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Tribuna

Waldo, ejemplar fuera y dentro de Mestalla

Waldo y Guillot formaron una gran delantera. Este fue un partido contra el Inter en Mestalla. levante-emv

Waldo Machado da Silva fue el tercer brasileño del Valencia, pero ninguno de sus predecesores, ni Machado, delantero fortachón, ni Walter dejaron tanta huella. Ni siquiera el último que con su muerte en accidente en El Saler figuró durante años en las grandes estelas de jugadores de aquel país. Waldo llegó a consecuencia del fallecimiento de Walter. Deslumbró en el homenaje que dedicó el club al fallecido con la participación del Fluminense. Tres goles en una tarde fueron suficiente para que el club fuera a Río de Janeiro y lo contratara.

Fluminense era un Club de Regatas, elitista, en el que tardaron en entrar los negros. Un mulato, Arthur Friedenreih hizo campeón a Brasil en la Copa América y su bota salvadora se exhibió en un escaparate de la capital como un exvoto. Los negros se ganaron el derecho a juntarse con la elite social.

Fluminense era el club de Joao Havelange, posteriormente presidente de la FIFA, y aceptó el traspaso de Waldo pese a que éste figuraba entre los delanteros de la selección con Garrincha, Didi, Vavá, Pelé y Zagalo. En esta delantera también habían tenido sitio el infortunado Walter y el extremo Joel, que llegó a Valencia en la temporada 58-59.

Waldo era delantero de gran potencial físico, aunque también de condiciones técnicas de su origen. Sus libres directos ponían en aprietos a quienes formaban la barrera porque un balonazo suyo podía ser tremendo. Pirri durmió medio partido porque se estrelló contra él uno de los disparos.

El Valencia había disfrutado en 53-54 del primer fichaje con «glamour». Fue el del holandés Faas Wilkes, del Torino, y aunque ya era veterano, hizo partidos maravillosos en Mestalla e incluso en Vallejo, donde jugó después. Con la muerte de Walter, en el club surgió la idea de fichar un futbolista que entusiasmara a la grada. Eran los años en que el Barça contaba con Kubala y el Madrid se hacía grande con Di Stefano. Wilkes era maravilla en el dribling. En Mestalla dejaba sentado a los contarios con su torsión de cintura. A Kubala también lo sentó con gran disfrute del público.

Walter era artista, pero intermitente. Waldo estuvo siempre por delante del notable. Su eficacia goleadora lo convirtió en el segundo goleador del club (160 goles). Delante solamente está Mundo.

Siempre recordaré aquella tarde de Mestalla, 4-0 al Granada, con Manolín de portero, y el mejor de su equipo, al que marcó un tanto del listo de la clase. Waldo no acosaba a los guardametas de manera improcedente. Por ello Manolín salió una y otra vez botando el balón dentro de su área hasta sacar hacia el centro del campo. En uno de las ocasiones cuando botaba Manolín y Waldo ni le miraba, éste puso el pie antes de que el balón diera en el suelo y fue gol.

De Waldo no se han afeado salidas nocturnas entre farras y alegrías. Yo sí salí una noche con él y Totó en Madrid. El Valencia había sido derrotado por el Atlético y eran las fiestas de San Antonio de La Florida. Hasta la feria llevé a los dos y todo divertimento fue tirar el blanco y dar patadas a un balón que tenía que cruzar una portería con guardameta de madera. Ni una copa. Siempre tendré en la memoria aquel bar mestallista, Walgui, en el que la afición no puso sus ojos. Era buen negocio para dos ídolos valencianistas. El Bar Mundo sigue en pie en Don Juan de Austria. El que dejó en herencia Walter lo vendió su viuda. También cerró el de Juan Ramón en la Gran Vía Germanías.

Tras su retirada, Waldo montó una tienda de material deportivo y tuvo el deseo de afincarse en València y aquí ha muerto después de entregar sus mejores virtudes balompédicas a clubes modestos. El club le dedicará su homenaje. El de quienes le vimos jugar será perenne.

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