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Contracrónica

Atrapados en el empate

Con solo 25 jornadas, el Valencia está a un sola igualada de su récord, con los 16 marcadores empatados de la 2004-05 - Con un promedio histórico entre 8 y 10 empates, el raro fenómeno de este curso pilla de imprevisto al aficionado y describe a un proyecto limitado en liderazgo

Atrapados en el empate

El empate es un fenómeno que pilla de imprevisto al aficionado del Valencia. El del murciélago ha sido tradicionalmente un club de aleteo caótico, de mezclar las victorias y las derrotas con un equilibrio inverosímil. Estadísticas en mano, el promedio de 84 años en Primera se sitúa entre las ocho y las diez tablas. Como mucho el empate suele cubrir una cuarta parte del campeonato. Hubo una temporada, la 1963-64, en la que directamente no se igualó ninguna contienda: de 30 partidos, los Roberto Gil, Paquito, Piquer, Waldo y Guillot (imparables en Europa) resumieron la Liga en 16 victorias y 14 derrotas.

Todavía con 13 jornadas por disputarse, el Valencia está a solo un empate de igualar su récord particular. En la 2004-05, un curso de transición bajo los efluvios eufóricos del doblete del año anterior, los valencianistas empataron 16 partidos. Un registro que se engordó en las últimas jornadas, con el equipo descolgado en la clasificación y lejos de todos sus objetivos. En la jornada 25, el proyecto que empezó Claudio Ranieri y que fue continuado por Antonio López tras su destitución, llevaba a esas alturas únicamente ocho empates.

La extrañeza cabalística de tanto marcador en tablas no debería preocupar tanto como otra suerte de empate, como son las justificaciones de Marcelino García Toral para explicar una racha tan peculiar. El técnico asturiano insiste en que los resultados encadenados no obedecen a una explicación racional, sino a una tendencia caprichosa que se argumenta, casi exclusivamente, en la falta de puntería. La falta de contundencia en el área contraria es la razón más importante, pero no la única. Detrás de muchos empates se esconden otros factores, como la ausencia de ambición competitiva. Una apreciación que no se debe confundir con falta de sacrificio. Al Valencia no se le puede reprochar trabajo, lucha, compromiso y solidaridad grupal. Virtudes que por encima del lucimiento individual personificaron futbolistas como Rubén Sobrino. El último fichaje se vació en esfuerzo y en presión, pero la voluntad no es suficiente para voltear una trayectoria que, con la Liga de tres puntos, retrata al Valencia como un equipo mediocre.

La configuración de la plantilla, como se ha repetido a lo largo del año, ha moldeado un grupo de excelente calidad humana en el que no hay picos caracteriales discordantes. El cauce del liderazgo del grupo confluye de forma armoniosa en Marcelino, sin rastro de contrapesos carismáticos llamativos como los que podían ejercer perfiles como el de Simone Zaza. Un empuje que se echa en falta a la hora de cambiar inercias como la producida por tanto empate. La fortaleza del grupo está más en la calidad futbolística que en una chispa temperamental que se ha dejado ver únicamente en eliminatorias y en remontadas agónicas festejadas con un exceso de emotividad que también evidencia la ternura mental de un grupo en construcción.

Máscara para Gayà

Uno de los líderes emergentes es José Luis Gayà, ayer capitán. El lateral tuvo que retirarse al sentirse mareado por un codazo: «No veo nada», decía el de Pedreguer. El coraje de Gayà había mantenido igualada la batalla agresiva planteada por el Leganés. Sin Gayà, el rival fue comiendo terreno hasta el empate final. Se teme que el canterano tenga rota la nariz y la idea es que juegue con una máscara protectora en el partido contra el Betis. Un duelo que vale una final y en la que, por surte, también le valdría empatar (0-0 / 1-1).

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