. El estado general de excitación ante la posibilidad de una final, va aderezado de toneladas de canguelo. Responde, en esencia, a un temor natural que hemos ido desarrollando con los años: cuando parece sencillo, cuando las promesas son favorables, un mazazo. Es justo la cara oculta de la euforia. Y nuestro balance comprende con exactitud los dos estados de ánimo. Eufóricos y temerosos todos. Buscamos antídotos frente al fantaseo.

La autodefensa ante lo que pueda pasar. Si el Valencia hubiese acabado 2-0 en el Villamarín, ahora nuestro estado esperanzado sería mucho mayor, porque no tendríamos nada. Habiendo desarrollado un proceso mental por el cual nos vemos con buena parte del pase a la final -ahora nos lo negamos, pero nuestra psique lo siente-, la angustia avisa.

He aquí el valencianista común desplegando una sarta de cábalas. Importante: no hacer algarabía previa. Si el rival siente que ya lo estamos celebrando, estarán especialmente azuzados. Si nuestro equipo interpreta que ya estamos de cháchara, tendrá la congoja del que temer perder lo que ya sentía en el zurrón. Más importante: negar el estado delicado del setienismo. Es más, si has cuestionado a Setién y a su método, ahora es tiempo de desdecirse y reconocer el peligro bético. Cuando acudas a la panadería, le dirás al panadero: «No hay nada hecho, el Betis ya ganó en el Camp Nou, son muy peligrosos». Todos sabremos cuando lo digamos o cuando lo escuchemos que estamos inmersos en una misma conjura.

Pero mi reflejo miedoso favorito es el que pone como una debilidad jugar el partido de vuelta en casa cuando llevas una renta favorable de la ida. Las argumentaciones que indican que la presión se vuelca toda hacia los locales, olvidando, eso sí, la capacidad de una grada para voltear la dificultad.

Para redondearlo, el Centenario. Una fecha que, tras un arranque tan maldito, nos genera una suerte de profecía negra autocumplida. Llegué a leer la coincidencia mística de terminar el partido del Betis y que las celebraciones (¡ejem!) traspasen febrero para adentrarse en el 1 de marzo, justo cuando las actas fundacionales del club comenzaron a sellarse. El valencianista temeroso ve la coincidencia como una señal de fatalismo.

Estamos poniendo en práctica un rito que nos haga inmunes, que nos impida echar las campanas al vuelo. En el fondo, nos vamos conociendo, auto medicándonos frente a los ramalazos de euforia. Noches como la del jueves deben servir para naturalizar. Será el equipo el que nos tendrá que conducir al resto. Debe ser una noche para recobrar la práctica. Comenzar a superar los miedos de un club que ha coleccionado demasiadas pesadillas en poco tiempo.

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