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Merchina Peris y Cristina Pérez

"México y la España de Franco restablecieron relaciones diplomáticas gracias al Valencia CF"

Peris y Pérez revelan los entresijos de los fichajes de Waldo y Kempes y cómo el club desoyó a la dictadura para ser la primera entidad que visitó a los exiliados valencianos en México

"México y la España de Franco restablecieron relaciones diplomáticas gracias al Valencia CF"

P ¿Cuál es el primer recuerdo que asociais al Valencia?

R Merchina: El escudo. Y el estadio, me llevaron con pañales, con dos meses. La primera imagen es el campo, el olor del césped mojado, el linimento del banquillo... Veía los partidos a ras de césped con los hijos de Waldo, si caía la pelota por la banda la devolvíamos nosotros. Mi padre se ponía en el banquillo o en la boca de los vestuarios, nunca en el palco. Los jugadores no querían verlo cerca, porque era muy apasionado y les ponía nerviosos.

R Cristina: Mi primer recuerdo es en Sabadell, donde entrenaba mi padre. Me llevaba a todos los entrenamientos y recuerdo darle patadas a los balones medicinales. Luego volvimos a València.

P ¿Cómo se vivía el fútbol en casa del gran gerente y en la del mítico futbolista, entrenador y secretario técnico?

R Cristina: Yo lo vivía con muchos nervios. Cuando escuchas a gente que dice que un equipo «sale a empatar»... ¡Qué sabrás! Sufrías tanto si era en Mestalla, como por la radio fuera.

R Merchina: Al vivirlo desde dentro no eres una simple aficionada. Cómo padecía mi madre, recuerdo. A veces se ponía a rezar.

R Cristina: En el pasillo de casa mi madre le ponía una vela a San Expedito en los días de fútbol. Mi padre me decía: «Si no vas a aguantar lo que digan de mí, no vayas». Eso me ha marcado. Soy incapaz por mal que juegue el Valencia de reprochar lo mínimo a un jugador. Sé lo que sufren las familias de futbolistas y técnicos.

R Merchina: Nunca, nunca he pitado a un jugador de mi equipo.

P Peris entra en el VCF en 1939 con 16 años. Pasieguito en 1942 con 17. Dos emprendedores.

R Merchina: Mi padre entró como botones. Era muy espabilado y fue subiendo. Se empapó de valencianismo y al poco de entrar ya insiste y marea a Colina y Casanova para absorber el CD Cuenca, de la Calle Cuenca y donde él jugaba, y fundar el Mestalla. Y siendo secretario del filial lo lleva de Regional a Primera.

R Cristina: Con 17 añitos viene mi padre. Lo quería la Real Sociedad, el Espanyol... Era 1942 y el Valencia había sido campeón. Iturraspe y Eizaguirre convencieron a mi abuelo. Se quedó en una pensión en Cirilo Amorós. Era un equipo de valencianos y vascos, que iban a comer a la Taberna Ché, al Gure Etxea... Vivían todos en un ático.

P ¿De aquella pareja legendaria que Pasieguito hizo con Puchades, qué te comentaba?

R Cristina: Se llevaban fenomenal. Se compenetraban a la perfección en el campo. Cuando Puchades cortaba los balones, era un espectáculo. La amistad duró para siempre, aunque Puchades salía poco de Sueca. Tonico, de hecho, tuvo una novia que era prima de mi madre, pero no llegó a cuajar aquello. Recuerdo a Puchades llorando desconsoladamente en el entierro de mi padre. Mestre también estaba muy afectado. Fue una lástima que no hicieran pareja en Brasil 50. Gonzalvo III, del Barça, le partió la tibia y el peroné en el 49 y acabó yendo a ese Mundial en su lugar. Siempre pensó que se lo hizo a propósito y tardó años en perdonarle.

P Merchina, tengo entendido que regresaste de Sarrià, tras ganar la Liga de 1971, en el mismo autobús del equipo.

R Merchina: Viajaba con ellos por España y por Europa. A la vuelta de Sarrià me vine con ellos. Bajábamos por la Nacional y nos tocó parar en todos los pueblos. Era como si vieran a Elvis. Tocaban el autocar y lloraban. Forment era de Almenara, los Claramunt decían: «Pareu en Puçol!». Tardamos muchas horas. En una de las paradas subió un periodista bajito y pesado, se sentó a mi lado. Era José María García.

R Cristina: ¿Fue tu padre quién le puso el mote de Butanito?

R Merchina: Sí. Le sacaba motes en diminutivo a todos. A Bernardo España, Espanyeta. García es que un día se presentó con pantalones anchos naranjas, y como era bajito y un poco gordito, mi padre dijo: «Xe, pareces un butanito». En Madrid se atribuyen el mote.

P Cristina, explícame por qué Pasieguito tenía ese ojo clínico que le llevó a fichar a Kempes y Mijatovic.

R Cristina: Nació con ese talento. Él decía que los jugadores se descubren solos, que eran como cosechas, y que de repente venía una racha buena. Por la manera de andar de un futbolista, mi padre sabía en qué posición podía jugar. Al verme jugar a frontón con él en Macastre, me decía: «corres como un extremo derecho». Veía detalles. Cuando vio a Mijatovic en Belgrado, le salió un partido fatal, estaba nervioso porque sabía que el Valencia lo espiaba. A mi padre le gustó Pedja y otro que se llamaba Jokanovic. «¿Por qué me has fichado?», le preguntó. Porque incluso jugando fatal veía que era un súper clase. Ibas con él a otro estadio para recabar informes y solo por la forma de calentar decía: «Vámonos a casa».

R Merchina: Eran hombres de club, de fútbol. Así de simple. Sabían tanto, que mucha gente prefería no hablar de fútbol con ellos, por miedo a quedar en evidencia. Mi padre, Sánchez Lage y Di Stéfano confeccionaron la plantilla del 71 descartando a Waldo y Guillot y subieron a gente del filial. Arriesgaron y ganamos la Liga. Era un grupo humano buenísimo. Si miraban jugadores buenos, pero eran conflictivos, no los fichaban.

P De hecho, Pasieguito estuvo más de un mes espiando a Kempes en Argentina.

R Cristina: Estuvo un mes en Rosario. Ya lo venía siguiendo desde el Mundial del 74. Hizo siete viajes a Argentina y se llevó al Colorado Killer cuando dirigía al Sporting. Con Kempes se quedó rumiando, pensando en que madurase y ficharlo en cuanto pudiese volver al Valencia. Sucedió a los dos años y le siguió durante un mes. Preguntaba en las carnicerías de Rosario qué comía, preguntaba en los bares si tenía novia, si salía por las noches. Habló con los padres y vio el tipo de familia de la que procedía. Para ficharlo hasta convocaron un referéndum.

P ¿Cómo se las arregló con unas negociaciones tan arduas?

R Cristina: Mi padre odiaba negociar las cifras, pero estaba solo para fichar a Kempes. Las negociaciones duraban seis horas y los directivos de Central se turnaban cada hora. El pobre estaba solo y, no sé por qué, no se podía comunicar con el presidente Ramos Costa. Entonces Ramos llamaba a mi casa y dejaba el recado para cuando llamase mi padre. Yo tenía 11 años. Ramos llamó y me dijo: «Si llama tu padre, dile que hasta 500.000 sí, más no». Y yo lo apunté en un papel, que alguien tiró. Llamó mi padre y preguntó: «¿Qué te ha dicho el presidente?» ¡No sabía qué decir! Tiré de memoria: «Creo que 500.000». «¿Seguro?», me decía. Yo no sabía ni a qué jugador quería fichar porque lo llevaba siempre en secreto.

R Merchina: Cuando mi padre se fue a Brasil a fichar a Waldo, en casa nos dijo que se iba unos días a Barcelona. Fue una negociación muy difícil porque llevaba 319 goles con el Fluminense. Convéncelos, allí solo que estaba. Se cerró por 6,8 millones de pesetas. Una fortuna, pero fue tan rentable.

P ¿Y qué fichajes no pudieron fraguar?

R Cristina: No le hicieron caso en el club para fichar a Morientes, con 16 años, del Albacete. Se volvió loco con él. Dio muchísimo la paliza a Tuzón, tanto que mi hermana, que detesta el fútbol, dijo: «¡Por favor, que le fichen al tal Morientes! ¡No puedo más!».

P ¿También quiso a Platini?

R Cristina: Sí. Habló con su padre, cuando jugaba en el Nancy. Le dijo que si fichaba por algún equipo, sería en la Serie A, porque tenían ascendencia italiana. Desde el primer día que lo vio jugar, se enamoró de Ryan Giggs. «Este es un fiera». Los veía con 16, 17 años.

P ¿Cómo concebían los equipos?

R Merchina: Querían en defensa gente que se hubiera formado en la cantera, aunque no fueran valencianos.

R Cristina: Y desde esa base, fichar a un extranjero que marcase las diferencias. ¿Un portero extranjero? Imposible. Para eso estaba el Mestalla. Si venía alguien de fuera era porque aquí no podías encontrarlo, porque era Wilkes, o Waldo.

P ¿Se reconocerían en el fútbol actual?

R Cristina: Pasieguito, eso de ahora que se tapen la boca para hablar... no se lo veo. Antes creo que no habla. O tantos medios encima, esas ruedas de prensa donde te acribillan... Él decía que los árbitros tenían que ser exjugadores, porque comprendían la psicología de los futbolistas. Cuando fingían, cuando sufrían, que había que disculparles si soltaban un exabrupto a 200 pulsaciones. Que en vez de una tarjeta, que hubiese una multa económica.

R Merchina: A mi padre le estresaría todas las plataformas negocio que lo único que buscan es un retorno económico inmediato. A inicios de los 70, fue el primero que defendió en la federación que el fútbol debía ir a las sociedades anónimas para profesionalizar y sanear los clubes. Pero nunca como se acabó haciendo, siendo de un solo dueño. Hay que recordar que los clubes de fútbol están dados de alta como sociedades sin ánimo de lucro. Ahora solo queda como romanticismo que la grada proteste. El único patrimonio válido, para mi padre, era la afición. Nunca dejaba de repetirlo.

P ¿El fútbol costaba dinero a los directivos de la época?

R Merchina: Muchas veces sí. En ocasiones había que pagar la nómina a los jugadores. Mi padre reunía a los directivos y decía: «Nos toca poner tanto por cabeza». Luego, con el tiempo, se les devolvía.

R Cristina: Con Ramos Costa también pasó. Siempre se le achaca que si malgastó dinero en fichajes y sin embargo muchas veces puso de su bolsillo. Todos ponían dinero. El Valencia les costaba dinero. Y no cobraban por estar ahí. Ahora es al revés.

P El factor humano...

R Merchina: Sí, incluso los jugadores que venían de fuera sabían que en nuestras casas tenían un plato de caliente. Mi padre se trajo muchas veces a comer a Waldo, a Chicao o a Sol. Eran padres para los jugadores.

R Cristina: Cuando vino Botubot, muy joven, a mi padre le despertó ternura, al ver que estaba en otra ciudad, viviendo en un hotel. Se interesó mucho porque no le faltase de nada. Era amigo de Kubala. En un viaje con la selección española a Florencia, se encontraron a un compatriota húngaro que le pidió dinero. Kubala se vació los bolsillos y le dio todo lo que tenía. Le pidió a mi padre que le diera también todo lo que tenía encima, que ya se lo devolvería.

P El repentino fallecimiento de tu padre, Merchina, de un infarto tras el Valencia-Atlético en febrero de 1972, cambia para siempre al Valencia.

R Merchina: Fue un impacto tremendo. Por la edad, solo tenía 48 años y no era un hombre enfermo. Nadie lo podía esperar y menos en el marco en el que fue, en Mestalla. El sitio en el que habría elegido morir. Al acabar el partido, mi madre y yo nos despedimos de él. Se iba luego a Cartagena a fichar a dos jugadores. Se estaba encontrando mal todo el partido, pero pensaría que era una mala digestión. Estábamos en casa, hacían un partido en La1 e interrumpieron la emisión para que Hernández Perpiñá diera la noticia para toda España. No lo podíamos creer, qué tontería estaban diciendo.

R Cristina: Qué shock...

R Merchina: Los jugadores no podían reaccionar. Se murió al lado de Vicente Tormo, uno de los mejores cardiólogos de España. Lo único que le preocupaba es que la gente en el estadio notase que no se encontraba bien. Se fueron con disimulo al vestuario. Se desplomó en brazos de Paquito Reig, fisioterapeuta (presente en el bar). En la capilla que él mismo había creado en el estadio, pusieron la capilla ardiente, con la bandera del club. El entierro fue multitudinario. La afición partió de Mestalla a San Pascual Bailón...

R Interviene Ricardo Arias, presente en el bar: Merchina, qué grande eres. Dieciséis años seguidos viéndola entrar en el foso del campo. Estaba loco porque llegase un día y decir: «¡Hostia, la rubia no está!». Aunque llovía, aunque tronase, aunque hiciesen 40 grados de calor, siempre ahí, como los banderines ¡Qué fenómena!

R Merchina: Los futbolistas portaron el féretro. Hernández Perpiñá me dijo que desde el entierro de Blasco Ibáñez no había visto una manifestación de duelo similar. Era muy cercano al aficionado. El club lo notó. Estaba tan implicado en tantas áreas que fue como si se abriese un cráter. El presidente Julio De Miguel se quedó tan noqueado que al año siguiente dimitió. Le faltaba su mano derecha y mano izquierda. El equipo lo notó en los siguientes fichajes. Hasta que volvió Pasiego y vino Ramos Costa de presidente, las temporadas no fueron buenas.

P ¿Con lo decisivos e influyentes que fueron Peris y Pasieguito, notáis que la gente conoce lo suficiente su contribución?

R Merchina: Noto que no son suficientemente conocidos. Durante años no se ha hablado de ellos, más que de forma aislada.

R Cristina: Mi padre jugó 17 temporadas en el Valencia, campeón de la Copa del Rey y de Supercopa de Europa como entrenado, realizó grandísimos fichajes, y solo se le recuerda en una solo frase: «Fichó a Kempes». Drurante años el club se ha olvidado de su propia historia. Este año está sirviendo de punto de partida. Por lo menos, la gente joven está conociendo quién hizo grande a la entidad.

R Merchina: Mi padre estuvo 33 años y solo se recuerda la manera en la que murió, que fue dramática, pero estuvo 33 años sin parar de hacer cosas. Que se hable de lo que hizo. Eso sí, muchas veces Cristina y yo nos emocionamos al ver los homenajes que en Twitter hacen los aficionados a nuestros padres, que se han dejado la vida para hacer un club con prestigio y que representase a su tierra. Lucharon por entrar en la Copa de Ferias, que no se entraba por motivos deportivos, para ser embajadores de la ciudad.

R Cristina: Eso es así. A mi padre, cuando jugaban fuera y si ganaban, se emocionaba doblemente por los aficionados emigrantes que iban a cada estadio, que habían tenido que irse a trabajar a fábricas de otros países (se emociona).

R Merchina: Por ejemplo, nunca vi a tanta gente valenciana como cuando jugamos un partido en Amberes. Y qué emoción tenían. Se abrazaban a los jugadores.

P Las dos giras por México en los 60 sirvieron básicamente para eso, para hacer felices a valencianos emigrados y exiliados.

R Merchina: En el primer viaje a México en 1963 fueron nuestros padres. Contaban que al llegar allí que era como «Bienvenido Mister Marshall». Engalanaron la Casa de València de México DF, todos vestidos con trajes regionales, tracas, paellas, orquestas... Apoteósico, como si recibieran a Ava Gadner. Estaban allí los exiliados, hasta Max Aub, el escritor, que acudió a ver los partidos. Estaba Gaspar Rubio, que fue jugador en los años 20.

P Aquella gira fue casi un acto subversivo, porque España no mantenía relaciones entonces con México.

R Merchina: Absolutamente. Cuando el gobierno se enteró de que mi padre estaba organizando un viaje a México, le llamó el ministro Solís y le dijo: «No podéis ir, no nos hablamos», como queriendo decir que al Caudillo no le haría gracia.

P ¿Y cómo resolvió esa tesitura?

R Merchina: Mi padre no se detuvo y gestionó los visados desde la embajada de México en Lisboa. Una maravilla. Luego volvieron en el 66, para la inauguración del Estadio Azteca. Hasta Cantinflas les invitó al rancho. Las relaciones se habían restablecido.

P ¿Gracias al Valencia CF?

R Merchina: Sí. De hecho a mi padre le dieron el Premio Quijote de Plata, que otorgaban las radios y televisiones mexicanas, por haber ayudado a restablecer las relaciones futbolísticas y diplomáticas entre España y México. Mi padre ayudó a a que 25 años después dos países volvieran a hablarse. Cuando ficharon a Waldo, le encomendaron un pliego diplomático, cuando marcharon a Caracas, lo mismo, al ministro de Asuntos Exteriores.

P Merchina marcó el primer gol de una mujer en Mestalla, en 1970 y luchó por los equipos femeninos. ¿Llegaste a jugar al fútbol, Cristina?

R Cristina: Por desgracia, no. Desconocía que hubiese equipos femeninos. Yo jugaba al frontón con mi padre. Me fue imposible ganarle nada. Yo le pegaba con la raqueta, él con la mano. Desde los 13 años jugaba a pelota en Hernani y era tan bueno que le obligaban a jugar con la mano atada a su compañero. Jugó hasta los 70 años. El día que me gane uno me retiro. Y se retiró por viejo. Volvía a veces a casa con el ojo morado, por haber chocado contra la chapa para que no le hicieran un tanto. Retaba a sus rivales diciéndoles: «Jugamos a 21, y no me haréis más de tres tantos». Era chulito. A fútbol, a veces me tiraba penaltis. Me los chutaba flojitos y los paraba. Entonces le decía «¿y tú chutabas los penaltis con el Valencia?». Entonces se enfadaba e iban todos a la escuadra. En los 40 él estudiaba a los porteros para saber por dónde se tiraban.

P Uno de los retos post-centenario es el crecimiento del fútbol femenino.

R Merchina: En los 80 llamaba a las radios y periódicos para que informasen de los resultados de los equipos femeninos. Ahora se ha mejorado mucho. Hay más seguimiento de los medios, existen patrocinadores. La sociedad ha cambiado y hay más aceptación, los sueldos de las jugadoras se van profesionalizando aunque no se puedan equiparar al fútbol masculino porque no generan tanto dinero. Dentro de poco será imparable y se tratará con mayor normalidad.

R Cristina: Me alegra ver esa normalidad. Porque siempre ha habido mujeres en los estadios. En Mestalla, muchísimas. Y viniendo solas. Jugar es un derecho irrenunciable.

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